Los libreros solo ven a las personas que leen o que regalan libros o que se han equivocado de tienda. Si trabajas en una librería, no tienes que enfrentarte a los que no leen. Son malos tiempos para la lírica. Cuando lo cantaban Golpes Bajos, no. En 1990, la lírica aún gozaba de buena salud.
Yo trabajo en una librería camuflada. Vendo libros, sí, pero los que entran no lo saben. Por la tienda donde trabajo pasa mucha gente. Algunas mañanas es un verdadero desfile. Cambiamos pilas, ponemos correas y hacemos arreglos de todo tipo.
Tenemos un público internacional. Sobre el mostrador descansan mis últimos títulos. Y al fondo hay una pequeña librería que muchos miran con curiosidad. A todos los que hablan nuestro idioma, aunque solo sea un poco, les ofrezco un libro.
«¿Te gusta leer? ¿En tu familia lee alguien? ¿Quieres un libro dedicado? Una novela fascinante, eso es lo que te ofrezco. Garantizada. Si no te gusta, si no le gusta, te devuelvo el dinero. Tengo para elegir. Cortas, largas, sencillas, complejas, dramáticas, divertidas».
Es un duro trabajo. Muchos te miran con desconfianza. Muchos piensan que les quieres meter un libraco. Empiezas a hablar sabiendo que lo más probable es que te digan que no leen o que leen en la tableta o que ya tienen muchos libros o que no tienen tiempo o que volverán otro día porque ahora bla bla bla.
Un librero no tiene ese problema. Quien entra en una librería sabe a lo que entra. Un librero no sabe cuántos alectores hay pululando por ahí en un baile que ―lamentablemente― está de moda. Alectores. No sé si alguien ha utilizado esta expresión para los humanos. Para quien no lo sepa, los alectores también son unas aves gallináceas de siniestro aspecto.
Las mujeres leen más. Los hombres se están quedando atrás. Pero, en general, cada sí viene envuelto en cien noes. Cuesta mucho vender un libro. La vergüenza no ayuda, desde luego, hay que echarle cara. ¿Quieres leer algo totalmente diferente a lo que has leído? Eso les pregunto. Y me miran con desconfianza.
Ah, amigos, pero cuando alguien dice sí, los cielos se abren y todas la estrellas cantan maravillas, algo por dentro se me esponja y por unos instantes pienso que todo tiene arreglo aún, que el desastre no acecha, que vamos bien, que solo hay que esforzarse, que el esfuerzo nunca es en vano.
Lo digital nos está comiendo vivos. Los que antes leían en las salas de espera, ahora miran el móvil. Los que antes leían en el autobús, ahora miran el móvil. Los que antes leían en los parques, ahora miran el móvil. El teléfono inteligente nos está robando la vida a cambio de todo lo que no necesitamos.
El reto es mirar menos el teléfono, leer más en papel y pensar que el tiempo, como decían antes, es oro. El reto es dejar la adicción aunque solo sea un poco. El reto es volver a ser analógicos en vez de gilitales. El reto es ―por supuesto― no dejarse dominar por nada.
Foto de Dariusz Sankowski (Licencia de Pixabay)