Mira lo que sucede en las calles/
hay una revolución, hay que revolucionar.
Jefferson Airplane
Se dice que una manifestación social obedece a determinada disconformidad por parte de la comunidad o grupo humano que la lleva a cabo, disconformidad que corresponde a un conflicto entre lo que se demanda y lo que se obtiene.
La disconformidad como tal se refiere al hecho de no sentirse satisfecho con lo que se tiene, o en algunos casos, el no conformarse con la respuesta por parte de las autoridades o instituciones encargadas de velar por el bien de la sociedad.
En general, diríamos que esto sucede alrededor de las manifestaciones sociales que se dejan escuchar casi diariamente en las grandes ciudades de nuestro país; se grita, se reclama donde aparece la falta de respuesta a las demandas ciudadanas.
La manifestación social sería un producto del malestar social, lo que incluye en tanto conformación subjetiva un discurso al interior de la misma, generando identidad por un lado, como un sentido de pertenencia y sus respectivas reacciones emotivas.
De tal forma que, la manifestación en su esencia es un cuerpo múltiple de personalidades que integran y unifican en un momento dado a los sujetos que la componen.
Si como decíamos, la manifestación social es un producto del malestar, de la inconformidad padecida en la sociedad a la que se pertenece, y al mismo tiempo genera en su interior un discurso con el cual justifica y argumenta sus acciones, resulta por lo tanto viable pensar que su importancia en la gestación de la sociedad es tal que no se puede prescindir de ella.
La manifestación social en este caso, en tanto producto del malestar, en tanto productora de discurso, viene a tomar un lugar que no puede ser obliterado, un lugar que no se puede remediar con la simple implementación de leyes e instituciones.
Si así fuera el caso, si la cultura para ser conformada como tal se bastara así misma con sus instituciones y leyes, es fácil entender que no existirían los impulsos necesarios para salir a las calles y protestar.
Se protesta porque no hay respuesta a las demandas de la población, porque las injusticias siguen presentes por más que se diga que se han creado nuevas políticas de atención ciudadana o nuevos derechos a la población.
O como dice Serge Moscovici (Psicología social e influencia, 1981), porque previamente al desencadenamiento de la manifestación y su influencia social, subsiste la incertidumbre y la ambigüedad en el accionar por parte de las instituciones.
Se sigue saliendo a las calles para cerrarlas porque en su flujo, en su cotidiana repetición no hay lugar para la justicia y la seguridad social, no se toman en cuenta a todos como dicta el supuesto Derecho.
Las personas se manifiestan porque existe un deseo de libertad y justicia que no puede ser colmado con ciertas garantías que no terminan por entenderse, cuando no por cumplirse.
Es cierto, hay efectos lamentables a partir de la manifestación social, a veces hasta de alcances mortales, por ejemplo cuando una vía se cierra ante la urgencia de salud del otro.
Pero lo que habrá que decir también es que es por ese otro que la manifestación toma fuerza y cobra sus intereses; nada es gratis. De verdad, no hay manifestación social sin un interés comunitario.
De otra forma, ésta se muere pronto cuando no presenta los argumentos que la consolidan como un producto del malestar social generalizado en el que la mayoría de las veces ofrece una resonancia a la población completa.
¿Cuántas veces la historia ha demostrado la resonancia que puede tener una manifestación social por más pequeña que sea? Hablamos de minorías que logran posicionarse ante la incertidumbre y ambigüedad de Estados e instituciones.
Su influencia ha sido tal que realmente influyen a la población, es decir, a las mayorías para que así mismo salgan a las calles y expresen lo que han callado por años, pero que no han dejado de sentir: el malestar, la inconformidad.
Es cierto, como señalaba Freud (1930), el malestar en el sujeto es constitutivo a raíz de un conflicto permanente entre su deseo y la conformación de la cultura, en otras palabras, el sujeto sacrifica parte de sus deseos, de su libertad para que la cultura sea posible.
Sin embargo, más allá de ese malestar inseparable de la raza humana se presentan cotidianamente y consecutivamente situaciones, injustas casi todas, con las cuales muchos grupos de personas hacen frente a la existencia.
Se les puede criticar y juzgar a partir de algunos efectos adversos para el otro como decíamos, pero una vez que se estudian sus demandas, se revisan las injusticias contra las cuales están peleando, se decanta hacía la justificación.
Falta decir algo que nos resulta importante: actualmente se critican y juzgan de manera hasta violenta a las manifestaciones sociales, y es claro y lógico en el contexto actual.
Cuando todo se trata de eficiencia y flujo, cuando el discurso que corre por los medios de comunicación como por las instituciones que no terminan de respetar los derechos de la población, están en la línea de la funcionalidad, es lógico pensar que las represalias no se harán esperar.
Pero es precisamente hacía ese discurso de supuesta funcionalidad donde apuntan las manifestaciones sociales, las que concluiremos afirmando ocurren ante la contradicción.
Se habla de funcionalidad cuando ciertamente no la hay, el discurso en sí demuestra incongruencias y contradicciones; si las cosas no andan algo se tiene qué hacer al respecto, a veces incluso re-volucionar, moverse de lugar.