En A Ghost Story (2017), el director David Lowery construye una excepcional historia de fantasmas cuando decide recurrir al proceso de duelo y a la fragmentación de las coordenadas espaciotemporales para mostrar otra cara del dolor y la pérdida.
Daniel Centeno con su libro de cuentos No hablaremos de muerte a los fantasmas (2021) consigue también abrir un abanico de posibilidades para hablar sobre aquello surgido en los remanentes de la vida. Si algo tienen en común ambas propuestas, además del tema, es su búsqueda por hablar de lo humano desde la intimidad y desde los encuentros con los seres importantes que nos rodean.
Gracias en parte a la fascinación romántica por el gótico y a la aparición de corrientes espiritistas como la de Madame Blavatsky, la figura del fantasma en la literatura, y después en el cine, comenzó a protagonizar historias que devendrían en el terror popular de nuestro siglo.
La película de Lowery y el libro de Centeno no abrevan de esta tradición, pero sí surgen ligadas al imaginario de la misma. La reciente película Talk to me (2023), de los directores Danny y Michael Philippou, en cambio sí se encuentra asociada a la genealogía espectral de sustos y horrores. Sin embargo, a diferencia del grueso de películas de fantasmas que año con año llenan la cartelera, consigue aunar un elemento extraño en la ecuación: la vivencia humana. Me parece que la cuestión de lo humano como una exploración de lo no dicho y de la intimidad es lo que conecta Talk to me con las obras que mencioné al principio. Las tres, desde diferentes posiciones, consiguen una perspectiva propia de un mismo asunto: la muerte.
No quiero decir que la película de los hermanos Philippou se encuentre exenta de mostrar algunos problemas propios del género, como el final cíclico que deja abierta la puerta a una secuela, o la aparición de adolescentes nefastos que quieren “pasarla bien”, pero consigue erigir un discurso coherente sobre el tema al construir una protagonista con la suficiente profundidad como para abarcar las complejidades de la muerte.
En este sentido, el ritmo de las tomas y los cortes de la película generan una tensión creciente que dialoga con la situación interna de la protagonista y con su pérdida. Me parece que en este diálogo es donde se encuentra lo interesante de la película, porque entronca (guardando las distancias, por supuesto) con otra tradición de las historias de aparecidos, aquellas en donde la otredad de la muerte se plantea como una alternativa continuadora o enrarecida de la vivencia humana, es el caso de los espíritus que aparecen en Hamlet, en el Satiricón y, aunque falsos, en el Quijote.