El mundo antiguo atribuía la creación artística a musas, dioses o demonios que arrebataban al artista la responsabilidad sobre sus obras. El mundo moderno asocia el arte a la intuición y a otras facultades subestimadas por quienes no aceptan más que la racionalidad puesta al servicio del orden establecido y, por tanto, niegan la posibilidad de responder por el resultado de actividades que desafían el sentido de finalidad dominante.
Sin embargo, los resultados de esta sinrazón supuestamente irresponsable y sin sentido logran una coherencia interna difícilmente accesible para las tareas no artísticas y que, muchas veces, ciertos sectores de actividad vinculados al mercado aprovechan en su beneficio. En nuestros días entendemos la creatividad como una facultad presente en todos los ámbitos y predominante en el artístico.
Las sociedades actuales han encontrado maneras de asimilar el trabajo artístico al orden establecido que enfatizan la importancia de la creatividad. Domesticada y sometida al aparato productivo, la conciben como un recurso fundamental de las industrias creativas: fílmica, televisiva, editorial, musical, publicitaria, y reconocen para el artista derechos de propiedad intelectual sobre sus obras a cambio de ciertas responsabilidades. Además, se ha generalizado el uso del término innovación para referirse a la acción y efecto de hacer algo novedoso con buen éxito comercial.
En concreto, nuestra Ley de Ciencia y Tecnología, sustento legal del Programa Nacional de Innovación, elaborado en el sexenio pasado, entiende la innovación como la capacidad de “generar nuevos productos, diseños, procesos, servicios, métodos u organizaciones o de incrementar valor a los existentes”. Dicho programa tenía como objetivo “establecer políticas públicas que permitan promover y fortalecer la innovación en los procesos productivos y de servicios”, con miras a hacer más competitiva nuestra economía. Pero el reloj político se detuvo bañado en sangre y el programa quedó en meras intenciones.
Como suele suceder, el siguiente gobierno federal ignoró este antecedente y elaboró el Programa de Desarrollo Innovador (2013-2018) que entre frases rimbombantes habla de “fomentar la innovación como impulsora del desarrollo económico”. Pero el régimen llega a su último año de vida sin que se vea cómo alcanzar ese propósito, a menos que su aporte consista en añadir la corrupción al sangriento panorama.
Por otro lado, Industrias creativas & obra protegida, un informe de 2015 elaborado por el Instituto Mexicano para la Competitividad y Motion Pictures Association, mide el impacto del comercio ilegal sobre las industrias creativas en nuestro país, las que producen obras protegidas por derechos de autor o bienes que las incluyen o las distribuyen. El estudio se basa en datos de la Cuenta Satélite de la Cultura en México, del INEGI. Los resultados muestran que la piratería inhibe fuertemente el crecimiento de este tipo de industrias y que, no obstante, según sus proyecciones y supuestos, después de un tiempo se agotan las obras nuevas y el distribuidor debe cambiar de giro o vender obra legal.
El informe cuestiona el subsidio a los creadores porque los hace olvidar que el sustento viene del consumidor final y no de nuestros impuestos. También recomienda mejorar la protección a la propiedad intelectual, pues sin esto deja de haber inversión, innovación y talento, en demérito de la productividad; asimismo, pide diferenciar el castigo para el copiado ilegal de obras protegidas recientes y el de las más antiguas y usar mecanismos de geolocalización en los equipos de copia.
El alto valor agregado del trabajo artístico lo hace deseable en las fórmulas del desarrollo. Sin embargo, los intereses de los artistas no siempre coinciden con los de la economía, principalmente por dos motivos, una más válido que el otro: la defensa de una pureza cada vez menos convincente y el compromiso ético que lleva la responsabilidad artística fuera de sus límites profesionales, para incidir en aspectos la vida colectiva externos al mercado, que finalmente hace agua por todos lados. Dado un estado de cosas evidente para quien tenga ojos críticos, necesitamos artistas profesionales comprometidos con la realidad.