El estreno de Barbie ha traído a colación varias veces el hecho de que antes de Margot Robbie, la producción esperaba que la protagonista fuera Gal Gadot; previamente, Anne Hathaway; y en tiempos —y varios guiones— anteriores, Amy Schumer.
Si bien esta actriz ha tenido una carrera bastante polémica por el tipo de declaraciones que hace y un estilo humorístico que no convence a todos fuera del gremio standupero (a mí tampoco), lo cierto es que, a pesar de haber renunciado en 2017 del proyecto de Barbie debido a diferencias creativas, y que en otra línea temporal seguramente tendríamos una película que no gustaría al grueso de la población, para mí, Schumer ya tuvo su momento Barbie en la película menos pensada.
I Feel Pretty (o como la magia de los traductores tituló en español, “Sexy por accidente”) se estrenó en 2018. No estuve al tanto de sus campañas publicitarias, de los trailers, notas, polémicas… de todo eso no me enteré a tiempo porque en realidad no recuerdo haber visto una amplia difusión. Lo que sí llegué a mirar en la tele fue un corto que ni a teaser llegaba: unos cuantos segundos donde muestran el gran cambio que una mujer tiene tras un accidente en la clase de spinning, la cual la hace creer que ha cambiado físicamente cuando en realidad el resto de las personas sabe que no es así. Y tras ello, un paneo a oscuras con voz en off, mostrando el Sexy por accidente.
Recuerdo bien creer que sería una más de aquellas comedias donde ocurren situaciones chistosas cada cinco minutos, incluyendo bromas al estilo de otros filmes pensados más para reírse que para empatizar con los personajes, pensamiento al cual contribuía el título tan propio del humor hispanoamericano. Desde el inicio caí en cuenta del engaño, pues, en palabras de esta neófita del cine, el largometraje trasciende la barrera de la comicidad simplificada. Sí, el desarrollo argumental lleva a situaciones chistosas para el ojo del espectador, pero éstas son congruentes y verosímiles. Pero lo que más rescaté fueron los espejos.
Renee es una chica poseedora de un hermoso espejo ovalado de cuerpo entero en el que puede observarse cada que vuelve a casa, a modo de ritual resignado. La siguiente vez que Renee se mira frente a un espejo es justo tras su incidente al iniciar el pedaleo alocado de spinning. Como bien había visto en el trailer, Renee, a pesar de su incomodidad, se motiva al escuchar las palabras de la coach; tanto que se acelera en la bici estacionaria y las ligas de su máquina se sueltan. Ella cae, su cabello se atora con la máquina de otra y termina desmayándose.
“I’m beautiful!” exclama al verse en el espejo de los baños, mientras que la recepcionista se desconcierta ante la actitud de una mujer que claramente seguía igual que hace cinco minutos. Pero ahora Renee no veía eso. Ahora poseía la figura que tanto había deseado, derrochando confianza. Volver a casa y realizar su desvestir ritualístico se convierte en una maravilla constante, tanto como al pasar delante de vidrios, echarse ojo mediante el espejo sobre su cama, inscribirse a un concurso de bikini y asumir que todos quedan boquiabiertos al verla tan diferente… Es frente a otro espejo que la magia se pierde y vuelve a ser aquélla que tanto aborrecía. Ocultándose de todos, se siente inmerecedora de sus miradas, de que vean que su figura no es de la modelo escultural que tanto éxito tuvo desde el gran cambio. Y cuando finalmente acepta que no hay posibilidad alguna de volver a la mujer que adoró y actúa en consecuencia, tiene el momento catártico de la película. Ya no son espejos, sino fotos suyas, que a ojo de Renee mostraban la comparación entre la mujer sexy y hermosa que llegó a ser durante esa época y la trágica versión que había sido y vuelto a ser, mientras el resto de quienes la están viendo se mantienen estupefactos al no entender qué sucede, como ocurría cada vez que Renee se encontraba hablando de la bella mujer en la que se había transformado a raíz de esa clase de spinning.
Y allí, frente a las fotos, es cuando ella se percata que siempre fue la misma, que su cuerpo nunca cambió, sino su manera de verse, adquiriendo cualidades que la hacían resaltar entre la multitud. Enfrentada a sus espejos fotográficos, reconoce en ambos la cualidad de ser Renee. Obviamente es película con final feliz, y aunque deja el claro mensaje de aceptación como herramienta fundamental, el cambio no suele ocurrir así, por arte de magia. Para una persona con autoestima saludable, en diversas ocasiones hay momentos de bajón, donde puede no sentirse al cien, pero luego recuperarse. Para una persona con baja autoestima y problemas de sobrepeso, el ritual de observarse cada día puede ser un desánimo constante, al ver imperfecciones unidas en una armadura de inseguridades y comparativas, mientras se sigue intentando la satisfacción personal y el abrazo propio que tanto se necesita.
Esta no es la historia típica de Barbie, incluso de una existencialista como la de Greta Gerwig. De haberse estrenado un lustro después, seguramente la película -y Schumer- habría sido aún más criticada como un largometraje anodino, y tipificada como una comedia más. Sin embargo, los paralelismos entre la filosofía en torno a la muñeca de Mattel y Renee ahí están: ese parteaguas a ser quien quieras ser, a darte un abrazo a través de la pantalla. En las películas, quizás el mundo se abre para protagonistas de historias “extraordinarias”. Si bien en la vida real no ocurre el camino fantástico y súbito, y hay más enfrentamientos constantes con el espejo de cuerpo entero, ahora también en formato celular, lo cierto es que no hay nada más satisfactorio que gritar “I am beautiful!”, y reconocernos protagonistas de nuestras historias.