“Una de las formas más eficaces de influir en la opinión pública es captar políticos.
Al fin y al cabo, los políticos son comerciantes de ideas”.
Joseph Eugene Stiglitz.
Incluso, teniendo la atención de millones de mexicanos, dispuestos a escuchar, los candidatos a gobernar nuestro país no lograron hacer eso que durante tanto tiempo hemos esperado: proponer. Parece que después de estos dos debates, proponer se ha convertido en la kryptonita de Andrés Manuel, Anaya, Meade y del Bronco.
Pero los mexicanos no solo esperábamos propuestas, sino también –en la medida de lo posible-, que los candidatos dejaran de cuestionarse mutuamente con el único fin de descalificarse. No importa si es con o sin argumentos, -a mi parecer-, deberían de aprovechar los espacio de diálogo y análisis precisamente para lo que son, para contraponer ideas, escuchar propuestas y cambiar aquellas que se tengan que cambiar.
Sin embargo, en su lugar, como en el primer debate, los candidatos dejaron ver -lo que en materia de comunicación y marketing tanto anhelan- lo que nosotros, los mexicanos, “queríamos” ver. “Queríamos” ver qué candidato roba mucho y cuál poco, “queríamos” ver qué candidato imprimió más láminas, “Queríamos” ver qué candidato lograba improvisar los clásicos chistoretes que tanto nos divierten.
El problema del “Queríamos” no es común en nuestra vida cotidiana, pero, con el proceso electoral más grande en la historia de nuestro país, en el escenario de las redes sociales y frente a una ciudadanía apasionada por la euforia, era de esperarse que algunos operadores políticos, utilizarían la estrategia de los memes y de la opinión para ganar.
Por desgracia para muchos y fortuna para otros, con la opinión del ciudadano no se gana, incluso –me atrevería a sentenciar-, un solo candidatos podría llenar Twitter, Facebook y YouTube con millones de #Hashtag en pleno debate y aun así, para quién se fija en las propuestas, para quien analiza el fondo y la forma del discurso, este candidato habrá de perder trágicamente en pensar del ciudadano.
Los mexicanos fuimos testigos de la aplicación más dolorosa de una dosis llamada incertidumbre. Incertidumbre por no saber cuáles son los verdaderos intereses de los candidatos, incertidumbre al no conocer las estrategias en materia de seguridad, economía, salud y educación para reducir los índices de marginación, desigualdad y discriminación.
A cambio de esa dosis de incertidumbre, los candidatos nos dieron la oportunidad de elegir un nuevo régimen de gobierno, el de la Opinocracia. La Opinocracia consiste en ese gobierno que hace como que escucha a los gobernados que hacen como saben y que al final de cuentas, gobierna quien tiene los espacios de poder y toma de decisiones.
La Opinocracia permite la libertad de expresión en su máximo esplendor, permite la libre y universal agrupación entre individuos para que, a fin de sus intereses, den su opinión respecto a un tema, programa, acción o situación. Pero cierto es eso de que, una cosa es que tanto el ciudadano habla de la política y otra cosa es, que tanto sabe de y en la política.
Con esto no debemos asumir la idea de que “quienes opinan no saben lo que opinan” , pero es precisamente esa la tesis central sobre la cual puede la Opinocracia gobernarnos, es decir, qué tanto sabemos los ciudadanos en materia de salud, economía, relaciones exteriores, seguridad nacional, combate a la pobreza o educación y que tanto podemos realmente influir en el proceso para solucionar los problemas de cada materia.
Debemos reconocer que, la opinión es precisamente la expresión de una persona, basada en juicios de valor, experiencias, vivencias, ideos u otras opiniones. E incluso, no podremos equivocarnos al aceptar que, hay opiniones que dividen y restan intenciones, fuerzas, aliados y, en el peor de los casos, quien opine en un lugar inadecuado, puede perder credibilidad, certeza y legitimidad.
Los ciudadanos deberían reunirse, crear foros y mesas de análisis para estudiar las implicaciones de todo aquello que los candidatos ignoran o simplemente no hablan. Porque también es cierto eso de que, en nuestro país hay heridas que, por su dolor, -dicen algunos, es mejor no tocar. Sabemos cuáles son esas heridas, deberíamos hacerlas nuestras y hacer hasta lo imposible por sanarlas.
La opinión puede herir susceptibilidades, pero el análisis, las propuestas y las ideas pueden fortalecer el pilar más importante sobre el cual está construido nuestro país: la democracia.
Como buenos ciudadanos debemos permitir y fomentar los espacios de participación, pero estos espacios deben siempre sustentarse con argumentos y no con meras opiniones, porque ya deberíamos estar cansados de esos candidatos chistositos y payasos que nos dan circo, maroma y whats.
Voy a insistir con que el país necesita una revolución, pero una revolución de conocimiento y con información, una revolución en donde los jóvenes sean tomados en cuenta, en donde las organizaciones de la sociedad civil sean incluidas, una revolución en donde la comunidad de la diversidad sexual tenga voz, rostro y voto. Una revolución en donde a las mujeres se les reconozcan de forma universal sus derechos.
Necesitamos una revolución contra quienes quieren o intentan insertar la Opinocracia a nuestra forma de gobierno, necesitamos fortalecer nuestros papeles como ciudadanos y debemos recobrar eso que nos han robado, la libertad.
Que en esta revolución de conocimiento, los mexicanos salgan con la información y el deseo de ser representados como únicas armas, que el único ganador en esta pugna por la democracia, sea nuestro país.