La literatura vive su mejor momento. La literatura vive su peor momento. Así es el mundo digital. Contradictorio. Caótico. Excesivo. Todo el mundo puede publicar. Pero la triste realidad es que solo unos pocos publican. El resto se limita a exponer su obra.
Exponer es ‘presentar algo para que sea visto’. Mientras que publicar es ‘hacer notorio o patente, por televisión, radio, periódicos o por otros medios, algo que se quiere hacer llegar a noticia de todos’.
De todos. La RAE exagera, claro. Sería más preciso decir de muchos. Aunque la definición de la RAE me parece mediocre, expresa con contundencia lo que debería significar el hecho de publicar.
Publica, pues, quien consigue que su obra llegue a mucha gente. Digamos, por poner una cifra, a 3000 personas. En los tiempos analógicos, los que conseguían publicar, conseguían publicar, su obra tenía la visibilidad que debe tener una publicación.
El resto, exponemos. La mayoría, expone. Lo digital no nos ha dado nada. Al contrario, lo digital ha generado una abundancia que lo tapa casi todo, una torpeza veloz-frívola y una desorientación apocalíptica.
Siento nostalgia cuando ojeo los libros antiguos de mi biblioteca, ejemplares de hace cincuenta, sesenta, setenta años, obras sin erratas, sin grandes errores, la diferencia entre el hoy y el ayer es abismal, y a nadie parece importarle.
Encuentras en la literatura contemporánea errores de todo tipo. Abundan las frases mal construidas o mejorables. Escasea la coherencia, los autores escriben cosas que ni ellos se creen. Escasea la coherencia, los autores se contradicen o exponen argumentos sin sentido.
Encuentras en la literatura contemporánea mediocridades que se venden bien y excelencias que pasan desapercibidas. Lo brutal le ha ganado la partida a lo estético, poco importa el arte de contar, lo que hoy interesa es la intriga, el cotilleo, la sangre.
Recuerdo ―hablo de memoria― cuando Cela decía lo mucho que había trabajado sobre La familia de Pascual Duarte, admitiendo que los aportes del editor, del corrector de pruebas y del impresor habían mejorado el libro.
Por supuesto, como la literatura vive su mejor momento, son muchos los autores y autoras que miman sus obras a lo Cela. Pero, claro, como la literatura vive también su peor momento, son más, muchos más, los que no miman sus obras de ningún modo.
En cuanto a las editoriales, las que corrigen, corrigen lo justo, y es frecuente encontrar erratas y errores incluso en la primera página. El listón nunca había estado tan bajo, se ha juntado el hambre con las ganas de comer.
Qué narices, digámoslo claramente, el editor mercantilista ha sabido maleducar al lector, lo ha convertido en un títere que maneja a voluntad, ahora vas a leer negra e histórica, mañana te daré gore y pasado lo que me salga del birrete.
Lo digital. Ahí es nada. «Siento la pulsión del futuro, la revolución que llega con la era digital, pero echo de menos las lindezas literarias del pasado, aquel toque de romanticismo y cortesía», nos dice Siri Hustvedt en El mundo deslumbrante.
Releyendo la frase de Siri, observo que la conjunción adversativa (pero) no procede porque no hay contraposición. Pero entendemos perfectamente lo que quiere decir. Lo digital, con su abundancia, nos lo está quitando todo. Eso quiere decir.
Cuando empecé a escribir, por ejemplo, las editoriales te devolvían los originales. Llegaba un paquete con el manuscrito y el rechazo. Te respondían en tres meses. El engranaje funcionaba. Incluso descubrí correcciones en algún original.
Ahora es raro que te respondan. Ya apenas hay rechazos. Lo que se lleva es el silencio. Un silencio digital. Sobran autores. Faltan lectores. Lo editorial es una selva donde lo que único que cuenta es la cuenta de resultados. Y es complicado encontrar a un autor con alma de artista. }
Ilustración: Mo Eid (Pexels)