Recientemente navegaba por Facebook cuando me apareció una foto donde decía “Post para comentar esos libros que leyeron, pero jamás han visto que alguien más hablara de ellos”.
Las respuestas me remitieron a mi adolescencia-joven adultez, cuando leí mil y un libros en línea, y de lo gratificante que es hallar literatura diversa en redes sociales, de leer esas frases que luego compartirás en una publicación, estado o simplemente como fondo de pantalla. Porque hay algo muy bello que resulta de escuchar (porque también escuchamos con los ojos) palabras que te conmuevan, y que con el tiempo te hablan de una manera distinta.
Y cómo no hablar del auge de los booktubers o bookstagrams que acompañaron al crecimiento de estas comunidades de creadores de contenido en Youtube e Instagram, ni qué decir de cuando por allá en 2010 también fue muy popular tener un blog en Blogspot.com o en Tumblr y andar compartiendo reseñas, reflexiones y creaciones propias.
Cómo olvidar estas redes semiclandestinas de pdfs gratis. De leer la pregunta “¿alguien tiene este libro?” y que alguien respondiera “¡Yo! Pásame tu correo y te envío este y estos otros títulos”, y ya luego aparecían decenas de personas también queriendo recibir los pdfs.
Hoy en día esta convivencia digital ya es más discreta. Comenzaron a deshabilitar sitios que se encargaban sólo de eso, dígase compartir o traducir libros gratis, o eliminar estos grupos cuando los identifican en alguna red social. Cabe aclarar que muchos sitios eran muy populares y técnicamente sin fines de lucro, porque en esta nube digital que nos ofrece el internet sólo buscaban encontrar personas con pasiones similares.
Aún en la actualidad, me queda la nostalgia de no haber intentado ser editora en “Librosdelcielo.net”, aunque todavía en 2019 continuaba acudiendo al sitio a descargar literatura juvenil gringa.
De hecho, la polémica sobre compartir un libro digital retomó fuerza en 2020, cuando Fernanda Melchor tuiteara sobre que no se regalen los libros digitales, tuit por el que se abrió de nuevo el debate sobre los derechos de autor, si leer pdfs o epubs, y demás. Recordemos también el caso en torno a LaPirateca.com y el problema de la falta de difusión de autores o materiales valiosos, como al publicar la obra completa de Abigael Bohorquéz. Y queda la discusión eterna sobre si leer en formato impreso o en una Kindle/su table de preferencia. O el mundo de las autopublicaciones en plataformas como Amazon.
Asimismo, tras la creación de Youtube, surgió una comunidad fuerte sobre contenidos de literatura, los booktubers; y estos creadores comenzaron a crecer con recomendaciones de libros, chismes literarios en ocasiones, películas, organización de libreros y demás.
Conforme la palabra influencer tuvo peso como una profesión, los booktubers también pudieron aspirar a ganar más dinero por su contenido e incluso recibiendo promociones pagadas, trasladando esto a Instagram y Tiktok. Mientras que los bookstagrammers lograron que los libros fueron estéticamente atractivos, pues alguien podía enfocarse en una foto muy bella y luego leer la descripción y convencerse de leerlo, los booktokers han logrado acercarse a las poblaciones juveniles e infantiles, promoviendo la lectura de una manera que muchos de la vieja escuela nunca se habrían imaginado (y monetizando, además), y formando parte de las ferias de libro para compartir esos tips de promoción lectora.
Pero también tenemos proyectos de jóvenes, que simplemente han contribuido a ellos generación tras generación por el amor al arte, sin fines económicos. Es el caso, por ejemplo, de Proyecto Ululayo, surgido en 2008 y que en su época de mayor auge en México, era reconocido principalmente por intervenir lugares públicos con calcomonías o frases literarias. La frase más famosa a la fecha de ha sido la que seguramente varios habrán visto, y que ya hasta es una categoría específica de todo el proyecto: Por favor, lea poesía. A la fecha, se han plasmado más de 300 mil calcomonías alrededor del mundo.
Me parece muy importante recalcar todos estos puntos, pues la manera en que leemos hoy en día es distinta. Hay una maestría en España de Letras Digitales de la que me llevo una cita crucial que encontré en la tesis de Berta Martín Collado, quien dice: “En un mundo cambiante, de tecnologías omnipresentes, es indudable que surgen nuevas formas de dirigirse a los lectores, nuevas formas de aproximarse a los textos y, en definitiva, nuevas formas de leer. La era digital ha supuesto una transformación en la lectura que va mucho más allá del mero cambio de soporte. Al margen de si se lee en papel o a través de un dispositivo electrónico, el mundo del libro se ha visto profundamente sacudido y con él todos sus participantes. Desde la manera en que se edita, la manera en que se promociona, la manera en la que se habla o se prescriben libros”.
La belleza de la literatura es que evoluciona con nosotros, aunque no siempre seamos conscientes de ello. Llega el punto en que ya no es una editorial o la escuela la que dicta qué leemos, sino que somos atraídos gracias a nuestras conexiones digitales.