Iniciamos el año con el tema de los gasolinazos, con el alza de precios en la electricidad, con la incertidumbre de no saber cuánto aumentará la canasta básica, el transporte, y demás.
Nos despertamos sabiéndonos peor que el año pasado, con un cierto temor que estanca, que no asombra sino alarma: se prefigura un año más difícil de lo normal –dificultad que va más allá de lo que se puede sentir cada nuevo año-, de lo que estábamos acostumbrados en los últimos años.
Los medios de comunicación amanecieron, el día de ayer, con un bombardeo atípico, nos dejaron caer bomba tras bomba, titulares que, al leerlas una a una, iban minando las ganas y los sueños y los proyectos que se hablaron días antes.
Hacen preguntarnos si no será mejor esperar a que las cosas mejoren para llevar a cabo ciertos planes, ¿pero algún día mejorarán? La inercia nos dice que no, por el contrario, empeorarán -¿me pregunto a quiénes les conviene nuestro miedo? ¿Quiénes se benefician de la pasividad social por miedo a perder lo poco que tienen?
Nos dicen que aseguremos el trabajo aunque éste sea un lugar de explotación, aunque sigamos siendo los esclavos modernos, porque la situación es complicada (cada año escucho lo mismo, cada año la gente teme a perder sus empleos, cada año las personas prefieren conservar la precariedad que significa su rutina diaria, porque eso es mejor que nada. Y, en realidad, no es culpa nuestra, no es un no querer sino un no-poder, porque de pronto cada vez tenemos menos oportunidades de movimiento, porque nos están asfixiando lentamente, y algunos se van muriendo sin darse cuenta).
Nos dicen que hay que ahorrar pero los sueldos no invitan a darnos esos lujos, nos dicen que pensemos en nuestro futuro, pero allá adelante, no se ve nada claro.
El país no se ha derrumbado porque el futbol, porque el alcohol, porque…: las válvulas de escape nos las mantienen, nuestro vicio está bien suministrado. Ellos lo saben muy bien, los hambrientos, los insaciables, los que gustan de los bonos, los de las casas blancas, los de las empresas fantasmas, los que dicen velar por nosotros, por nuestro bienestar.
Nos duele no la información sino el cinismo que impera detrás de ella, de los protagonistas, los maquinadores de esta tragedia.
El 2017 inició con bloqueos y malestar social justificado. Cada día existen más llamamientos a realizar acciones en contra de las decisiones tomadas por nuestro gobierno, porque ahora sí estamos viendo que la herida sangra, que por esa abertura se nos está yendo todo, incluso lo que deseamos, lo que todavía no es.
Aquí ya no tiene que ver qué ideología de partido (¿la tienen?); es decir, cuál conviene más o es afín a nuestra forma de entender el mundo. No tiene que ver con un asunto de apoyar a tal o cuál candidato, pensar que alguno vendrá a salvarnos.
Por fin, creo, estamos siendo conscientes de que ninguno de ellos –póngale el color que quiera-, está haciendo algo por la sociedad, por el contrario, las redes sociales y los medios de comunicación los han expuesto, los han mostrado tal cual son: expusieron su verdadera naturaleza, su ser-así, su núcleo, el de los políticos, gobernantes, su objetivo central: beneficiarse, aprovecharse de cualquier circunstancia para enriquecerse y acumular poder para mantenerse impunes (no es el hecho de tomar decisiones como el de quitar el subsidio a las gasolinas por beneficio del país, incluso el de los más pobres como han dicho algunos analistas, sino todo lo que rodea e implica seguir soportando a una clase política corrupta, políticos que siguen llenándose los bolsillos de dinero público de forma desmesurada, gobernantes ladrones que se la han pasado saqueando al país; y ésta es una de las razones por las que se toman este tipo de medidas desesperadas por parte del gobierno, dadas las circunstancias que anuncian la posibilidad de enfilarse a la quiebra del país).
Existen otros medios para mejorar la situación crítica de México, pero no lo hacen porque no es conveniente, no para ellos, no para los que se siguen repartiendo lo que “sobra” del presupuesto.
Hay quien dice que los inconformes son pocos pero hacen mucho ruido, que están en las redes sociales únicamente, tal vez sea de esta manera, pero esos pocos reflejan el sentir de muchos millones que por diversas circunstancias no han participado activamente; es decir, mirar solo el exterior sería un error en el análisis, que a futuro, podría costarles muy caro a los que ahora se ríen de nosotros.
Los que no debemos equivocarnos en la lectura de las situaciones somos los inconformes. Tal vez, aguardar un momento y contemplar el panorama, sea una posibilidad de salida, de generar ciertas dudas con sus respectivas preguntas que resultarán de mucho mayor provecho a la hora de enfrentarnos a aquellos mencionados.
Más que nunca necesitamos detenernos un momento a pensar cómo contrarrestar los problemas fundamentales que nos atañen, porque no basta la acción concreta, el golpe mediático, sino poner sobre la mesa los fundamentos que lo justifican, sólo de esta manera, no únicamente valdrá la inconformidad sino la propuesta que, para casos prácticos, resulta ser el elemento primordial.