La primera y única vez que fui a Mazatlán estuve de paso; fue medio día antes de embarcarme al ahora destino turístico, aquella isla cárcel de las Islas Marías. Barba y yo decidimos ir a comprar café para la prensa francesa que el primero traía consigo desde Tijuana. Cuál sería nuestra sorpresa al no hallar “cafés” ni en Maps. Calles ausentes de aquello que para nosotros ya es vital.
Las raíces del “boom” cafetero en nuestra ciudad fronteriza son nuevas. Antes sonaban nombres como Café La Especial, Café Lada, Café Loto, El Jardín de Alá o El Emilio’s, pero la mayoría de las cafeterías locales funcionaban precisamente bajo el concepto de una cafetería restaurante donde puedes sentarte a comer… y quizás acompañarte de un cafecito.
Eso cambiaría en el nuevo milenio. Apenas daban los primeros pasos dosmileros y ya comenzaba a verse los brotes de cafeterías cuyos locales invitaban a tomarse ya no una comida, sino pasar directo a la sobremesa perpetua mientras reposaba el café recién hecho. Y así, estos establecimientos iniciaron su consolidación en la psique tijuanense.
El universo cafetero se expandió rápido. Para la década de los 2010 ya encontrabas muchas sucursales de D’Volada, considerado pionero en el formato de café y del cual se desprenderían baristas por toda la ciudad, pero también locales que iban surgiendo bajo la premisa de café de especialidad, como Baristi (y sus consecuentes sucursales), Das Cortez, El Hidalgo, Cru y muchos otros (como un cat café, de los pocos en México), hasta formar un mapa cafetal sin precedentes hacia la mitad izquierda de Tijuana.
Más allá de alguno de los baristas que han participado en concursos a nivel nacional, poco se asocia la palabra café con Tijuana. A la mente de muchos vienen “frontera”, “bordo”, “migrantes”, su leyenda negra (dígase “Zona Norte” o “HongKong”), “tacos” o quizás el creciente otro mundo de la cerveza artesanal. Pero no café. Eso lo pude sospechar en aquellas calles sinaloenses cuando por fin encontramos un café, sin saber tampoco que sería el salvador de muchos escritores cuando escaseara tal bebida en la isla.
Apenas el año pasado confirmé que el tema es aún desconocido mientras en un taller virtual de ensayo literario, mis compañeras de curso se intrigaron cuando hablé de la esencia del café en la ciudad. Oaxaca. Ciudad de México. Veracruz. Pero no Tijuana. Y no, definitivamente es imposible comparar a la esquina del país con estados icónicos en el tema, o pensarlos siquiera en igualdad de términos, sobre todo cuando 20 años después hay una crítica creciente a la saturación de este giro empresarial, la exclusión de la Zona Este y a la calidad-precio en muchos de los locales; pero es innegable que la bebida aromática ha permeado la nueva cultura tijuanense al punto de que, a pesar de la influencia gringa, uno no necesita Starbucks cuando tiene “un café en cada esquina” y la oportunidad de experiencias cafeteras diversas, como sus habitantes.