Por experiencias de otros países en la medición de la dimensión económica de las actividades culturales se sabía que este sector tienen más importancia de la que se creía al considerarlas improductivas. En el nuestro, las aproximaciones independientes y oficiales confirmaron que aquí también se cuecen habas. Coincidían en atribuir un peso significativo a la aportación económica de la cultura; faltaba un acuerdo sobre cómo medirla.
En un carnaval de información dispersa, los números cumplían la definición de la estadística como la medida de nuestra ignorancia. Pero en los mundos empresarial y académico ya había voces que clamaban por usarla para mejorar nuestro conocimiento. Después, acuerdos internacionales firmados por el gobierno lo obligaron a estudiar seriamente un campo hasta entonces concebido desde un punto de vista en el que se registraban datos aislados, útiles para adobar discursos e informes pero sin referencia ni comparabilidad con las de otros países y de otros sectores del nuestro y, por tanto, inservibles para fundamentar la toma de decisiones.
Así, después de un tiempo y mucho trabajo, ya contamos con una cuenta satélite y una flamante secretaría para el sector que aprovechan los avances previos para trazar nuevos derroteros económicos. Se trata de esfuerzos por seguirle el paso a una realidad dinámica, compleja, omnipresente.
Según datos de Sistema de Cuentas Nacionales de México: Cuenta Satélite de la Cultura de México 2013: año base 2008: preliminar (INEGI, 2015), la riqueza generada por las actividades culturales en ese año creció más que la producida por el país; la primera en 2.2% con respecto al año anterior, mientras que la segunda apenas en 1.4%; ese mismo año, la participación de estas actividades llegó a 2.8% del total de la economía. Dentro de su heterogeneidad, la mayor participación estuvo en los servicios de esparcimiento culturales y deportivos y otros servicios recreativos, con 45.7%; le siguieron la información en medios masivos con 18.5% y los servicios profesionales, científicos y técnicos con 10.7% del total.
El sector cultural atraviesa al resto de la economía: 23.8% corresponde a las industrias manufactureras y abarca la producción artesanal, la impresión de libros, periódicos y revistas, la fabricación de películas, aparatos fotográficos, equipo de audio y de video, entre otras; la producción cultural de los hogares cubre 21.4%, mientras que 15.9% corresponde al comercio de productos culturales y 15.8% a la información en medios masivos.
Hay más detalles en el comportamiento económico del sector. En 2013 tuvo un saldo positivo con respecto al año anterior en artes escénicas y espectáculos, medios audiovisuales y música y conciertos, mientras que la producción de libros, impresiones y prensa; patrimonio; y artes plásticas y fotografía terminaron con signo negativo en el mismo año.
Surgen cuestiones interesantes si lo anterior se cruza con otro dato de interés, consistente en el crecimiento de puestos de trabajo ocupado. En cada actividad aumentaron de manera distinta: predominan las artesanías y juguetes tradicionales con 33.2%; les sigue la producción cultural de los hogares con 22.7% y el comercio de productos culturales con 14.9%, entre los principales.
La tercera parte del total de puestos de trabajo ocupado corresponde a las artesanías y juguetes, pero su valor equivale a una fracción de la producción de las industrias manufactureras que en conjunto generan menos de la quinta parte de la riqueza producida por el sector.
El contraste entre el predominio numérico de los artesanos y la pobre remuneración de su trabajo se relaciona con factores ajenos al mercado como la vigencia de las tradiciones populares, la implementación de políticas públicas específicas, el diálogo de las organizaciones civiles con el gobierno, etcétera. La medición económica muestra la importancia del sector pero no termina de explicar por qué su dinamismo no se contagia al resto de la vida colectiva.
La cultura rebasa los enfoques económicos convencionales. Forma parte de nuestra vida pero desconocemos sus verdaderas dimensiones. Estudiarla exige la participación de los sectores público, privado y social, con enfoques multidisciplinarios que amplíen nuestra comprensión de sus expresiones. De este modo, se podrá generar información enriquecida con elementos que orienten la toma de decisiones hacia un desarrollo más equilibrado en lo económico y más armónico en sus aspectos simbólicos, ideológicos y emotivos.