Cuando Freud escribía en su texto, Inhibición, síntoma y angustia (1925), que la angustia era una reacción del sujeto ante la experiencia de desvalimiento del yo, nos viene a la mente la imagen de un país que parece desmoronarse ante el desamparo que parece estar sufriendo.
Desvalimiento, desamparo, desabrigo ante una estructura de gobierno que tiene como característica primordial de su período, la decisión equivocada.
Por supuesto, dirán muchos, no sólo tomar decisiones equivocadas han sido representativas de esta administración; la mentira, el despilfarro, las desapariciones, entre otras, son emblemas de lo que en el futuro se recordará del presente.
La otra fuente de la angustia, de acuerdo a Freud, es el evento traumático, que como podemos ver en nuestro entorno, se vive constantemente a razón de las diferentes manifestaciones sociales que han tenido lugar en muchos lugares del país, y que lamentablemente, han sufrido de una fuerza represora que las inhibe.
Y habría una más, otra forma para producir angustia, esto es, la acumulación de excitación de un cuerpo, que en una perspectiva social, significaría el conjunto de sujetos que conforman a una sociedad que en tiempos actuales se encuentra acumulando malestar.
Sabemos que ahora en México tenemos en plena actuación las tres formas antes descritas para la producción de angustia. Las calles, los hogares, las ciudades en sí, hoy como cada tanto sucede en este tipo de gobiernos sin gobierno, sufren de angustia.
La angustia se diría en psicoanálisis, es ya en sí misma una manifestación sintomática, pero además genera otro tipo de expresiones patológicas que en su momento vienen a deteriorar un cuerpo.
Nos referimos a lo siguiente: ante la acometida de la angustia en el cuerpo, éste se inhibe de sus funciones, no realiza lo que está destinado a hacer; es lo que se ha denominado como una limitación funcional del yo.
El yo deja su trabajo de consecución del placer, se frena y por lo tanto, se presenta una acumulación de energía. Fenómeno problemático que podemos observar en el cuerpo social, el cual nos diría Freud (Psicología de las masas y análisis del yo, 1921), no tiene diferencia con lo individual.
Con esto bien podemos entender la razón, si quiere uno sintomática, que puede representar la manifestación social, como una salida, una expresión neurótica ante la suma desmedida de energía acumulada.
Valdría preguntarse, ¿qué tenemos además de la manifestación social, de las marchas por las calles que en últimas fechas vienen a demostrar la inconformidad y el malestar?
Los artistas ofrecerán tal vez más y distintos caminos para la salida ante la angustia, intelectuales y personalidades con carácter de responsabilidad social, harán y hacen lo mismo seguramente.
Lo que aquí nos preocupa es que estemos hablando en estas palabras, desde esta posición que claro, incluye la queja, el malestar y la demanda de que las cosas en el país vayan por otro lado.
Lo preocupante es que hoy estemos sufriendo de una angustia generalizada ante el desvalimiento del ciudadano común con respecto a las autoridades y las instituciones, que en resumen, tendrían como único trabajo, como único destino, el que los conciudadanos vivan, lo más satisfechos posible.
La angustia tiene un origen en México: falta de responsabilidad, falta de ética. No faltan recursos, no faltan personas, como se ha dicho en los días recientes, lo que sobran son personas sin compromiso, personas sin ninguna ética.
Pero falta decir algo más, algo más allá de la inhibición que la angustia representa para el sujeto una vez que aparece, la angustia también es una suerte de alarma.
Pongamos como ejemplo algo tan familiar y cotidiano como es el sueño. Cuando a una persona le acomete un sueño de angustia, -llámese pesadilla-, ¿qué es lo que sucede regularmente? No se llega al fondo de lo terrorífico, antes de la caída, antes de acercarse demasiado a lo que causa miedo, la angustia lo despierta.
La angustia puede aterrar a alguien, incluso a una nación entera ante el clima de violencia e incertidumbre que se respira, pero hay que decirlo, también puede y seguro está sucediendo, despertar al cuerpo social.
Despertarlo de la indiferencia, de la pasividad, de la misma banalización de la violencia que sufre constantemente, la angustia no para aterrar, en el sentido de detenimiento que hoy podemos apreciar en la nación, sino la angustia como señal de alarma que hace abrir los ojos.
La angustia de un cuerpo social como de una nación que se desmorona ante las equivocadas decisiones, representa al mismo tiempo una oportunidad y un reto. El reto de decidir, de elegir más inteligentemente; la oportunidad de apostar no por lo mismo, por las mismas figuras que hoy dejan en desamparo a millones.