Pienso que Jim Jarmush no ha recibido toda la atención que se merece. En Estados Unidos y dentro del circuito de cine independiente es toda una leyenda, seguro más de un cinéfilo ha visto sus películas, pero a pesar de su larga filmografía y de haber colaborado con estrellas de Hollywood muy importantes, prácticamente continúa siendo desconocido entre el gran público (lo que sea que esto signifique). Tal vez se deba a que suele jugar con la fragmentación de las secuencias argumentales o porque experimenta con la narrativa cinematográfica tradicional. De cualquier forma, hace poco revisité Noche en la Tierra (1991) una película formada por cinco historias breves y creo que vale la pena dedicarle algunas reflexiones.
El Leitmotiv que hace avanzar los fragmentos se compone por un viaje en taxi. La mayor parte de las historias ocurren en el interior de un coche, sobre todo a raíz de charlas entre el taxista en turno y su pasajero. El aspecto dialógico que mueve la narración es relevante puesto que permite que el espectador infiera mucho de lo que no se menciona. En este sentido, se activan una serie de posibilidades en torno al futuro y el pasado de los hechos que enriquecen la escena (breve y casi en tiempo real) mostrada.
Para conseguir que el espacio diegético no pierda interés a pesar de que el tiempo narrado corresponde casi de manera paralela con el tiempo de la narración (es decir, que la elipsis está reducida solo a los momentos de silencio) Jarmush utiliza un elemento que sabe manejar: el humor. En su cine ásta es una herramienta que suele aparecer de manera constante, y en la película de la que aquí escribo no es diferente: las secuencias son de chusca resonancia. El viaje se convierte entonces en una divina comedia, en un descenso al infierno que desemboca en conclusiones siempre impredecibles.
Que sirva este breve acercamiento para interesar a alguien que no haya conocido a Jarmush. Aunque tal vez Los muertos no mueren (2019) esté demasiado fuera de la narrativa tradicional y quizás Paterson (2016) parezca muy mesurada, lo cierto es que el director estadounidense ha sabido renovarse y experimentar con los géneros. Solo por esto ya valdría la pena reconsiderar su visión del mundo. Me queda pendiente, eso sí, escribir sobre César Aira y su esencia Jarmushiana (o al revés). Otra ocasión será.