Ali Hazelwood, la autora que conquistó a los lectores con romances ambientados en laboratorios y protagonizados por científicas brillantes, nos presenta Jaque mate al amor. Esta vez intercambia microscopios por piezas de ajedrez, pero sin perder su sello distintivo: heroínas complejas, llenas de contradicciones y profundidad.
Mallory Greenleaf, la protagonista, es una joven que abandonó el ajedrez tras un trauma familiar, resignándose a trabajos modestos para mantener a su madre y hermanas. Sin embargo, la necesidad económica la arrastra de vuelta al tablero, donde se enfrenta a Nolan Sawyer, el campeón mundial: arrogante, enigmático y, contra todo pronóstico, alguien capaz de desafiarla más allá de las partidas. Lo que comienza como una rivalidad cargada de tensión se transforma en una conexión intensa, donde el ajedrez se convierte en el lenguaje de sus emociones.
Hazelwood tiene una virtud: no solo empodera a sus personajes femeninos, sino que los humaniza. Mallory no es la típica heroína invencible; es una mujer que arrastra culpas, que duda de su talento y que, pese a su inteligencia, debe aprender a perdonarse. Su crecimiento no se limita a derrotar a su oponente, sino a reconciliarse consigo misma y con el juego que una vez amó. Este desarrollo nos recuerda a otras protagonistas de la autora, como Olive, de La hipótesis del amor, quien batallaba por abrirse espacio en un mundo científico dominado por hombres.
El ajedrez, en esta novela, no es solo un escenario, es un símbolo. A través de él,
Hazelwood explora las dificultades de ser mujer en un ámbito competitivo y tradicionalmente masculino. La autora no lo disimula; lo aborda de frente, tanto en la trama como en las notas finales, donde reflexiona sobre la invisibilidad femenina en este deporte.
Jaque mate al amor confirma que Ali Hazelwood no es solo la «reina del romance científico», sino que es una escritora que construye personajes femeninos auténticos: mujeres que tropiezan, que luchan y que, pese a todo, no renuncian a su lugar en el mundo. Ya sea en laboratorios, torneos de ajedrez o aulas universitarias, sus historias dejan una certeza: aunque el camino sea difícil, la partida siempre vale la pena jugarse.
Y al final, como en el ajedrez, el amor y la vida se tratan de saber cuándo avanzar… y cuándo sacrificar las piezas correctas.