Al amanecer, cerca de las 5 am, puedes observar un tumulto de niños japoneses rumbo a sus escuelas. Todos con sus mochilas cuadradas, pulcros.
Los hay de todas las edades y todos ellos van sin sus padres: su madre los despiden en la puerta, les da la responsabilidad de llevar sus cosas, de cuidar su bentō (lunch) y les enseñan constantemente la independencia. Hay pequeños de cuatro o cinco años de edad vagando solos por las calles, rumbo a su enseñanza. ¡Ya sea solos o el grupo, tienen la responsabilidad de llegar bien a sus deberes!
Es México somos sobreprotectores. Recuerdo a mis compañeros de secundaria ser llevados por sus madres al salón de clases o recuerdo a mis compañeros de preparatoria esperar el arribo del progenitor en la salida escolar. Los más independientes llevaban el auto de casa prestado, (tal vez por pereza de los padres de la monótona entrega diaria). Algunos pocos, como fue mi caso, éramos responsables de nuestro regreso.
Tomábamos dos transportes públicos y caminábamos varias calles para retornar a casa. Tuvimos el dinero justo; si conseguíamos pasaje de estudiante, nos alcanzaba para unas frituras para llenar el estómago en lo que preparaba de comer al llegar a casa.
En México somos dependientes de nuestros padres, algunos de nosotros hasta los treinta y tantos años. En Japón no es así. La limpieza y la puntualidad son valores obligatorios. De no cumplirlos serás socialmente excluido.
Un ejemplo: desde pequeños, al caminar, es obligación del crío ir a la par del padre. Los padres no están cuidando o acarreando al niño. No lo llevan con correas para que no se pierda entre la multitud. El niño ya está consciente de su entorno, aún teniendo dos o tres años, y también de la noción de responsabilidad. En los tumultos no hay una preocupación por «roba chicos», por ello, al caminar los niños van pegados a sus padres.
Los niños no son impecables, en el zoológico jugaban y golpeaban los cristales, hacen pequeños berrinches o piden un helado. Otros traen celulares o cámaras fotográficas funcionales pero enfocados en niños, al tomar una foto, al editarla, la cámara cumple una función y esa función está definida.
Los pequeños japoneses no están pegados a las pantallas de los dispositivos. Parecido a Cuba: los niños juegan de manera real. Si van a cazar pokemón o jugar un videojuego, será temporal, no es que siempre estén en ello.
En Japón las edades suelen respetarse, por ello, cada edad conlleva una responsabilidad. He aquí una diferencia con nosotros: la independencia.