El 29 de noviembre me felicitaron por el día del escritor. Agradecí el detalle, busqué y resulta que en esta fecha nació el venezolano Andrés Bello (1781-1865). En cambio, los argentinos recuerdan a Leopoldo Lugones (1874-1938) en su cumpleaños, el 13 de junio. En México adoptamos esa fecha. Y nos felicitamos más de una vez.
Entonces el nacionalista pregunta si entre nosotros no habrá alguien de letras suficientemente importante para patrocinar la fiesta; y el latinoamericanista despliega un abrazo que hermana al continente. Sí, dirá el primero, ¿pero por qué coincidir con argentinos y no con venezolanos?
Tal vez no importa la respuesta, pero sí la pregunta; se extiende de la Patagonia al Bravo y el Caribe. Aunque tratándose de gente que escribe, la cuestión abarca el planeta, en todos los idiomas. Las palabras y las culturas existen precisamente en el diálogo con los otros.
Con ese espíritu, por proclama del Congreso Internacional de PEN Club, desde el 3 de marzo de 1986 se celebra el día internacional de los escritores ─incluyendo periodistas, traductores e historiadores─. Entre los objetivos de la asociación están proteger la libertad de expresión, procurar el apoyo mutuo entre escritores de todo el mundo, apoyar a los que están en riesgo o en el exilio y promover los derechos lingüísticos. Se realizan conferencias, seminarios y otras actividades encaminadas a reflexionar sobre el oficio y difundir sus ideas y escritos.
Al menos en su página web, la asociación se presenta como un organismo que presta servicios útiles y prácticos. En países como Guatemala, Uruguay o Argentina, organiza actividades en defensa de la libertad de expresión. Interpela al poder dando voz a los despojados del derecho a hablar. En nuestro país existe desde 1926, con una pausa de 1951 a la segunda mitad de los sesenta; tiene sedes en Guadalajara y San Miguel de Allende. Pero no se involucra en problemas extraliterarios.
Así, pues, aquí celebramos a quienes ejercen la escritura el mismo día que los argentinos. Cuando menos deberíamos conocer a Lugones, fundamental en Ramón López Velarde (1888-1921), excelente candidato a convertir su natalicio en día de fiesta nacional.
Igualmente podría postularse a Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), con méritos apenas opacados por los prejuicios antirreligiosos y la misoginia, vigentes pese a los avances en materia de derechos humanos. Y por qué no a Octavio Paz (1914-1998), uno de los estudiosos de la Décima Musa, premio Nobel, poeta, ensayista y con logros en la difusión de artes y letras.
O quizá, bajo el riesgo de desatar una guerra civil entre devotos excesivamente celosos de sus vacas sagradas, podrían proponerse fiestas regionales para honrar a las glorias locales. O aprovechar las ya existentes en forma de juegos florales o concursos de declamación para difundir las obras de los pioneros de las letras en esos lugares. Y consolidar el turismo cultural como actividad económica. Nuestra geografía está salpicada de puntos donde se veneran escritores que alguna vez hicieron algo importante, además de escribir la crónica del terruño.
Visto así, el panorama general debería abundar en signos favorables para el cultivo de las letras y las artes. Pero nuestra república literaria también se caracteriza por el localismo, quizá en respuesta a las tendencias centralistas de nuestro corazón político, si tal órgano existe. Un rasgo común entre los escritores latinoamericanos se refiere a su participación decidida en la política de sus países. Los nuestros lo hicieron durante el siglo XIX y buena parte del XX. Ahora forman parte de la burocracia cultural, donde buscan cumplir metas y objetivos institucionales, a veces en riña con los localismos prevalecientes.
En México, el campo laboral de la gente que escribe va de la docencia y la escritura de guiones a la corrección de estilo y la publicidad. Además, se hace periodismo e investigación; desde luego se publican libros que otros escritores amigos nos presentan. Los más notables fungen como jueces de certámenes literarios.
Se trata de un oficio mal remunerado, realizado entre nosotros en condiciones que no incluyen la valoración social, pero necesario, pese a la IA. La Sogem y otras organizaciones similares que prestan servicios importantes están limitadas para defender a los escritores con problemas laborales o sin trabajo. En su lugar actúan defensorías de derechos humanos y asociaciones civiles con objetivos más generales.
Celebrar el día del escritor en México en el nacimiento de uno mexicano puede contribuir a darle al oficio un valor social del que ahora carece. Como espacio para reflexionar y discutir la importancia de un trabajo útil, necesario, productivo, creativo, puede generar opciones que representen un principio de cambio.
Por lo pronto, urge defender la libertad de expresión amenazada por la intolerancia del actual régimen ante las disidencias y por la inoperancia del aparato de seguridad ante los asesinatos de periodistas.