Las cosas siempre han estado mal. Esta sociedad nuestra siempre fue un desastre. Y seguimos igual. No hay armonía. Quizá la hay en los pequeños grupos de nativos que viven en sitios remotos.
Pueblos aislados, los llaman. Tribus aisladas que no quieren saber nada de nuestra sociedad. Yo tampoco quiero saber nada, pero estoy atrapado y ya soy demasiado viejo para unirme a uno de esos grupos.
Demasiado viejo para huir. Corporalmente no me puedo alejar de esta sociedad de pesadilla y por eso me fugo mentalmente. Con mis libros, mi música y mis paseos campestres.
En la soledad del campo encuentro el sentido de la vida. Mi casa es como una choza. Mi tribu es pequeña, y no vivimos todos en una casa comunal. Somos una tribu desperdigada que se reúne cuando puede.
Quizás estamos ante un problema de densidad. ¡Somos tantos! ¡Estamos tan apretados! Cuando nos rozamos, saltan chispas. El ser humano fue diseñado para ser libre.
Aire puro. Tierra. Naturaleza. Trabajos artesanales. Caminatas. Alimentos naturales. Camaradería. Vínculos. Dignidad. Respeto. Agua limpia. Cazar. Recolectar. Amar profundamente el entorno que te cobija.
Pero no. Nos hemos hacinado. Un amasijo humano que ha perdido el norte. Un espectáculo patético. Amasijo porque no compartimos la misma naturaleza. No somos iguales.
La violencia que estamos viviendo es la violencia de los ignorantes. La persona culta no pierde el tiempo con zarandajas. Ya tiene bastante con las complicaciones derivadas de su progreso personal.
La guerra siempre fue cosa de ignorantes. Pues los sabios saben que la violencia solo engendra violencia. Y la violencia no aporta nada. No te da nada. Y si te lo da, si crees que te aporta algo, entonces estás enfermo.
La política —al igual que todos los mecanismos de poder— siempre estuvo en manos de los ignorantes. Pues los sabios ya tienen bastante con gobernarse, ardua tarea que te ocupa toda la vida.
Este es el problema. Así de sencillo. Estamos en manos de los ignorantes. Y esto no hay quien lo arregle. Los sabios no quieren subir porque subir es bajar. Y los ignorantes suben sin saber que están bajando.
Sin embargo, aunque suele pensarse lo contrario, los hechos solo tienen trascendencia espiritual para aquel que los lleva a cabo. Así pues, el perjuicio que los ignorantes causan a otros, recae en realidad sobre ellos mismos.
Que el cielo (con minúscula inicial [y sin religiosidad {de ningún tipo}]) los juzgue.