Las películas de superhéroes nunca han sido de mi gusto. De verdad que me he esforzado y no puedo decir que no haya visto una buena cantidad, pero hasta ahora no he conseguido engancharme con ellas. Ya ni siquiera tiene que ver con la franquicia: nada de Marvel contra DC: el género es el que no es santo de mi devoción.
Dicho esto, hace unos días fui a ver Deadpool y Wolverine invitado por algunos amigos. No sé si debió a los chistes fáciles, al agotamiento de la fórmula o al uso indiscriminado de referencias no amalgamadas, pero me costó trabajo sumergirme en la ficción. Desde entonces me he estado preguntando ¿qué es lo que ocurre con esa película y, en general, con el cine de superhéroes? ¿Cuáles son sus puntos débiles?
Poniéndolas una detrás de otra queda en evidencia que el problema surge en el hecho de que este tipo de cine busca la explotación, es decir, está hecho al uso para obtener una ganancia considerable. No busco sermonear en terreno árido. Es obvio que el objetivo de las productoras en cualquier tipo de películas es la ganancia. El problema aquí surge cuando la ganancia deja de lado la posibilidad técnica de un producto cultural. O de otro modo: si se hacen películas en serie, tan rápido y estándar como se pueda, no se está muy lejos de la industria china de dudosa calaña.
La solución es muy sencilla, apostar por la innovación. Los géneros que entran en decadencia se renuevan cuando hay un aire fresco que modifica sus límites y sus reglas. Ocurrió cuando el western fue tomado por los italianos, quienes lo llenaron de violencia gráfica. Ocurrió con el serie B al utilizar látex y efectos prácticos durante los setentas. Ocurrió con el cine apocalíptico cuando integraron el CGI. Ocurrió con el Peplum cuando se le inyectaron millones de dólares en escenarios. Los géneros populares han conocido momentos de decadencia y se han renovado para, como es natural, desaparecer casi por completo al paso del tiempo. Eso no quiere decir que ya no existan más, solo que ahora constituyen, en el mejor de los casos (porque hay excepciones), influencias en las nuevas corrientes de experimentación cinematográfica o raras avis en la filmografía de directores conocidos (Django de Tarantino o Solo los amantes sobreviven de Jarmush o, la menos afortunada, Noé de Aronofsky).
Esto es lo que tal vez les espera a los superhéroes. Quizá entonces, cuando al fin deje de ser un cine de explotación y comience una época de innovación técnica consiga interesarme. Vemos.