El cuento empieza con otro cuento; una fábula de Esopo. Apenas leemos el título se escribe en el mármol: “Parturient montes, nascetur ridiculus mus”. Ars Poética, 128. Los montes se pondrán de parto y nacerá un ridículo ratón (Horacio, Ad Pinsones, 139). El epígrafe completa la sentencia. El poeta alude los acontecimientos anunciados en voz alta, engrandecidos antes de realizados y que de tanto mencionarlos terminan siendo poca cosa. Entonces nos decimos, ay, ¿a poco sí?
Dos historias y el cuento no ha empezado; su escritura, es la paradoja que busca enunciar. La escritura de una cuento sobre la incapacidad de escribir. Tema al que la literatura le ha dedicado muchas páginas. El mismo Arreola adolece lo mismo de lo que escribe.
Fernando del Paso, recopila sus memorias, en una, cuenta la anécdota en palabras de Jose Emilio Pacheco, quien en 1958 tenía apenas 19 años y asistía a taller para escritores jóvenes que impartía Arreola. Sabía que éste tenía que entregar un libro completo del que no llevaba ni una línea:
Yo no recuerdo si la idea fue mía o de Vicente Leñero, Eduardo Lizalde o del propio Fernando del Paso […]. Sea como fuere, el 8 de diciembre ya con el agua al cuello, me presente en Elba y Lerma a las nueve de la mañana, hice que Arreola se arrojara a su catre, me senté en la mesa de pino, saqué papel, pluma y tintero y dije:
—No hay más remedio. Me dicta o me dicata.
Arreola se tumbó de espaldas en el catre, se tapó los ojos con la almohada y me preguntó:
—¿Por cuál empiezo?
Dije lo primero que se me ocurrió:
—Por la cebre.
Entonces, como si estuviera leyendo un texto invisible, el Bestiario empezó a fluir de sus labios […]
Un escritor, dijo Thomas Mann, es la persona a la que se le dificulta escribir. Y es que en la literatura nada está escrito, decía Monterroso. El cuento no sólo expone la angustia de escribir. Esta angustia es el miedo al éxito; al fracaso. Ambos miedos son el mismo. Miedo a la responsabilidad. No sólo por cargar con la propia, también con el deseo de los otros; el que nos imponen, del que somos objeto. El propio queda sepultado bajo el ajeno. La expectativa, que nos aniquila “una expectación que rebasa con mucho el interés de semejante historia” (p.15).
El deseo que se nos muestra como responsabilidad. Nos violente: “Algunos flemáticos sólo fingieron indiferencia para herir mi amor propio” (p. 15). El suyo no puede ser más herido, son todo herida; cicatriz que no sana, que busca lastimar al otro, al capaz; incapaces de resolverse, lastimaran. Para ellos es claro que el otro puede y no lo hace; como hacen todo lo que pueden — o creen hacerlo—, y aun así no logran nada, les duele ver a los que pueden no hacerlo. Su insistencia es tan violenta que imposibilita al que sí puede hacer lo que no ha hecho. No mames, si yo fuera tú ya lo hubiera hecho, como estás pendejo.
“Cerrándome el paso en todas direcciones, me pidieron a gritos el principio del cuento” (p. 15). Te detienen para pedirte que avances. El dicho popular, la voz del pueblo te marca un solo camino. Lo que bien empieza bien acaba. Hay que iniciar bien entonces, si no hay que volver a empezar. Hacerlo bien. Palabra que lo es todo y no dice nada ¡Pórtate bien! Y no sabes bien que te quisieron decir.
Mejor no. Si no lo hago bien, mejor no hago nada “…me propuse acabar con mi prestigio de narrador” (p.15), y es que uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que dice.
La premisa es sencilla. El cuento la enuncia: “[…] no me gusta defraudar a nadie […]” (p. 16). Así que mejor no hago nada para no defraudarlos; y que no lo hagas los defrauda.
Le pasa al alumno que no hizo la tarea, no porque no quisiera; sino porque no quería hacerla mal, y como todo lo hace mal — a cada rato se lo dicen—, pues mejor no. Como castigo y para que aprenda, le dejan más tarea, y ese miedo que se alza monolítico a la responsabilidad se vuelve real, y nos dirigimos a aquello de lo que huimos.
Es demasiado. Tantas cosas que hay que saber que no sabes nada, o eso sientes “de lo que aprendí en la escuela y de lo que he leído en los libros. Mi mente está en blanco” (16). La mirada amplia nos limita, a la contemplación, a observar. Actividad que no lo es. Hacerlo es no hacer nada y es todo lo que haces.
Si alguna vez hiciste las cosas bien esperarán más de ti aunque no se pueda más. Si ya sacaste diez en el examen, ¿qué más quieren? La expectativa será tan grande que todo lo que hagas parecerá pequeño. Y te ponen en un pedestal. Más arriba no se puede, ya solo de bajada. Permanecer en un pedestal guarda el temor de la caída. Cuando ocurre, sólo recordamos el paraíso perdido. Ya ni la friegas ¿qué te pasó?, si tú hacías bien las cosas.