Foto ilustrativa por Iraís García
Amo este país.
He tenido la oportunidad de recorrer parte de su enorme territorio y hacer de diversos sitios mis hogares temporales. Algunos de sus desiertos, bosques y playas no me son ajenos y, afortunadamente, tampoco decenas de pueblos y comunidades llenas de gente maravillosa y tradiciones espectaculares.
El noble oficio al que me dedico profesionalmente desde hace ya algunos ayeres me ha permitido escuchar una gran variedad de sonidos musicales, probar una increíble diversidad de platillos y conocer un poco del vasto bagaje cultural mexicano.
En este país crecí, estudié y me he desarrollado profesionalmente con el apoyo de muchos a quienes agradezco, a unos por su inteligencia y a otros por su incompetencia. Por si ello fuese poco, en esta tierra viven la mayoría de las personas que me importan y por quienes hay todo tipo de sentimientos.
En este México lindo y querido, tan nuestro y de todos, nos encontramos, nos formamos o nos conocimos: caminamos juntos por algunas de sus calles, disfrutamos tradiciones, enfrentamos problemas y los resolvimos o los lloramos, bebimos, amamos.
Aquí está nuestro presente y el futuro de generaciones por venir… espere, ¿el futuro?, perdón ¿cuál de ellos?, porque como están las cosas -y no me dejará mentir- para la inmensa mayoría no se antoja nada promisorio.
Y entonces es cuando la realidad da al traste con la expectativa y el sueño queda destrozado justo a un lado de las cuentas por pagar y de los pésimos servicios públicos; en la increíble cantidad de impuestos por cubrir y el costo de la educación que llaman laica y gratuita y obligatoria; en la indefensión evidente y la corrupción que avanza de la mano con el supuesto desarrollo económico, laboral y social; en los rostros siempre presentes de miles de desaparecidos que exigen justicia; en compromisos sin cumplir, pero adquiridos y “firmados”; en la autocomplacencia y desvergüenza de quienes tienen la obligación de representarnos y para quienes la “ética”, la “congruencia” y el “compromiso” son cosa del pasado porque lo de hoy son corruptelas, mentiras y engaños.
¿Exagero? Vea, lea o escuche las noticias en el canal y medio que usted desee. Sin hablar de colores (todavía), le puedo asegurar que no hay día en que no se dé a conocer la dudosa actuación (en el mejor de los casos) de algún ejemplar de esos que gustan de llamarse “servidores públicos”: casas en las zonas más exclusivas del país, fortunas surgidas de la nada, abusos de poder y confianza, negocios en lo oscurito, cuentas en el extranjero, guardarropas millonarios, departamentos en otros países, muebles de 120 mil pesos, uso indebido de recursos públicos para la autocomplacencia, miles de tortas para miles de hambrientos dispuestos a hacer bola para que la plaza se vea “abarrotada”, fraudes millonarios…
Lo cierto, mis estimados lectores, es que nuestra clase política es lo que es gracias a la ignorancia de muchos y la complacencia de pocos. Por eso hay presidencias municipales que se “heredan” entre familiares; por eso es que hijos mediocres de mediocres presidentes de institutos nacionales gobernarán sus terruños; por eso hay secretarios de salud que son abogados; por eso hay “legisladores” del tamaño de una pantalla de cine y el charrismo de un sindicato; por eso hay actrices convertidas en seres intocables que dilapidan el erario en casinos europeos; por eso el salario mínimo es para nosotros y para ellos carteras abiertas y abundantes; por eso toda esta pinche jodidez que permea, lástima y ofende.
Hace más de 40 años era niño y recuerdo que desde entonces escuchaba presumir (a mis mayores primero y a los políticos después), que este mi México era un gran país lleno de riquezas. Le puedo asegurar que tenían y tienen razón: presidentes, gobernadores, ediles y legisladores han pasado desde entonces y lo siguen saqueando… aún ahora.
Adolfo, un buen amigo de antaño, tenía una frase que me provocaba gran hilaridad por lo profuso del sarcasmo: “nunca en mi vida le he rogado a nadie, ni he pagado porque me quieran”, decía. Piénselo, sabemos que el país está hecho un embrollo cuando el presidente “exige justicia” por los desaparecidos y tiene que pedir (exigir) a sus huestes que le llenen la plaza del zócalo para dar SU grito, no sin antes afirmar que “las cosas buenas casi no se cuentan, pero cuentan mucho”.
¿Los ve? Ahí a lo lejos hay varios zopilotes acercándose porque ya percibieron el olor a podrido y, pese a lo erróneo e imposible de la afirmación, sonríen. Limpian su plumaje, se ofrecen a la vista como aves majestuosas y solo unos pocos sabemos que se trata de asquerosos carroñeros disfrazados de secretarios de estado o gobernadores y esto es tan evidente como el hielo de mis vasos y tan triste como la soledad al interior de mi cartera y la de algunos millones de mexicanos más que amamos a este país…
PARA CERRAR
No quiero despedir esta primera colaboración para MONOLITO sin agradecer a los editores Juan Mireles y Cristina Arreola Márquez por el espacio y la oportunidad, así que ahí está. Nos encontraremos en estas páginas cada 15 días y, mientras tanto, deseo y auguro éxito total a la nueva empresa. ¡Buenaventura para todos!