Los cuentos de hadas han sido estudiados profusamente por autores como Vladimir Propp, Joseph Campbell o Bruno Bettelheim. Pero tal vez quienes mejor han entendido las funciones de las historias que se cuentan alrededor del fuego, no sean los intrincados investigadores, sino los contadores de historias mismos, los herederos de los trovadores provenzales o los aedos de la Grecia Antigua. En un ensayo que publiqué hace poco (número 8 de Tintero blanco) me extendía en la fascinación que nos sigue despertando el ejercicio de contar historias. Sobre todo, cuando apelan abiertamente a modelos clásicos. Me parece que era el director Abbas Kiarostami quien negaba la posmodernidad de sus películas y afirmaba que su estilo metaficcional solo seguía la tradición oriental ya asentada por Las mil y una noches y los textos árabes.
No es coincidencia que mencione al director iraní (por lo demás, uno de mis favoritos). Se sabe que los djinn o genios son criaturas propias de la tradición de Medio Oriente. Incluso en el Corán se mencionan. Y en Three Thousand Years of Longhing (2022), de George Miller, este es el motivo central en torno al que gira la trama: una investigadora literaria (quién más para protagonizar esta película) se encuentra con un genio atrapado en una botella. Cuando este quiere concederle tres deseos, ella se niega puesto que sabe cómo terminan ese tipo de historias. Los deseos se vuelven contra el deseador. Para convencerla, el genio le cuenta su historia y, al terminar, ella, una mujer que no necesita nada, decide hacer un cambio y entregarse al futuro incierto.
George Miller, quien también es el guionista, realizó esta película con una fineza narrativa que me dejó satisfecho. No es una producción que se dirija al tipo de cine contemplativo que gustaría a un cinéfilo, pero tampoco se trata de una obra que apele a las explosiones de Hollywood.
En el punto medio que una historia de amor puede alcanzar, Miller sitúa dos personajes fascinantes, no solo por la construcción que los actores (Idris Elba y Tilda Swiinton) hacen de ellos, sino porque mientras uno, el que tiene el poder, desea su libertad, la otra, aquella que solo es una humana, no desea nada. Aunado a ello, la cuestión racial, transforma los cuentos de hadas en una situación política, propia de la Europa actual.
Me parece que este es el acierto del director, hace evidente lo que en otra situación se buscaría pasar por alto. No es la primera vez que Miller realiza algo similar; con Happy Feet y Mad Max el mensaje ambientalista es prístino. Solo por ello vale la pena esperar el resultado de su siguiente producción: Furiosa.