Con esta columna empiezo a cavar una trinchera en el frente de la producción literaria en Guatemala. Dentro de este país, los libros que se escriben se distribuyen de boca en boca; sabemos que el amigo de un conocido escribe poesía y que, por ahí en un pueblo perdido, autofinanció su libro.
Luego, otro amigo consigue una editorial alternativa que cree en su palabra. Así se mueve la memoria. La idea de esta columna (y de las siguientes) es presentar reseñas sobre recientes publicaciones por autores guatemaltecos emergentes.
Es un gusto-también una responsabilidad-escribir una reseña sobre el poemario de Carlos Gerardo. A Carlos lo conocí porque trabajamos juntos en la organización de un festival de literatura.
Justo cuando teníamos a las mancuspias organizativas trepando sobre nosotros, se anunció que Carlos era el ganador del certamen “Ipso Facto 2016” convocado por la editorial salvadoreña EquiZZero. Al año siguiente, tuve el gusto de obtener su libro.
En el poemario Genealogías encontré un denominador común: el movimiento. Este cambio constante de estancias y ensueños. Ese dinamismo se encuentra intrínseco en el título. Una genealogía es escarbar hacia el primer instante de un linaje. En Carlos veo ese movimiento enmarcado sobre la naturaleza de la migración.
El poeta vivió su infancia en el área rural del país, donde la comunidad y las relaciones se mueven bajo otra mecánica muy diferente a la de la ciudad. El tinte nostálgico de los poemas de Carlos se debe a esa ausencia del primer vientre: el cambio de la pertenencia de los pueblos a la vorágine anónima de la ciudad.
En el poema una voz Carlos dice: “¿Qué poeta no se esconde en los arbustos? / ¿Qué poeta no se disgrega en el espacio? / ¿Quién no se excusa en el fracaso prematuro de sus flechas, de sus cacerías inútiles de un niño que naufraga en la edad del vértigo?”. Y en el poema Confesión dice: “Perdí la infancia/por otra infancia/ que no quiso/nacer”.
La palabra para Carlos es ese refugio inamovible que todo poeta tiene, sea por una abundancia de miedo o por esperanzas inconmensurables. Cuando Carlos pregunta: “¿Qué poeta no se disgrega en el espacio?”, declara ese miedo de las estancias variables de la vida: la necedad de los cambios. Cuando el poeta dice “perdí la infancia/ por otra infancia”, describe la inevitable metamorfosis del espíritu cuando se construyen otras memorias.
El libro de Carlos es, a mi parecer, una lluvia de poemas que construyen la realidad dinámica de la vida. Sea del campo a la ciudad o de un libro a otro, todos tenemos esa sensación de migración y liquidez, debido al bestial y ruidoso mundo en el que ha tocado construir la memoria.
Otro de los bloques importantes que logré extraer de Genealogías es el miedo, pero no ese miedo que desata nuestros instintos de escape y de lucha; encontré el miedo que nace cuando la curiosidad, cuando sabemos quién está observándonos en la habitación oscura.
El poeta dice en Distancia: “Detrás de una sonrisa/ella me espera/hilvanando en su tregua/las preguntas que me hará/ sin decirlas”. Y en otro poema del mismo título dice: “Un callejón separaba el patio de la calle/ el techo era de palma/ para todo el fuego/ de los incendios del mundo”. Ese mismo poema termina con los versos: “La tierra cubierta con una alfombra amarilla/ el tamarindo ensuciando la entrada de la casa. / Los sitios son sagrados cuando un recuerdo los habita”.
En los primeros versos expuestos el poeta construye el sentimiento del recuerdo: es inevitable que las memorias de pertenencia sonrían. Además, no tienen que decir nada, porque el que recuerda ya sabe todo.
Sin embargo, recordar siempre es utilizar al miedo como el concreto de los edificios: tanto el recuerdo como la imaginación son una incursión a lo desconocido, para que este muera y renazca en la memoria. Cuando Carlos dice: “Los sitios son sagrados cuando un recuerdo los habita”. Consolida la sonrisa inamovible de las memorias, de la infancia.
Escribir sobre Carlos Gerardo González es algo que tiene un gran significado: escribo sobre un amigo, un gran escritor guatemalteco y sobre alguien que me lleva diez años de ventaja en la vida y en la literatura.
Carlos es un lector voraz y un escritor dotado de una gran sensibilidad. Es importante que los libros de Carlos cada vez rompan muchas más fronteras, al igual que los libros de los otros escritores sobre los que escribiré más adelante.