Nectarina
Entre el durazno y la nectarina está mi etapa universitaria. Una en la que mínimo dos veces por semana traía este fruto en la mochila, bastante hidratante y llenador cuando me daba hambre repentina.
Creo que dejé de consumir estos frutos cuando se cerró ese ciclo universitario. Siempre hablo de las amistades perdidas, un duelo parcialmente concluido debido a introspecciones que me dan temor porque implican enfrentarme con todo lo que no me gusta de mí o que sé que es negativo para el exterior, aunado a todos los traumas de los que sí me encanta externarme, empezando por mi propia imagen.
Siempre supe que no soy aesthetic ni fotogénica, pero cuando sacaba la nectarina, esas tonalidades profundas combinaban muy bien con mi mano y me hacía sentir estética o digna de Pinterest.
Plátano y piña
La adultez me hizo repensar estas frutas propias del imaginario sexual.
Bueno, sólo a veces.
En realidad pienso en los plátanos cuando me siento cansada o bajoneada.
La piña sabe bien, pero siempre corre el peligro de que se me escalde la lengua si me paso.
Hay tantos albures que ver a alguien comer un plátano o traer piña en público, a menos que sea en ensalada de frutas, aguas o licuados, es prácticamente como ver un ovni.
Uvas
Si son moradas, las rechazan. Si son verdes, se derrama sangre por ellas.
Recuerdo que ver a alguien con uvas me parecía sinónimo de riqueza. Luego entendí que los racimos de uvas en realidad tienen esa dualidad de parecer más de lo que son, pero también ser más de lo que se piensan.
Creo que lo que mejor nos han dejado las uvas son esa tradición de Año Nuevo que hasta ahora no he terminado de intencionar, esos trends de uvas congeladas y enchiladas, y por supuesto el vino.
A veces quisiera educarme más sobre el vino, pero al final sólo termino disfrutando ese alcohol rico y pensando en cómo Valle de Guadalupe se convirtió más en un centro turístico y museo que en una producción vinícola (los vinicultores se trasladaron más al sur).
Sandía
Iba rumbo al trabajo, de copiloto con mi mamá, cuando gritó emocionada: ¡regalan sandía! Por cuestiones médicas, ella no come, entre otras cosas, sandía, y resulta que, por asco, hasta hace apenas cinco años yo comencé a apreciar la ligereza de la misma.
Hablaba sobre lo esencial de la manzana, y cómo esto es también su cruz; pero resulta que la verdadera ganadora es la sandía. Será por su tamaño (comprobado la vez que mi crush de prepa le regalara una sandía a una compañera en el intercambio de botas navideñas), su frescura (en agua o en ensalada) o su suave consistencia (aún firme para sostenerse en su cáscara como la rebanada que me dieron esa vez con mi madre pasando por una glorieta), que la sandía siempre será bien recibida. Hasta sus semillas son exentas de críticas.
A veces quisiera ser sandía, aunque de todo el coctel de frutas luego no dé una…
Resulta para nada sencillo intentar hablar de frutas sin sentir que obvio temas o redundo en palabras o imágenes. Lo cierto es que entre unas olvidadas, como la fresa, kimi, mango, naranja y otras obviadas, como el durián, pitaya, ni qué decir de los frutos secos, cada objeto comestible posee en sí un imaginario que claramente no llegaré a esbozar en anécdotas tan simplificadas, pero que en ellas también atisbo un poco de lo que requiero explorar en mí.