Vámonos, Justina, ella está en otra parte,
Aquí no hay más que una cosa muerta.
Pedro Páramo, Juan Rulfo
Hablemos del ser mexicano, que en estas fechas de días de muertos, tal vez como en ningún otro tiempo, se presta para dilucidar algunos aspectos ontológicos que dan cuenta precisamente de una esencia en ser, de una manera única de posicionarse frente al mundo y frente a la muerte.
Para tal propósito, nos apoyaremos de un concepto psicoanalítico que puede permitirnos comprender mejor lo que deseamos, se trata de la compulsión. Noción que Freud (Recuerdo, repetición y elaboración, 1948) utilizara para referirse a la característica humana de la pulsión, la cual en su recorrido a la satisfacción, nunca alcanzada, se repite a sí misma.
El sujeto repite para recordar, y aunque represión mediante, re-elabora algo de su historia, algo no dicho, algo sin sentido; de ahí el síntoma, como signo enigmático a descifrar.
En lo social, pensemos a la repetición también como una compulsión a recordar algo no dicho, algo no entendido en su momento, como bien puede ser la muerte. Pues para ella no hay palabras suficientes que den cuenta del acontecimiento.
En México, podemos ver que la fiesta tradicional del día de muertos se alza como un signo importante de identidad, pero además como un evento que se repite a sí mismo para re-presentar algo que no ha sido re-signado en su totalidad, lo cual por cierto, desde la perspectiva psicoanalítica es imposible; acá se sabe que lo simbólico, las palabras nunca son todas, nunca alcanzan, algo ha de quedar como faltante, un resto con lo cual mantener el deseo.
Para el mexicano y su manera tan característica de festejar la muerte, diremos que se trata de una forma de expresar su historia, y con ello, el intento de resolver lo pendiente en la misma historia.
Decía Octavio Paz (El laberinto de la soledad, 1968) respecto a la fiesta: Nuestra pobreza puede medirse en el número y suntuosidad de fiestas populares. Los países ricos tienen pocas: no tienen tiempo ni humor (p. 18).
Entonces, el humor sería una característica del mexicano; aspecto identitario de por sí. Al mexicano se le conoce por la fiesta, por su entrega en la fiesta, por su despilfarro, pero también por la grandeza de las libertades de las que puede ser capaz en ciertas fechas. Como señala el mismo Paz, el mexicano no sólo se divierte, él se sobre pasa, salta el muro de la soledad que el resto del año lo incomunica (p.23).
Y en gran medida ese resulta su objetivo primordial: sobrepasarse. Saltar los muros externos y sociales, además de los internos, de los propios, de los construidos bajo las riendas de los ideales y del superyó.
Lo mayormente interesante es que en la fiesta, el mexicano por lo tanto, se recrea, en el amplio sentido de la palabra. Cuando existe recreación, surge el espacio transitorio de transformación, lo cual corresponde a lo que Octavio Paz señalaba como: la experiencia del desorden,…para provocar el renacimiento de la vida (Ibíd., p. 24).
Un renacimiento con humor de por medio, como decíamos, donde la noche del día de muertos, además de ser noche de duelo, es una fiesta por repetir, recordar y re-elaborar la historia, la personal y la social.
Al humor se le suma el arte, la estridencia, el ritual, lo surreal, como es el caso de los panes y las calaveritas de dulce que se comen, para dejar pasar la muerte sin que ella se pase. Dejarla correr por el cuerpo sin que se detenga en el cuerpo. Verla y sentirla, pero sin que ella toque, porque sabemos, su toque es definitivo y sin vuelta atrás.
La fiesta del día de muertos también hace coyuntura en ojos extranjeros. Jean Allouch (Erótica del duelo en tiempos de muerte seca, 2011), expresa la maravilla que le provoca la tradición mexicana, pero también la extrañeza lógica que la fiesta mexicana le provoca.
Allouch, como pocos extranjeros, logra comprender lo que significa para el mexicano la muerte, pero sobre todo, la fiesta a la muerte, la inagotable tradición que cada año se repite y se renueva. A los muertos no se les olvida, no se les supera. A los muertos se les acompaña, y el mexicano en especial, se hace acompañar de ellos.
Esa es la grandeza y extrañeza con que los ojos extranjeros miran al mexicano. Mantener la grandeza, sostener el misterio y lo extraño como parte de la repetición que recrea al mexicano, es la gran tarea.
Por lo tanto, mantenerse mexicano es ir en contra de la impostura actual del todos los días, días de muertos. Noción que rompe con la repetición recreativa, que destruye la fiesta. Nos referimos a la banalización de la muerte en México, la de todos los días en que el narco y la corrupción se hacen cargo de la tradición, enviándola al olvido, provocando el silencio y el dolor amargo; la muerte seca, dirá Allouch.
Una cosa es la fiesta por la muerte, y otra muy distinta y opuesta, la fiesta por los muertos.
Repetir para recrearse, erotizar el festejo a la muerte para llevar el duelo como en ningún otro lugar del mundo y mantener el humor para saberse en el laberinto sin volverse loco, sin ser fantasma, como en el caso de Susanita, la mujer de Pedro Páramo que transcribimos en nuestro epígrafe.