Desde hace algunos años, lustros y décadas, los apóstatas de la mala política, la que sirve para enriquecer a pocos y engordar marranos, han hecho creer al grueso de la población cada vez que se avecina un proceso electoral que ahora sí, que este será nuestro momento y que debemos mantener puertas y ventanas abiertas para que a sus anchas entren la modernidad, el desarrollo y el primermundismo a nuestras siempre esperanzadas vidas, producto de la inmaculada y bendita elección de una persona quien es, supuestamente, la mejor, la que sabe, la honesta…
El problema es que el turbio asunto de la política mexicana se juega con traiciones, puñaladas y fingidos acuerdos públicos. El resultado de esta estrategia ha golpeado a algunos grupos pero, sin lugar a dudas, ha destrozado a la sociedad de este gran país gracias a la incapacidad, la ignorancia y la novatez de personajes generados para mantener el statu quo de una clase política que le ha quedado a deber -y mucho- a usted, a mí y a todos los mexicanos.
Otro gran problema está representado en una pregunta: ¿México tiene memoria?
Hace seis años, el hoy presidente peña firmó ante notario público 266 compromisos que supuestamente cumpliría durante su gestión si lograba triunfar en la elección representando al partidazo (el Revolucionario Institucional) y su eterna rémora, la porquería esa conocida como Verde Ecologista. Y ganó. Recuerdo algunos de esos compromisos: promover la eliminación de 100 diputados federales; erradicar la pobreza alimentaria; la refinería Bicentenario en Hidalgo; reforma energética para mejorar tarifas de luz; organizar en México eventos deportivos de trascendencia internacional, y, por supuesto, decenas de hospitales, carreteras, viviendas, aulas, caminos rurales, servicios públicos y demás.
No quiero formar juicios o de alguna forma influir en su percepción sobre el actual sexenio. Por ello lo invito a informarse y no, tampoco le pido que lea periódicos, vea televisión o escuche la radio, le sugiero que se acerque a medios alternativos o, mejor aún, que hable con la gente, que conozca la realidad de los mexicanos en voz propia y fuera de grandes eventos con candidatos emanados de la mentira: los puede usted hallar haciendo cola en el súper, esperando su turno en el banco, partiéndose el alma 8 horas cada día en empleos mal pagados, esperando el cambio de luz en el semáforo para poder atravesar una calle o avenida, comiendo algo frío en un parque, tratando de juntar el dinero necesario para pagar la luz o la gasolina y hasta estudiando de madrugada, entre otros miles de sitios y condiciones. Están por todos lados y no hay que buscar mucho para encontrarles; de hecho, nadie mejor que ellos para describir la jodidez en que nos han sumido.
¿Feliz año nuevo?
La verdad es que en este punto, mientras redacto estas líneas, una palabra gira y golpea parietales, occipitales, esfenoides y demás y no se trata de buenos deseos, ni esperanzas ni anhelos ni nada de eso, sino de traición.
De hecho, recuerdo haber leído recientemente algo relacionado con el tema y que fue escrito originalmente por José M. Ramírez Hernández y publicado en sipse.com cuya liga puede usted seguir en http://bit.ly/2qcEi25 para leer el contenido completo. Aquí reproduzco el apartado de interés:
Maquiavelo aseguraba que es el único acto de los hombres que no se justifica. Y agregaba: “los celos, la avidez, la crueldad, la envidia, el despotismo son explicables y hasta pueden ser perdonados, según las circunstancias; los traidores, en cambio, son los únicos seres que merecen siempre las torturas del infierno político, sin nada que pueda excusarlos”. La traición política o la traición a la patria es sin duda uno de los actos más despreciables, execrables, ruines y vergonzosos que un ser humano pueda cometer contra otro, contra un grupo político, contra un ejército, contra una nación, incluso contra la humanidad entera si se diera el caso, todo depende del contexto en que sucedan los hechos (…) Cuando un acto de traición se comete por parte de alguien que por su estatus social, político o militar de él depende toda una comunidad o una nación, las consecuencias pueden ser devastadoras, siendo que miles o incluso millones o decenas de millones de seres humanos pueden terminar pagando muy caro la vileza de este traidor, que por regla general suele hacerlo por esas metafóricas 30 monedas de plata, o por alcanzar un mejor estatus dentro de su ámbito social, una posición de más poder y control, o todas ellas juntas como muchas veces sucede.
Mientras leía el texto anterior pensaba en el sujeto despreciable, en la clase política y en las campañas venideras: pinche Judas, buena la hizo traicionando a su maestro, el que le dio un sitio en su mesa y alimentó; el que le abrazó amoroso y a quien formó rescatándole del infelizaje para hacerlo uno de su grupo, uno de los favoritos, el más cercano…
Ese tipo acciones no deberían tener cabida en un pueblo como el nuestro, anécdotas e historias así tendrían que suceder lejos, en algún país de esos en los que quienes gobiernan mienten y quienes traicionan están siempre cerca, muy cerca…