La paternidad y la familia en algunas producciones de Hirokazu Kore-Eda suelen ponerse en emergencia para realizar en silencio preguntas sobre el amor, las relaciones de amistad que vamos construyendo en el camino de la vida y la ausencia o presencia de ternura. Así, en Después de la tormenta (2016), ante la pérdida de su padre, el protagonista reflexiona sobre su lugar en la familia que ha destruido e intenta recuperar los hilos de una relación aparentemente rota; o en Un asunto de familia (2018) donde un grupo de personas que viven en la calle se reúnen para formar un núcleo familiar sin relaciones consanguíneas. Por eso no es raro que, en su más reciente película, Broker (2022), el tema alcanza nuevas alturas, al incluir la cuestión de la maternidad, el tráfico de bebés y los límites de la justicia.
Kore-Eda reflexiona desde una postura sensible en torno a los motivos que mueven a quienes cometen un crimen. Es el caso de Sang Hyeon quien como voluntario en una iglesia se dedica a robar bebés que son abandonados para venderlos a padres que no pueden tener hijos. Una de las madres, So Yung, regresa por su bebé, pero es convencida por Sang Hyeon y su cómplice, Gang Dong Won, de obtener ganancias por el bebé. Ella acepta y juntos se embarcan en un viaje a través de Corea del sur para encontrar, entre una serie de candidatos, a los mejores padres.
Conforme avanza la película la interacción entre los personajes los hace compartir su pasado, conocerse, entender los motivos de su actuar, pero no desde el victimismo, tantas veces molesto en una historia que procura ser sensible ante actos de dudosa ética, sino desde un compartir en igualdad de condiciones aquellas vivencias que nos constituyen como seres humanos. Los personajes, rotos, a pesar de un futuro inestable buscan en todo momento reconstituirse, elaborarse a partir de la incertidumbre, responderse aquellas dudas sobre su identidad, que no se dicen, pero se encuentran presentes de forma implícita. Se saben victimarios y compañeros de viaje en busca de respuestas.
Hay una escena hacia el final que me parece significativa para entender esta visión. Los personajes están en un cuarto de hotel después de haber encontrado unos padres que parecen adecuados para la bebé; es noche, apagan las luces y So Yung comienza a hablar. Entonces nombra a sus compañeros, les da constitución física, los vuelve humanos. La ternura de la restitución del yo perdido les lanza una última luz (por eso es relevante que la escena transcurra en la oscuridad) que llena de significado su vida y los convierte, al menos por un segundo, en una familia.