Twitter: @aldoalejandro
Luego de varios días involucrado en un tedioso proceso de cambio y mudanza y renovación, el cansancio se cobró a la mala las deudas acumuladas y destrozó la poca energía restante.
Apenas hubo fuerzas para concluir la jornada laboral, preparar un té de azahares y tomar un baño con agua caliente. Eran las 11 de la noche.
Hacía tiempo no buscaba a Morfeo a tan tempranas horas, pero en realidad se sentía abrumado. Como si el peso de muchos años hubiese caído de repente y de una sola vez sobre una espalda avejentada, rota, inservible… estorbosa.
Afuera el clima era extremo. Había empezado alrededor de las 6 de la tarde. Primero fue un aguacero intenso de unos 40 o 45 minutos y luego disminuyó su fuerza para convertirse en una llovizna que estuvo golpeando puertas y ventanas y techumbres y parques y autos y personas por horas.
En la sala descansaban plácidamente los perros. Son animales, es cierto, pero de alguna forma saben perfectamente que aun cuando cuentan con un espacio digno para guarecerse de días y noches de mal tiempo, como hoy, su humano siempre dispondrá de un lugar para ellos dentro de casa porque, como sea, también son familia. Son SU familia.
Fuera de la lluvia y el ocasional circular de automotores en la calzada tras la casa, no había mayores sonidos. Ni siquiera los divertidos gritos de la vecina apresurando a los gemelos para merendar y acostarse porque al otro día hay que tomar clase y salir por la comida.
“Ese par son una bala”, había dicho su padre cuando reconocieron vecindad y chocaron los puños en lugar del correspondiente apretón de manos.
Sí. La pandemia seguía. Sigue ahora.
***
El doctor recomendó usar solo jabón neutro o, en su defecto “de ese de barra con el que se lava la ropa, pero no el comercial de increíble aroma que deja la ropa con olor a primavera, ese no, son demasiados químicos, mejor use el rosa, el más barato. Es más puro y le ayudará con la infección”.
Así lo hizo.
En el centro comercial compró primero lo necesario y luego lo indispensable: artículos de limpieza e higiene personal y luego algo de huevo, pan y verduras, comida suficiente para preparar alimentos durante los días por desempacar y acomodar y arreglar. Al menos los necesarios para contrarrestar el hambre, la suya y la de aquellos.
Lo niega y se resiste, pero es evidente que el par de mascotas en el hogar son su mundo. A veces les da croquetas de esas que dicen que tienen quién sabe cuánto porcentaje de proteínas por quién sabe qué medida incomprensible al servirles.
Nunca fue bueno con las matemáticas.
Un médico veterinario amigo comentó alguna vez que lo ideal era darles ocasionalmente huevo crudo con arroz y tortillas porque “su pelambre se fortalece y brilla bien bonito”, estaba entonces demasiado ebrio para emitir algún tipo de argumento para sustentar su dicho, pero alimentaba así a sus perros por lo menos una vez cada 15 días y sí, eran hermosos. Algo de razón debía tener el especialista en animales.
Antes de regresar se detuvo en la farmacia para comprar los medicamentos. Si se hubiese protegido y cuidado y puesto atención… ni modo, a ver si así deja de exponerse para evitar que haya “una próxima vez”.
Vuelve caminando a casa. En uno de sus hombros cuelga la bolsa de material reciclable -que no lo es-, adquirida hace meses en el centro comercial de la otra colonia en la otra ciudad. Resultó ser un aditamento útil.
***
No le preocupaba el empleo porque, con la enfermedad rondando y el bicho suelto, trabaja en casa desde hace meses.
Ya desempacó algunas cosas, no todo, solo lo esencial y en lo esencial encontró el demo de un grupazo que era famoso allá en el inicio de los 90’s en el Estado de México. Le encantaba “Vivir para ti” y de hecho era “compa” de Gerardo, el fundador de Carne Lunar.
Esta noche ha dejado que miles de gotas ardientes recorran su piel y avancen del hombro a los tobillos y del pecho a las piernas. Ha humedecido y limpiado, enjabonado y enjuagado. Ha disfrutado el agua caliente recorriendo su cuerpo porque ya no quiere estornudar y está muy cansado y las cobijas le esperan.
En el sonido ambiental escucha “Mago colibrí” y viaja de inmediato al costado de Youaltepuztli y su padre y su historia allá, en la Gran Tenochtitlán.
Se acuesta, piensa que tendrá tiempo suficiente para verificar su correo pero se engaña. Apenas tocó la almohada quedó profundamente dormido.
No recuerda qué soñó pero no debió ser tan memorable porque son las 3 de la mañana y está despierto. Se siente descansado, renovado, con la suficiente energía para comerse al mundo de una buena vez y para siempre; sin embargo, sabe que lo suyo es un espejismo de la realidad que espera crear y que sigue esclavizado a la necesidad de esa cama tan suya. Cuenta con al menos dos horas y media más para seguir recargando todas las baterías de su organismo, pero antes debe hacer una “parada técnica” en el sanitario, a un metro de distancia.
Luego de hacer lo suyo vuelve y apaga la luz. Se recuesta, se acomoda, se cubre completamente con las cobijas porque la que resta será una noche fría, sin duda.
Una última ojeada al reloj le bastará para continuar con el plan, pero son las 5 y minutos de la mañana.
¿Dónde estaba cuando llegó la madrugada?, ¿dónde están todos los minutos que faltan?, si acaba de regresar, ¿por qué desea volver al baño?
Platicó lo sucedido a su novia. Ella le recordó lo que ya sabía: estaba demasiado cansado… pero, ¿por qué esas marcas en sus pies?