Luego de la primera -y hasta ahora única- edición de la estancia literaria Material de los Sueños en las Islas Marías, recuerdo muy bien que platicábamos entre amigos que sería interesante cuando finalmente (y no creemos que en pocos años) salgan a la luz los textos que seguramente inspiramos en Vicente Alfonso, Eduardo Antonio Parra y Diana del Ángel con las locuras propias de jóvenes entre 18 y 25 años sin acceso a sustancias ni al internet por dos semanas, cada quien con una maleta literaria distinta.
Si bien desde que concluyó esa estancia sigo diciéndome que escribiré mucho sobre ello, y aunque de vez en cuando la menciono, aún no llega el día en que me ponga a internalizar todo lo vivido y pensado, y en su lugar vuelvo a las mismas anécdotas. Por eso ahora, y luego de compartirlo con un amigo que no había leído esta historia, comparto un ejercicio de narrativa, donde Vicente nos propuso escribir una crónica ficticia sobre por qué no podríamos salir de la isla en la fecha estipulada. Era sábado 14 de agosto, un día después de cuando se suponía nos despedíamos de la Isla María Madre, pero un huracán azotaba la costa de Sinaloa y Nayarit, y a modo de intervención ante la crisis de la mayoría, este ejercicio sirvió para exhalar miedos e incertidumbre, y bromear sobre el devenir de amigos y talleristas (al día siguiente, avisaron que ya el lunes partiríamos de vuelta al puerto de Mazatlán, de donde emprendimos el viaje).
Esta es la historia que no ocurrió.
Crónica de una humareda
Con cada exhalación, nos íbamos elevando un poco más. No nos dimos cuenta hasta que Parra apareció muerto.
Desde su llegada a la isla, Axkaná dormía diariamente a las 5:30 de la mañana, justo cuando las primeras luces transformaban la costa negra en pequeños tonos azulados; despertaba pocas horas después, viviendo en el insomnio constante. A mitad de la entrevista dice que le gustaba ver cómo se mecían las olas junto a la playa, esa sensación liberadora de no tener control, acompañada de uno de tantos cigarros que en los últimos días guardó en la caja fuerte dentro de su maleta. Mientras me cuenta, veo en sus ojos cómo envejece de golpe el tiempo que pasó incomunicada junto a 30 escritores, de los cuales sólo quedan vivos 10.
Empezó fácil. Dos noches antes de partir, nos dijeron que había alerta azul de tormenta y retrasarían nuestro embarque tres días. Fuck yeah! Así que ese martes fui a fumarme un cigarrillo en la terraza de la dizque palapa, que más bien parece el infierno. Iniciamos tres fumadores y luego ya estaban otros 15 de acoplados. A veces pienso que esos fumadores sociales tuvieron la culpa. Llegó el día 17 y no embarcamos, que porque ese domingo un huracán llegó a Mazatlán. Pinche Mazatlán. Ya nos habíamos acabado cinco cajetillas porque ya partíamos. “¿Ahora qué chingados hacemos?”.
Tras casi dos semanas cultivando mis noches de insomnio, ahora cuando según todos se dormían, ya no estaba sola. Sacaba un cigarro en la terraza de la sede de la estancia literaria, y ya tenía de metiches a Barba, Gustavo, César, Lucero, Bladimir, Andrea, Emiliano… y Parra.
Al principio me encabroné, pero para el día 20 ya habíamos agarrado una rutina. Inhalar. Aguantar 5 segundos. Pasar el cigarro. Exhalar. De repente, noté que Parra fumaba menos. Llegaba tarde. Se iba a la otra terraza, observando a la costa con un objeto entre sus manos que pensé era su go pro. Quizás quería tomar fotos de recuerdo o hacerme competencia cinematográfica. Un bato escritor contra una morra guionista. I don’t know… Nunca le pregunté. Cosas de nosotros los cuentistas. Para el día 30 continuaba la rutina, aunque varios no fumadores comenzaban a lucir tan ansiosos como nosotros, y a tener problemas para respirar bien. A pesar de la pandemia mundial, no podía ser covid, ¿cómo chingados iba a haber covid si nadie entraba ni salía desde julio a la puta isla?
En la noche del día 31 nos avisaron que esperaríamos encerrados tres días más porque la situación por el triple huracán Isakev había destrozado el puerto de Mazatlán, e intentarían llevarnos a Nayarit. Fuck yeah, podríamos visitar a mi compa el Arracadas, pensé, y reencontrarnos con esos amigos hippies de mis padres. Ojalá aún existiera San Blas.
Tras el comunicado, Parra volvió a fumar con nosotros. Me pareció raro que platicara mucho, mientras volvía al ritmo-rutina de los demás fumadores. Comenzó a hablarme de James Cameron y los paisajes chinos que usó para las islas flotantes. “¿En serio quiere hablar sobre Cameron?”. Aunque en este momento sí se antojaba ser un naa’vi y salir volando, le dije. Solo sonrió.
Esa vez -finalmente- todos se fueron temprano de la terraza. Decidí sacar uno de mis cigarritos de emergencia, aprovechando que estaba sola, y en eso volvió Parra. En sus manos traía lo que aún pensaba que era la go pro. Para ser un hombre tan alto y cabrón, esa vez se pareció al abuelo francés que no conocí. Le regalé el cigarrito y me fui a intentar escribir mi ópera prima. “Ustedes pueden todavía, yo ya no”, creí escuchar.
Cuando llegó la hora del desayuno y éste no llegó, comenzaron las sospechas. La puerta, cerrada. Las oficinas, cerradas. Subí al otro balcón y el mar estaba más lejos; creí ver a alguien afuera, en una arena que no había visto antes en nuestra playa frente a la residencia.
Axkaná hace una pausa para tomar agua. Le ofrezco un porro, lo único que se permite fumar en Calimex, donde antes era la península de Baja California. Inhala 10 segundos. Mientras suelta el aire, veo lo despacio que sale el humo. Un tributo a los que se fueron, dice.
Rompimos la puerta con el hacha para cazar chivos. Desde la tormentilla, nadie había bajado a la playa. Alguien gritó. Sentado a cinco metros de la orilla que ya no lo era, estaba Parra. Parecía dormido, como si estuviera en la rutina de inhalar y exhalar el cigarro que sostenía en su mano izquierda, sin encender. En la otra mano no estaba la go pro que pensé, sino un celular de esos que traía Ramón, el de la única tienda en Puerto Balleto. Una notificación. Me atreví a quitar el aparato de su mano. Weird. Eran mensajes de UNOTV:
La cantidad de fumadores de tabaco incrementó tras la conspiración realizada por AMLO, Trump, Bolsonaro, Maduro y Trudeaux // “Queríamos volver al continente americano en el único existente: declaró el mexicano // En cada cigarro hay una sustancia que altera la capa marina, para que sus placas eleven la tierra y la fertilicen // Se desconoce la cantidad de metros cuadrados hundidos // Van 30 islas que se elevan 100 metros sobre el nivel del mar.
Axkaná se retiró de la entrevista, por lo que necesité buscar entre los pocos archivos disponibles en Calimex. Isla María Madre estuvo incomunicada hasta diciembre de 2021; para entonces, varios escritores se suicidaron por estrés. A Bladimir lo mataron cuando intentó defender a los fumadores. Nora, Salma y Priscila se fueron a dormir el primer día que se acabó el choco krispis en la tienda y ya no despertaron. Los primeros días de 2022, el nuevo gobierno comunitario internacional, encabezado por Pepe Mujica, avisó que irían por los habitantes de distintas islas. En la operación de rescate, César decidió quedarse; no encontraba razón de volver a un nuevo continente sin su esposa Denisse, que había perecido en el hundimiento de Culiacán.
Actualmente, Axkaná se dedica al cultivo de garbanzos, semillas que encontraron al segundo mes entre las bodegas de la oficina. En su tiempo libre, continúa editando un documental con todas las memorias fotográficas que pudo sacar de la isla, junto a Barba, Meztli, Javier, Gustavo, Vicente, Emiliano, María y Beatriz, el cual se estrenará este agosto en el décimo aniversario luctuoso del mundo.