Ante el creciente panorama bélico nos hemos hecho una gran pregunta, “¿vivimos una nueva Guerra Mundial? La respuesta parece evidente, negar que vivimos en una larga y cruenta guerra mundial es no ver a nuestra realidad. Los hechos contundentes que vemos en Medio Oriente; la tensión entre Europa y Rusia; la pesada política en Asia a causa de las reivindicaciones chinas y ahora con la presión de Estados Unidos en la península coreana; todo esto no podemos negar que el mundo está viviendo una guerra constante.
La pregunta es ¿por qué es irremediable otra guerra mundial? Tal como lo dijo Lenin: “La guerra no es otra cosa que la herramienta del capitalismo para abrir nuevos mercados”. ¿Podríamos decirle que estaba equivocado?
La Primera Guerra Mundial fue un conflicto principalmente económico. El Imperio alemán logró su unificación en 1871, por esta misma fecha el Reino de Italia también se había logrado unificar, pero estas dos nacientes naciones se encontraron con un grave problema, no tenían colonias a diferencia de Gran Bretaña o Francia, y las colonias eran muy importantes pues éstas representaban un mercado propio. De estas colonias (africanas y asiáticas) se extraían materias primas esenciales para la metrópoli, quien a su vez les proporcionaba a sus territorios de maquinaria pesada entre otros recursos de “alto nivel”.
Para finales del siglo XIX y principios del XX, el Imperio alemán tuvo un gran desarrollo industrial, llegando a competir con los ingleses en la construcción de barcos navales pesados. La industria alemana más fuerte era la metalúrgica. Pero sin mercados dónde colocar todos sus productos derivados de esta industria, que a su vez le retribuyera de materias primas, la economía alemana colapsaría. ¿Cuál fue su salida? Abrir mercados al interior del continente europeo mediate una guerra que escaló a un nivel “mundial”.
Pero el hecho de que esta Gran Guerra escalara a este nivel “mundial”, también se muestra a causa de un problema económico: el desempleo y la pobreza que íba en crecimiento en Europa permitió que hubieran manos disponibles que, por una módica remuneración económica, pudieran ir a la guerra. De aquí que muchos pensadores marxistas pronunciaran con tristeza: “En esta guerra se están matando entre hermanos proletarios, mientras que los burgueses viven cómodamente en sus casas viviendo de nuestra sangre y miseria”.
La Segunda Guerra Mundial también tiene su explicación económica mezclada con un fuerte nacionalismo. Tras el fin de la Gran Guerra Mundial, Alemania fue sometida al Tratado de Versalles de 1919 que la obligaba a pagar con territorios (la fragmentación del Imperio además de cesiones a Francia e Italia), y a pagar con económicamente, lo que la llevó a la quiebra y a su vez a la dependencia del dinero norteamericano. Parte de este tratado impedía un rearme, por temor a una nueva guerra. El Tratado de Versalles provocó un despertar nacionalista en los alemanes.
Este despertar nacionalista hizo que se dieran cuenta de su problema económico, y en esta mezcla se encontraron con un enemigo en común: los judíos. Decir que solamente Hitler fue el personaje que estuvo detrás de este antisemitismo es no ver a la Historia tal y como fue. Los alemanes veían con odio a esta comunidad por la riqueza que ostentaban. Poco a poco no sólo los veían como extranjeron (aun cuando muchos judíos habían muerto por Alemania en la Primera Guerra Mundial) sino como ladrones pues mientras la mayoría alemana vivía en la pobreza, la porción que tenía el mayor capital en Alemania eran los judíos. (Esto ahora lo viven muchos latinos en Estados Unidos, pues son vistos como criminales y gente que les roba los empleos).
El famoso Crack de 1929, fue la gota que derramó el vaso, la crisis económica alemana se agudizó. Una de sus principales salidas de esta crisis fue el rearme. Hitler, una vez que llegó al poder, aprovechó ese nacionalismo ya existente; también utilizó a su favor la crisis económica para movilizar a la población alemana para trabajar en este rearme. Por supuesto, los ricos siguieron siendo ricos y los pobres en la misma situación. La persecución e incautación de empresas y fortunas de las familias judías fueron de connotación económica pero respaldada por ese nacionalismo exacerbado.
De igual forma, utilizando ese nacionalismo se pretendió recuperar sus territorios que, históricamente, les pertenecían, empero estos territorios más que ser recuperados para retomar la vieja gloria del Imperio alemán, eran territorios ricos en recursos metalúrgicos. Nuevamente Alemania tenía que abrir sus propios mercados al interior de Europa.
Hoy, en pleno siglo XXI la aseveración de Lenin, en cuanto a la guerra, sigue siendo una realidad. Desde la invasión a Afganistán y el destrozo del Medio Oriente no podemos ver otra cosa que el impulso capitalista, ya no sólo por abrir el mercado armamentista, mercado principal de los Estados Unidos, sino también de controlar uno de los recursos más importantes del mundo: el petróleo. El mundo sigue marchando a su propia destrucción.