En una novela o película, las malas decisiones de los gobernantes explicarían los violentos relatos que se podrían urdir a partir de un trasfondo de pandemia y pobreza, delincuencia y corrupción. En la vida real, tales decisiones resuenan en los espacios informativos y en los que no, bajo la forma de opiniones críticas y desahogos que nunca faltan. Pero nuestra realidad, rica en detalles únicos, incluye una película oficial que no coincide con las consecuencias más o menos negativas que aquellos errores tienen para los diversos sectores sociales. En el de la cultura aparecieron casi de inmediato.
Por ejemplo, en septiembre de 2019, Rafael Lemus manifestó desde Fresno su decepción ante los resultados en materia de cultura después del primer año y de escuchar el informe presidencial. Entre otros aspectos, su artículo en The New York Times del 16 de septiembre señaló el nivel del recorte en el presupuesto del sector y algunas desventuras en el FONCA, como la cuestión del programa de becas del Sistema Nacional de Creadores. Seis meses después se declaró la época de la pandemia. Y sin dar crédito asistimos a la estigmatización del gremio artístico, visto como una minoría de privilegiados.
El 23 de abril de 2020, el Diario Oficial de la Federación publicó el decreto por el que la Administración Pública Federal, incluyendo el sector cultural, dejaría de ejercer tres cuartas partes de su presupuesto. Esto sirvió para unir a creadores, artistas, profesionales y curadores de museos en un activismo de resistencia. Así se refirió Graciela de la Torre a la respuesta de una parte importante del sector, durante una conversación con David Huerta y Bolfi Cottom, moderada por Vicente Quirarte. Formó parte del VI Encuentro Libertad por el Saber, organizado por el Colegio Nacional, año y medio después del citado decreto.
También el Gobierno de Ciudad de México ha recibido críticas por su política cultural. Las maquetas del Templo Mayor nutrieron cuestionamientos como el de María Minera, que la revista Nexos publicó el 19 de agosto de 2021, en el quinto centenario de la caída de la gran Tenochtitlan.
Pero aún antes de que todo comenzara, la revista Letras Libres dedicó su número del mes de las elecciones a la política cultural, suponiendo que la reflexión tendría algún interés para quien ganara en las elecciones. Ahí se reflexiona en torno de cuestiones como la necesidad de que el Estado apoye al sector a partir de la distinción entre mercancías y bienes culturales, en los cuales la dimensión simbólica tiene tanta o más importancia que la económica.
Hay también estudios previos que mostraron la importancia de este sector a partir de información estadística de la Cuenta Satélite de Cultura, construida por el INEGI. En 2016, la revista Análisis Económico de la UAM publicó “Efectos económicos de la cultura”, de Rosalinda Arriaga y Claudia González. El estudio mide la cadena de valor de los sectores económicos relacionados con la cultura, así como sus efectos en la producción, el empleo y las remuneraciones directas e indirectas. Asimismo, se construyen indicadores del empleo y las remuneraciones para el sector cultural mexicano.
Y años antes, en 2004, Ernesto Piedras hizo su ya célebre estudio sobre la contribución económica de las industrias culturales en México. Actualmente, ¿Cuánto vale la cultura? está disponible en línea, en el Sistema de Información Cultural.
Se pueden mencionar otros esfuerzos previos en la tarea de entender con mayor precisión, a través de metodologías diversas, la complejidad de un sector tradicionalmente enfocado desde vaguedades subjetivas. El interés por las expresiones culturales responde también al creciente reconocimiento de las funciones que cumplen en procesos identitarios y otros usos simbólicos contemporáneos, por parte de estudiosos y de ciertas autoridades e instituciones, en nuestro país y en el resto del mundo. A nivel global, se busca traducir ese conocimiento en herramientas para promover el desarrollo humano, a través de la ONU y sus diversos organismos en colaboración con los gobiernos de los países.
Pero una vez más nuestra realidad impone sus singularidades. Un gobierno con disfraz de izquierda y modales de derecha, hostil hacia el pensamiento independiente, no va a cambiar porque aquí o allá se señalan sus desaciertos. Al contrario, incrementa la enjundia de sus ataques; recientemente llamó traición a la patria a la disidencia.
Cuando la comunidad intelectual expresa su preocupación por la carencia de una verdadera política cultural solo está haciendo su trabajo. Y no dejarán de hacerlo por decisiones contrarias a las leyes y al conocimiento experto.
Los recortes presupuestales afectan la oferta cultural institucional de todo el país y la falta de apoyos en la contingencia sanitaria impacta en las industrias culturales. Pero otros agentes han seguido trabajando, en condiciones aún desconocidas; ni la producción ni el consumo culturales se detienen por las ocurrencias del día. Los errores inolvidables.