Si nada nos libra de la muerte, al menos
que el amor nos salve de la vida.
Javier Velaza
La erótica platónica –si le podemos llamar así– sin lugar a dudas es la columna vertebral de todo el cuerpo teórico platónico. Esto se debe a que eros vendrá a ser lo que dé sentido, por una parte, a la existencia y aspiraciones humanas; y, por la otra, lo que creará orden y armonía entre las dos esferas que componen este universo, a saber: la terrenal y la divina.
Así, pues, en este trabajo analizaremos algunas de las ideas ensayadas por Platón sobre la naturaleza y la función de eros; y, con base en lo anterior, dilucidar cuáles son los efectos que manan de él.
Los protagonistas del Banquete parten de la idea de elogiar a Eros, a quien –al menos al inicio– la mayoría de los involucrados lo consideran un dios. Y aunque concuerdo con las interpretaciones del Banquete que sugieren que Platón –en boca de cada uno de los interlocutores– buscaba ya comunicarnos algo valioso –ya sea en forma negativa o positiva– sobre el tema del amor, aquí sólo analizaremos el discurso pronunciado por Agatón y, enseguida, la refutación de Sócrates.
El poeta define la naturaleza de Eros, para después poder analizar los efectos o consecuencias que puede verdaderamente tener sobre el mundo. Así pues, Agatón describe al dios –en oposición a Fedro– como alguien joven que, en tanto que habita en los corazones de los hombres y de los dioses, es el más tierno y delicado; además de ser el más feliz y el más bello de todos. Pero no sólo, Agatón sostiene que es amén a Eros que hay armonía en el mundo, y que la más clara prueba de su belleza son los modos tan variados con que se adentra en el alma de los hombres.
Según el poeta, Eros reúne, quiero decir, encarna las más altas de las virtudes: la justicia, la valentía, la templanza, el autocontrol y, por tanto, la sabiduría; y que es por él que nacen –se inspiran– todas las artes. Tal es su alabanza, que la última parte del discurso tiene como fin último exhortar a todos los hombres a que sigan la guía del dios, pues éste da grandísimos bienes a la humanidad.
Luego de que terminara Agatón, él y los demás hombres en el banquete le piden a Sócrates que, al igual que ellos, entoné unas palabras a modo de tributo para el dios. Sócrates evidentemente accede. El filósofo, sin embargo, no pudo comenzar su encomio, sino hasta después de refutar y esclarecer algunas ideas que el poeta había pronunciado, y con las que no estaba de acuerdo.
Sócrates aceptaba el modo de proceder del poeta, esto es: primero dilucidar qué es eso a lo que nos vamos a referir y, posteriormente, cuáles son sus efectos sobre el mundo. De este modo, Sócrates comienza su crítica cuestionándole al poeta si estaba de acuerdo en que, si Eros era amor, éste debía ser amor de algo, lo cual es evidente.
Sócrates quiere demostrar que si eros es comprendido como deseo, entonces, se debe convenir que desea algo de lo cual carece. Y si eros es deseo del bien y de la belleza, por consiguiente, él dios no puede ser la personificación de lo bueno ni tampoco de la belleza. Sócrates está listo para entonar su encomio.
En este punto de la exposición cabe resaltar el hecho de que el filósofo haya preferido –para expresar su opinión sobre el tema– darle voz a Diotima, con el fin de que sus escuchas creyeran que el conocimiento que tiene sobre eros, no es algo que fuera producto de su genio, sino más bien una “verdad revelada”.
Así, Sócrates –a través de Diotima– nos da su visión de eros, a quien comprende como el puente, como algo intermedio entre lo bello y lo feo, lo malo y lo bueno, entre este mundo y el celeste; busca demostrar que eros no es un dios, pero tampoco un ser completamente mortal. Eros es un daimon que vincula a los hombres con los dioses.
Ahora bien, si la naturaleza de eros es de tal forma, eso se debe precisamente al origen del que proviene. Al ser hijo de Penía y Poros, eros se muestra, por una parte: duro, anda descalzo e indigente; mas, por parte de su padre, éste es ávido de todos los recursos y/o cualidades para poder alcanzar la belleza y la sabiduría. Y por haber sido concebido en la fiesta de Afrodita, eros irremediablemente se convirtió en un verdadero amante –deseoso– de la belleza. Y en la medida en que la belleza es identificada con el bien, eros también ama y desea el bien.
Luego de revelar las nuevas características de eros, se llega a la conclusión de que no es un dios sino una suerte de mediador entre el mundo celeste y el terrenal; y que no es ni posee lo bueno ni lo bello, antes bien carece de ambos. Por eso Diotima, al responder a la pregunta sobre la utilidad del amor para los hombres, sostiene que el verdadero carácter cósmico y divino del amor es que éste es “en resumen, el deseo de poseer el bien”. Ese deseo, por otra parte, también puede ser comprendido como un anhelo, una búsqueda por la inmortalidad.
Justificaremos esta última afirmación en la siguiente entrega, porque no basta con desear, también hay que instruirse para poder contemplar, amar.