Entrevista con el poeta, narrador, ensayista, editor y promotor cultural, José Ángel Leyva, en la que habla sobre su trabajo poético y su labor como editor de la revista La Otra.
José Ángel Leyva
Nació en Durango, Durango, el 11 de enero de 1958. Poeta, narrador, editor y periodista. Se graduó en medicina humana en la Escuela de Medicina de la Universidad Juárez del Estado de Durango, y estudió la maestría en letras iberoamericanas en la FFyL de la UNAM. Ha sido director de proyectos editoriales de Juan Pablos Editor; redactor y reportero, y más tarde director de la revista Información Científica y Tecnológica; director y jefe de redacción de la revista Nuestro Ambiente; director editorial de la revistaMundo (culturas y gente); director editorial de Memoria; director de la revista Fundación Rosenblueth, y codirector de Alforja, revista de poesía. Director general de la revista La Otra. Premio Nacional de Poesía Olga Arias 1990 por Entresueños. Premio del XXIX Certamen Nacional de Periodismo 1999 en el área de periodismo cultural otorgado por el Club de Periodistas. Segundo lugar en el certamen nacional de poesía convocado por la Universidad Veracruzana, 1994.
¿En qué entorno creció José Ángel Leyva? Cómo fue su infancia…
Es una pregunta muy recurrente. Pero sintetizo mi respuesta. Soy hijo del magisterio. Mi abuela paterna y mi padre, mis tíos paternos fueron todos profesores de primaria. Crecí en ese contexto en el que ciertos valores como la Patria, la enseñanza, el respeto a los mayores, la responsabilidad ante el otro y la dignidad propia son irrenunciables.
Pero yo tuve, por cierto, desde niño una mirada distinta en el enfoque sobre tales principios. Por ejemplo, la patria. México es mi patria, pero desde siempre me pareció absurdo limitar mi mundo a unas fronteras y un concepto, a ciertos símbolos impuestos desde arriba. La patria siempre fue mi imaginación, pero sin perder el sentido de pertenencia a un lugar, a una familia, a un pueblo, a una lengua a un pasado, pero la patria será siempre el porvenir.Mi padre me enseñó, como a mis hermanos, que la libertad de un hombre es el respeto a sí mismo y a los otros. Mis primeros años los viví entre la ciudad de Durango y la Sierra en la frontera con Sinaloa hasta los 12 años, luego viví ya de manera permanente en la capital del estado. Pero tuve una infancia plena en el Espinazo del Diablo.
Su patria fue la imaginación, tal imaginación nos lleva siempre a otro lado, al contacto con la otredad, con esa idea, o más bien, presentimiento de la otredad, ¿es como logra acercarse a la poesía, de tener sus primeras experiencias poéticas?
Siempre he pensado que mi acercamiento con la poesía fue la conciencia de la muerte, de mi transitoriedad por esta experiencia biológica.
Hay varios casos de autores que tienen como carrera profesional algo totalmente alejado (pareciera) a la poesía o a la escritura misma, pienso en Jorge Cuesta que era químico, su caso es parecido, usted estudió medicina, ¿por qué? ¿Encontró algún tipo de relación con lo poético? Lo digo por algunos versos como Entre dos puntos la línea divide un infinito/ los límites de un cuerpo/de un volumen/ el comienzo de la imagen. O en estos: Mi abuelo tenía unos largos cuchillos afilados/y un extraño silencio de sauce en las pestañas (…)Desvanecer en cortes cirujanos a la presa. Hay líneas, cortes, cuerpos, carne…
Supongo que sí. La medicina fue una opción viable en un medio donde no había humanidades, como ocurría en el Durango de mi juventud. Mis padres tenían que alimentar y educar a 10 hijos. No poca cosa. Todos estudiamos, por cierto. Por ello no era factible, sin quitarle a los más pequeños su derecho a la universidad, el irme a estudiar a otra ciudad. Soñaba con ser filósofo y escritor. La medicina me atrajo mucho porque escuché una conferencia sobre historia de la medicina de un doctor Bucio, aún tengo su nombre presente. Fue muy apasionado y muy apasionante su charla. Siempre me pareció más atractiva la historia de la medicina que la práctica médica, tan poco intelectual, tan poco humanística, tan poco solidaria y tan comercial, tan técnica y tan ajena a lo divino, es decir… a curar el dolor, como lo refería Hipócrates.
Pero el dolor, el reconocimiento del dolor, la presencia viva de la muerte, su desgarradora desolación y orfandad, su delirio, me empujó quizás a la convicción de no blindarme, de no anestesiarme. Quería sentir y hacer sentir el significado del dolor como conocimiento del otro en uno mismo.
La poesía era la incertidumbre total ante el carácter organista de la medicina. No obstante, siempre me ha perseguido, y tengo una deuda mayor con ella.
¿Qué le debe a la poesía José Ángel Leyva?
Le debo todo. Mi madre, cuando abandoné la medicina y le anuncié mi convicción de entregarme entero a la literatura y en particular a la medicina, exclamó como todas las madres: » te vas a morir de hambre». No solo me ha dado una perspectiva de lo humano, de lo sagrado, de lo micro y de lo macro, le ha dado sentido a mi vida, me coloca ante el valor de lo aparentemente inútil, lo gratuito, lo inservible. En la perspectiva del misterio de aquello que ignoramos e intuimos, imaginamos, nombramos.
Soñaba con ser filósofo y escritor, interesado más en la historia de la medicina…; es decir, que la palabra para usted es muy importante. A ese respecto, ¿qué encuentra en la palabra? ¿La palabra como poseedora de algo infinitamente más grande que su propia definición de diccionario?
Para mi padre y mi abuela paterna la palabra era la persona. Quien no tiene palabra no es nada, no es nadie. Yo entendí ese legado como la relación honesta entre la palabra y la cosa, entre la palabra y la idea, entre la palabra-carne.
Háblenos de su nuevo libro, Tres cuartas partes.
El libro toma el título de un poema dedicado a Juan Gelman: Tres cuartas partes. Los poemas que lo constituyen pretenden de algún modo dialogar con la realidad, con la mirada de los poetas y artistas que hablan desde su propia búsqueda y su pasado, pero también es un diálogo con las noticias de los diarios, de los acontecimientos bárbaros que dibujan el rostro y los sentimientos de nuestro tiempo: la migración, la crueldad, el desprecio por la vida, la negación o la invisibilidad del otro.
«Un puñado de tierra no es un hombre», reza uno de los versos de ese poema: “Tres cuartas partes”.
Saliéndonos un poco de la poesía, me gustaría que pudiésemos hablar sobre otra de las labores que realiza, la edición, su trabajo editorial (que en sí mismo lo hace un promotor cultural) que ha realizado en varios medios y actualmente en la revista La Otra. ¿Cuál han sido los motivos para estar haciendo tal labor? ¿Qué importancia y función tienen las revistas literarias como La Otra, desde estas nuevas plataformas digitales?
Sí, no soy un poeta puro. De algún modo es parte de mi necesidad expresiva, de mi curiosidad como lector. Desde niño, cuando leía algo que me gustaba mucho, que me inquietaba positivamente, me urgía compartirlo con alguien. Darlo a conocer. Anhelaba encontrarme en la lectura de los otros. Veo que en efecto hay poetas que sólo trabajan para ellos y el reconocimiento de su obra, hablan poco o nada de los demás, excepto si son sus amigos o son figuras de apariencia inalcanzable. Quizás como dije, la deformación de ser hijo del magisterio. Pero me encanta la comunicación, el periodismo, el oficio editorial como diálogos y conversaciones con otras mentes, con otras sensibilidades, con inteligencias que pueden ver lo que yo no advierto. Estoy persuadido de la gran utilidad para la literatura de estas otras actividades mencionadas.
La poesía se nutre del lenguaje de la calle, de los diarios, de las corrientes de pensamiento, de las audacias intelectuales, de las búsquedas de otras disciplinas, de la imaginación y el conocimiento plurales. La ciencia y la filosofía, por ejemplo, debemos de rescatarlas e incorporarlas a la poesía. En fin, el trabajo editorial, sea en papel o en la red nos abre puertas a otras puertas.
Trabajo mucho en esta labor de divulgación, pero recibo también mucho. El diálogo con mis compañeros de dirección de La Otra, el cubano estadounidense Víctor Rodríguez Núñez y con el uruguayo brasileño Alfredo Fressia, son invaluables. Hombres alertas a todo cuanto pasa, inteligencias ávidas de saber, generosas existencias. ¿Qué más puedo pedir? Y la comunicación con cientos de colaboradores y lectores.
La riqueza de este país está en su capacidad de mirar hacia afuera y digerir con sus propias entrañas todo cuanto lo alimenta y nutre. La tradición editorial mexicana radica en su diálogo y asimilación de la tradición en su constante renovación y búsqueda de lo nuevo, de lo ajeno, de lo de fuera para hacerlo propio e íntimo.
Su lado flaco está en el enorme analfabetismo y en sus carencias educativas, en privilegiar la cultura tipo Televisa ante la oferta de sus tradiciones culturales, sus creadores, sus ciudadanos pensantes.
La Otra es y no una revista mexicana parte de aquí para volver enriquecida en su navegación por el ciberespacio.
Nota: la presente entrevista originalmente fue publicada en nuestra edición XXIII.