Dionicio Munguía J. Nació, porque así lo dispuso su madre (dicen), un 26 de diciembre. Sigue en la necia de la vida haciendo versitos y hurgando en las tardes cada día. Tiene una buena dotación de libros impresos, se ha presentado en diversos festivales de poesía, encuentros de escritores y recitales en diferentes partes del país. Ha publicado narrativa y poesía, aunque se ha inclinado más por la poesía. No ha publicado mucho, pero al menos lo ha hecho.
Algunas de sus publicaciones: Ciudad sin murallas (Letras de Pasto Verde/La Comuna Girondo, 2016 y 2017); La amada de Nervo (Casas del Poeta A.C./Ayunt. de Metepec, 2010); Frases inútiles (cuento corto) (Centro Toluqueño de Escritores/La Comuna Girondo, 2009); Conciencia de las ruinas (Gobierno del Estado de Querétaro, 2009), entre otros.
¿En qué momento tienes tu primer contacto con la poesía?
Creo que llegar a la literatura escrita fue un paso lógico después de convertirme en lector. La insatisfacción y la poca capacidad que tenía de joven para comunicarme con los demás me llevaron a intentar escribir, a plasmar mis ideas sobre papel. Fueron muchos años de aprendizaje solo, no provengo de una familia donde el arte sea fundamental, y mucho menos la lectura, por lo que no tenía una idea muy precisa de por dónde ir. Después de asistir a varios talleres, y de publicar un primer libro de narrativa, y de saber que no podría realmente escribir narrativa más allá de simples cuentitos afortunados y un mucho de desafortunados, me llevo a intentar en la poesía, y ahí me quedé. Sigo escribiendo narrativa, y leo mucho más narrativa que poesía, pero definitivamente he decidido que la poesía y sus acordes discordes me gustan más.
¿Qué autores ayudaron a tu desarrollo como poeta?
Muchos, y no son poetas. Joyce, García Márquez, Onetti, los realistas franceses y rusos, los beat narradores, y poco a poco el Borges poeta. Siempre digo en los talleres que la poesía no hay que leerla si la vas a escribir, porque debes evitar la influencia directa y el ritmo de otros. Es mejor leer novelas o cuentos o ensayos, porque a final de cuentas, el ritmo poético es tu respiración, la forma en que respiras, las palabras que caben de una respiración a otra. Ese es el ritmo de la poesía, por ello es tan variada y tan rica, cada uno debe aportar su ritmo personal porque nadie respira igual, en ritmo, que otro.
En tu caso, has dicho que prefieres no llegar a las masas con tus publicaciones, sino a pocos, ¿a qué se debe esta postura?
No me gusta ver las bodegas llenos de libros, libros que tienen años ahí guardados y que no se venden, que no se distribuyen, que terminan siendo destruidos. Por eso me gustan las plaquettes, me parecen más adecuados para llegar a los lectores de poesía, pero también hay que tomar en cuenta la cantidad de gente que te puede leer. Por eso, solamente por eso, me encantan las ediciones pequeñas. Me leerán los que compren mi plaquette y no pasaré simplemente a estar en un estante de una biblioteca de donde no se vuelve a tomar jamás.
Ciudad sin murallas es tu libro de poemas más reciente, ¿qué nos puedes contar sobre él?
Yo tengo como política personal el no publicar inmediatamente después de haberlo escrito. No me gustan, no me satisfacen casi nunca las primeras impresiones de un poema. Ciudad sin murallas es un libro que rompe con esta idea. Pero también es un libro más personal, más íntimo y por momentos muy doloroso, que necesitaba ver la luz lo más pronto posible. No es sólo la identificación con la ciudad, que es mi tema recurrente, sino lo interior de quien lo escribe. Falta un parte más, lo que me publicó Mario Islasáinz y que reedite posteriormente, es tan sólo una pequeña parte, faltaron como treinta poemas que siguen ahí, en la libreta, de los cuales tan sólo unos tres o cuatro fueron enviados a Monolito.
Háblanos un poco de tu actividad como editor independiente, ¿en qué momento iniciaste esta actividad y porqué has continuado con tal labor?
Me gusta el trabajo de editar, de mirar cómo van saliendo los libros de la cabeza, de imaginar los detalles de la portada, de recrear, a veces, las locuras de los autores. No he encontrado un texto con el cual experimentar, darle un giro distinto a mi idea de libro, jugar con la tipografía y entregar un producto realmente interesante. En realidad mi inicio como editar tiene aproximadamente 20 años o más, miré la forma en que Nuria Boldó creaba sus colecciones y cómo iban saliendo de las prensas, eso me gustó, pero me gustó más la formación del libro, el darle la estructura, el darle forma al pensamiento del escritor. Nuria era excepcional en eso. Leía los libros y les daba forma, cambiaba el orden de los textos para darle un orden específico y quizá más leíble.
Ahora te encargas de dirigir el sello editorial La Comuna Girondo, platícanos cómo nació este proyecto y qué tipo de autores buscas publicar.
Hace diez años, mientras coordinaba un taller literario, nos dimos cuenta que realmente no había espacios para publicar, al menos en Toluca, y que los pocos que existían tenían preferencias hacia un determinado tipo de autores, amigos de amigos, dinosaurios, funcionarios públicos que escribían versitos, pero no había una apertura para aquellos que se peleaban en el taller con los coordinadores. De ahí me surgió la idea de hacer una revista, un espacio donde se pudiera publicar lo mejorcito de los talleres. El problema principal como siempre ha sido el dinero, y ante el hecho de que hacer una revista impresa era prácticamente imposible, decidí intentarlo como electrónica, en pdf, distribuida vía correo electrónico. Fueron cuatro números que fueron catalogados por el CONACULTA e integrados al registro nacional de revistas electrónicas. Por cuestiones laborales, tuve que suspender la revista (misma que hasta la fecha sigue suspendida, pero que pronto retomaremos) y fue cuando se planteó la posibilidad de imprimir plaquettes de forma artesanal, o semi artesanal. Se editaron diez, todos integrantes del taller, en un tiraje muy pequeño de 50 ejemplares. Ahora hemos retomado esa idea, con un mejor diseño, con una mejor opción de impresión, pero con la misma idea de pocos ejemplares, ahora es de cien, para que se puedan distribuir con mayor y mejor fortuna.
Dada tu amplia experiencia como editor independiente, promotor cultural y poeta, cuáles son tus impresiones de la poesía mexicana actual, ¿qué diferencias importantes encuentras en las voces poéticas de hoy con relación a las de generaciones anteriores?
Cada generación aporta algo a la literatura. Algunos tienen mayor presencia en los medios o en las reuniones sociales literarias, otros nos escondemos en nuestros pueblos y tratamos de hacer nuestras ideas realidades. Hay autores jóvenes que me atraen en sobremanera y los leo, con reservas, pero los leo. Hay autores ya con cierto renombre que definitivamente no me gustan. Sin embargo, busco lo nuevo como lo interesante, a pesar de que no me guste. Tengo la conciencia de que si el arte me provoca algo es arte, cuando no es así, cuando lo único que provoca es indiferencia, entonces no es arte. Así me pasa también con la poesía. Hay un grupo de jóvenes treintañeros que escriben un tipo de poesía muy dizque vanguardista, pero que no me dice nada, que no me provoca ni siquiera repulsión. No digo nombres porque también son bastante pedantes y no los puedes criticar porque inmediatamente declaran que uno no sabe nada de poesía. A veces es mejor aceptar eso, y sí, de verdad, al menos con ellos, no sé nada de poesía.
Actualmente, ¿en qué nuevos proyectos poéticos estás trabajando?
Tengo un plan a desarrollar, algo que busca empatar la danza y la poesía desde otro punto de vista, una forma de hacer que la palabra dance, sea movimiento. Todavía no concreto de manera completa la idea, pero ahí ando.
Poemas sueltos para la ciudad
Dionicio Munguía J.
1
Mi ciudad es un recuerdo en la distancia, apenas sombra que se detalla en la memoria. Calles que tuvieron un significado preciso, a veces absurdo y otras coherente.
Mi ciudad ha dejado sus tardes a medias en los callejones, fuentes sin llenar, cafeterías que se mueren de aburrimiento.
Es una mujer abierta por los días, que llora de noche cuando nadie la ve, que sube a los campanarios para gritar su desolación y se acuna en los gritos que aparecen de pronto, simples, con la fuerza de un paisaje que se pierde en la oscuridad.
Suele tener convencimientos de luz, gusanos que trepan por los puentes. Es una niña inquieta me digo, pero a veces lejana y fría. No importa dónde este, siempre llega a mí, con su risa adolescente y su mirada de vieja.
2
Resulta que a veces no es tan necesario el llanto. Por mis ojos pasan las horas con su llamado, se dejan seducir por las sirenas y ni siquiera el Odiseo que todos llevamos se resiste. Mirar a los lados es una forma de huir. A mis manos las detienen un grito sin acordes, el diminuto botón de una blusa, esa mirada que halla sumergida en los recuerdos y la forma en que la lluvia cae en la ciudad en estas tardes de junio.
Aguardo la noche con un suspiro. Mis pies se dilatan en el camino cuando el intento es tan sólo eso, un intento. Por debajo de la cama habitan mis fantasmas infantiles. Monstruos, serpientes gigantes, sombras que son muchas, la sonrisa primaria, el gesto aquel que se transformó en un amanecer.
3
No intento comprenderme. Las hojas se llenan de palabras y me miran en la lejanía del librero. Estoy pensando en todo. Me duele el cuerpo por el frío. Mis manos tiemblan al escribir. Supongo que a veces la soledad es la responsable de mis temblores.
El ruido de la calle penetra por la ventana. La luz del farol (imagen antigua de un poste) me persigue por el cuarto. La ciudad ha mucho que despertó. La melodía me llena la cabeza. Supura tristeza la noche.