“¡Ah, sí! ¡Volverse legendario, en el umbral de siglos charlatanes!” dice el epígrafe de Jules Laforgue con el que empieza Peste y cólera, el libro por Patrick Deville publicado en el 2012. Con esta frase, Deville da inicio al debate de la memoria: quien merece pasar a la historia y cómo se puede pasar a la historia.
¿Cómo pasar a la historia? ¿Por qué pasar a la historia?
Termino de leer Peste y cólera y no puedo sino preguntarme por qué no había escuchado sobre Yersin antes ¿cómo no había escuchado su nombre, al menos de pasada, en alguna clase de historia, alguna clase de biología? ¿Por qué en occidente te olvidaron, Yersin? Mi atención pasa entonces al escritor y agradezco a Deville la escritura de este libro, porque la literatura puede contar lo que la historia ha olvidado mencionar.
Surge en este contexto esta novela histórica, como uno de esos caminos por medio de los cuales, historias que no han sido contadas obtienen una voz. Peste y cólera será la excusa para poder hablar de una posible resignificación de la historia a partir de la literatura.
El libro es construido por medio de una profusa búsqueda de material histórico, incrustada hábilmente en la ficción que desarrolla. Cuenta Deville, por ejemplo, la historia del nacimiento de la bacteriología, el funcionamiento del instituto de Pasteur, el desarrollo de las guerras del siglo XX, cómo suceden los primeros viajes en avión, cómo evoluciona el auto, cómo se descubre el bacilo de la peste y las relaciones comerciales de los países a principios del siglo XX, entre otros temas. Pero lo que realmente interesa a Patrick Deville es la figura de Alexandre Yersin, descubridor del bacilo de la peste que es nombrada yersinia pestis en su honor, primer hombre en llevar un automóvil a Nha Trang, empresario, ingeniero y meteorólogo empírico, estudiante de zoología, de astronomía y de botánica, primer productor de caucho en Annam, médico a bordo para las Mensajerías Marítimas de Burdeos y primer director del hospital de Hanói.
Yersin, es evidentemente, uno de esos hombres que en ochenta años de vida hizo más que la mayoría de los hombres, a pesar de esto, Deville se lamenta en varias ocasiones de que “Pasteur dejará su nombre para la Historia y Yersin no” (p. 181) de que “Yersin se sale de la Historia” (p. 195) y de que “Yersin no es un hombre de Plutarco. Nunca ha querido hacer Historia” (p. 218). Historia con mayúscula, en las tres ocasiones. Esto no es coincidencia, es la historia lo que obsesiona a Deville, lo que esta disciplina caprichosa decide contar y lo que no. La mayor apuesta del escritor francés, al escribir Peste y cólera, es, precisamente, contar la historia no contada por los historiadores.
Ahora bien, esta investigación no pretende iniciar un debate sobre cómo se entiende la historia en comparación a la literatura, ni pretendemos reemplazar la historia con la literatura, de la misma forma que no se tendrá la osadía de establecer que la línea entre ambas disciplinas es difusa. Por el contrario, se entenderá la literatura como una lupa para entender mejor la historia. Revisaremos, por supuesto, cómo interactúan ambas disciplinas, cómo se complementan, cómo se alejan de la otra y qué tienen en común. Afortunadamente, autores como Barthes, Lotman y White han discutido profusamente esa distinción entre el texto histórico y el texto literario, en sus propuestas apelan a la forma, a los códigos, a las construcciones discursivas, a los tropos, en fin, tanto a la forma como al contenido de los textos históricos y los textos literarios para poder explicar cómo se establece el diálogo entre la historia y la literatura. Retomaremos estas propuestas para explicar la construcción de Peste y cólera, libro que no es sólo literatura ni sólo historia, sino un curioso híbrido para la memoria.
Démosle nuestra atención a ese arte que es la hermenéutica. ¡Tan esencial en la literatura como en la historia! ¿En la historia, se ha dicho? Efectivamente, la historia es un texto y por ello mismo debe ser interpretado. No podemos hablar ya en términos de positivismo histórico ¿cómo se puede tener la osadía de decir que hay una sola historia universal y absoluta? Vita Fortunati, por ejemplo, sostiene que la memoria “está en movimiento y evoluciona en relación con las diversas interpretaciones de la Historia o de las historias”. (La ficción de la narrativa. Ensayos sobre historia, literatura y teoría, p. 91) Es decir, ya no podemos hablar en términos de una memoria monolítica y unitaria. Debemos ver, por el contrario, que el modelo de la explicación histórica es el mismo de la lógica de la narración, ambas permiten un largo rango de interpretación, y por ello ambas disciplinas pueden estudiarse de forma similar. Dilthey, el historiador alemán, explica que “la autonomía de las ciencias humanas radica en que su objeto de estudio, la vida humana, tiene rasgos que la hacen impenetrable a la metodología axiomática” (Historia, literatura y narración, p. 195). Esta metodología axiomática, científica, no puede ser aplicada a la historia, Gadamer y Ricoeur, siguiendo esta misma línea de razonamiento, sostienen que el método de las ciencias históricas es la hermenéutica. Siendo la hermenéutica, entonces, la protagonista de nuestra aproximación a la historia, debemos entender cómo ésta se conecta con la literatura, Mink, Danto, Gallie y Drai consideran que la narrativa proporciona “un tipo de explicación diferente, aunque no antiética, a la explicación nomológico-deductiva tradicional de la historia” (El contenido de la forma, p. 67). ¿Cómo entonces, se vale Deville de su interpretación de la historia para narrar la historia de Yersin? ¿Acaso tiene Deville la autoridad necesaria para emprender semejante acometida histórica? Pues bien, su interpretación literaria de Yersin, es tan válida como la de cualquier historiador, pues varias versiones de un mismo hecho pueden ser contadas.
Ya explicada la función de la hermenéutica en la historia, podremos revisar cómo la literatura señala elementos previamente ignorados por el historiador. El lector escéptico preguntará escandalizado: ¿Cómo puede la literatura aportar a la historia? Esta pregunta la hará el lector sin darse cuenta que la literatura siempre ha aportado a la historia. “El difunto R. G. Collingwood insistía en que el historiador es sobre todo un narrador, y consideraba que la sensibilidad histórica se manifiesta en la capacidad de elaborar un relato plausible a partir de un cúmulo de «hechos» que, en su forma no procesada, carecen por completo de sentido. (…) Collingwood llamó [a esto] «imaginación constructiva»” (El texto histórico como artefacto literario y otros escrito, p. 112). El historiador siempre ha sido un narrador, un cuentero; cuya única diferencia con el narrador literario reside en que el historiador deber ser fiel a los hechos del pasado.
Iniciemos esta afirmación sobre el historiador-narrador, demostrando que los acontecimientos históricos tienen un valor neutral, es decir, difícilmente podemos calificar a un evento histórico de intrínsecamente trágico, cómico, romántico o irónico (usando las categorías de Frye). El discurso histórico es narrador según las decisiones del historiador. Podemos decir así, que “la mayoría de las secuencias históricas pueden ser tramadas de diferentes maneras, proporcionando diferentes interpretaciones de los acontecimientos y otorgándoles diferentes significados” (El texto histórico como artefacto literario y otros escritos, p. 114). Siguiendo este razonamiento, la relación que establece el historiador entre cierta estructura narrativa y un conjunto de acontecimientos históricos responde a una intención explícita de dotar a esos acontecimientos y a la globalidad de la historia de ciertos significados, y esto es, por supuesto, una operación literaria. Construir un relato histórico no es solamente conectar dos hechos situados en puntos diferentes del tiempo, se necesita un andamiaje retórico para que los hechos contados hagan parte de un tejido completo. El historiador decide qué contar, decide cómo contarlo, qué tono darle y al hacerlo, por lo tanto, no se limita exclusivamente a reconstruir los hechos, “al seleccionarlos e interpretarlos, hasta cierto punto los transforman” (Historia, literatura y narración, p. 203).
Geoffrey Hartmann, explica esta transformación diciendo que “escribir una historia significa ubicar un acontecimiento en un contexto, relacionándolo como una parte de alguna totalidad concebible” (El texto histórico como artefacto literario y otros escritos, p. 131). Es decir, el historiador empieza a establecer relaciones, pero estas relaciones no son inmanentes a los acontecimientos mismos: estos conjuntos de relaciones existen sólo en la mente del historiador que reflexiona sobre ellos. Esta “capacidad de concebir un conjunto de acontecimientos como pertenecientes al mismo orden de significación exige algún principio metafísico por el que traducir la diferencia en semejanza” (El contenido de la forma, p. 30) y este principio “metafísico”, no es otra cosa que el tema. Hay un tema que predomina en el discurso histórico, un tema que opera de hilo conductor, igual que en un discurso literario. Para argumentar este tema, el historiador decide qué contar, qué dejar por fuera y qué tanta intensidad le va a dar a lo que cuenta, de forma que “cada narrativa, por aparentemente «completa» que sea, se construye sobre la base de un conjunto de acontecimientos que pudieron haber sido incluidos, pero se dejaron fuera; esto es así tanto con respecto de las narraciones imaginarias, como de las realistas” (El contenido de la forma, p. 25). Allí reside el valor del historiador, no en producir nueva información del pasado, que en todo caso ya es conocida (es una condición previa al discurso histórico), sino construir la historia por medio de su interpretación. Deville, es, en este sentido, un historiador empírico que con los acontecimientos expuestos frente a él, decide que contar.
La verdad, es que, “el historiador, al acomodar los hechos en el marco de la narración histórica, los ficcionaliza en tanto les confiere un sentido que antes no tenían, convirtiéndolos en piezas significativas de un relato, pero no por ello abandona el propósito de serles fiel, de hacerle justicia a su realidad” (Historia, literatura y narración, p. 217). En otras palabras, la imaginación narrativa obtiene un papel protagónico al ser quien gobierna los hilos de la explicación histórica. La trama de una historia, sencillamente no puede existir sin el ejercicio de la imaginación narrativa, gracias a la cual los hechos son vistos desde un relato globalizante.
Ricoeur en Narrative time explica que un acontecimiento obtiene “su definición a partir de su contribución al desarrollo de una trama” (citado en El contenido de la forma, p. 68). Podemos ver, que la narración del pasado no es el tipo de operación discursiva en la que cual pueda intervenir exclusivamente el conocimiento del hecho ocurrido o la evidencia histórica, sino que también entra a jugar un sentido del pasado que trasciende la pregunta de “qué pasó”. El sentido del pasado es lo que aporta el historiador ¿cómo lo entendemos? ¿Cómo lo percibimos? La secuencia cronológicamente ordenada de los acontecimientos, evidentemente existe sin la ayuda del historiador, pero pueden existir al menos dos versiones del mismo grupo de hechos, de no ser así ¿por qué importaría la autoría de un historiador u otro? ¿Existiría alguna discusión sobre cuál historiador ofrece el verdadero relato de lo que realmente sucedió? En palabras de White, podemos ver que “precisamente en la medida en que la narrativa histórica dota a conjuntos de acontecimientos reales del tipo de significados que por lo demás sólo se halla en el mito y en la literatura, está justificado considerarla como un producto de allegoresis” (El contenido de la forma, p. 63). De esta forma, el historiador es un dador de significado que termina configurando un discurso alegórico.
En este sentido, el historiador siempre ha tenido el papel del narrador, pero ¿qué sucede cuando el narrador literario se convierte en historiador? El escritor literario no pretende lograr lo mismo que el historiador, pero sí aporta desde su campo un espacio para la memoria y la comprensión del ser humano. Se necesitan la una a la otra, parafraseando a Kant, “las narraciones históricas sin análisis son vacías, y los análisis históricos sin narrativa son ciegos” (El contenido de la forma, p. 21). La literatura, indudablemente, encuentra sus referentes narrativos en aquello que denominamos “mundo real”, por lo que, de manera indirecta o alegórica, la literatura es siempre un recuento fiel o un recuento distorsionado que surge de la realidad. La literatura, que, indudablemente, no tiene orígenes tan distintos a la historia, aparece como una lupa explicativa para esta última. Lo irracional y lo azaroso, que son elementos intrínsecos del ser humano, fueron ignorados por los historiadores durante mucho tiempo, en esta ausencia, la novela surge como una forma de aproximación a este azar y a esta irracionalidad humana que, en muchas ocasiones, define los hechos históricos. En otras palabras, la novela aporta el porqué de los hechos históricos; la novela revisa al ser humano en toda su complejidad. “No nos basta con establecer qué fue lo que sucedió; necesitamos además aclarar cómo sucedió, cómo pudo suceder y cómo pudo o podría llegar a ser tergiversado más adelante (…) la historia presenta e interpreta los hechos desde el punto de vista de su autenticidad fáctica, mientras que la literatura presenta e interpreta los hechos a partir de las posibilidades de la vida humana (…)”. Así, mientras, “La historia concentra su atención en lo que sucedió, y con ello incrementa nuestro conocimiento del pasado colectivo; la literatura se preocupa, además, por lo que pudo haber sucedido, por lo que podría llegar a suceder, y con ello incrementa nuestro conocimiento de las posibilidades de la condición humana.” (Historia, literatura y narración, p. 212). Éste es el gran aporte de la literatura a la historia: la comprensión humana.
Ricoeur dice que el mito, la literatura y la historia comparten las «estructuras profundas de la imaginación» (El contenido de la forma, p. 214), en este sentido, cuando Patrick Deville escribe la historia de Yersin, apela a las estructuras de la imaginación tanto como el historiador, y su interpretación sobre Yersin es fascinante: Yersin es el curioso personaje que marcó el desarrollo de Indochina y de la medicina y que, por caprichos históricos, no es conocido en occidente.
Pero no temas Yersin, la literatura te hará justicia.
El texto de Deville funciona porque, como lo explica Juri Lotman en The Structure of Artistic Text, “el texto artístico transmite mucha más «información» que el texto científico, porque el primero dispone de más códigos y de más niveles de codificación que el último” (El contenido de la forma, p. 59). Para Ricoeur, por ejemplo, la lectura de una acción es muy similar a la lectura de un texto, la hermenéutica es esencial. Y dado que la historia se construye sobre las acciones pasadas de los hombres, podemos ver que el pasado puede ser visto como una comprensión hermenéutica de las acciones humanas. Peste y cólera es una comprensión hermenéutica de las acciones de Yersin entremezcladas con el mundo cambiante del siglo XIX y el siglo XX. La literatura suscita una nueva perspectiva, no el hecho histórico.
En El texto histórico como artefacto literario y otros escritos, White hace una comparación entre el historiador y el psicoanalista, y explica que: “el problema se basa en hacer que el paciente «re-trame» toda su historia de vida de forma tal que cambie el significado que confiere a aquellos acontecimientos y su significación para la economía de la serie total de acontecimientos que constituyen su vida” (p. 118). Siguiendo esta misma línea, “los historiadores buscan refamiliarizarnos con los acontecimientos que han sido olvidados” o, respecto a nuestro libro, Deville, usando un lenguaje figurativo, busca refamiliarizarnos con un personaje que ha sido olvidado. De esta forma, se elabora un sentido del pasado en el que la historia puede ser (re)familiarizada mientras es (re)presentada. Lo que Peste y cólera propone, es una recuperación del tiempo histórico a través de la obra literaria, es la ficcionalización de episodios históricos como puente para el presente del lector. La literatura nos da la posibilidad de narrar lo ausente. Quizás el libro de Deville no es un libro de historia, pero definitivamente es un libro de memoria.
En la narrativa histórica, el verdadero valor reside en el contenido, pues lo demás es ornamento. Recordemos por ejemplo lo que decía Roman Jakobson sobre la actitud del mensaje. Cuando se transmite un mensaje sobre un referente extrínseco, predomina la función comunicativa y lo que se valora es la claridad del discurso. No obstante, como Peste y cólera no es una narrativa puramente histórica, aquella parte que no es informativa del libro, es literariamente reflexiva, y por lo tanto es ese aspecto maravilloso que aporta la literatura. No es el recuento puro, es el porqué del recuento. Peste y cólera tiene más libertad que un discurso histórico tradicional, la licencia literaria hace posible y hasta deseable la presencia de anacronismos, falsificaciones y mentiras acerca del pasado; Patrick Deville, no obstante, es muy leal a lo que “realmente sucedió”. Lo que sí resulta curioso revisar, es aquello que Deville decide no contar, o que cambia con algún detalle, aquello que exagera y que minimiza valiéndose de sus herramientas literarias. El lector, debe significar, interpretar y comprender el porqué de estas decisiones narrativas ¿cuál es la versión de Yersin que el autor quiere que conozcamos? Surgen, en este tipo de textos literarios-históricos nuevas preguntas que ya no se orientan, exclusivamente, al ¿qué pasó? o ¿cómo pasó? Que son preguntas que remiten a una explicación causal y lineal de pasado. Lo que libros como Peste y cólera permiten, es reflexionar sobre por qué sucedió como sucedió y de que otra forma pudo haber sucedido.
La historia, guiada por la hermenéutica, juega con el compromiso, siempre latente, de ser fiel a los hechos del pasado y la tarea interpretativa del presente. La escritura de la historia, como tal, es siempre anacrónica, y por lo tanto este compromiso del historiador, es un compromiso que también tiene Patrick Deville. Para Ricoeur, la narrativa es un medio para simbolizar los acontecimientos históricos, de forma que, la narrativa hace posible la historicidad. Esta teoría de Ricoeur, es confirmada con la escritura de Peste y cólera, pues narrativización es la que permite una nueva simbolización de los acontecimientos históricos.
“En este mundo, la realidad lleva la máscara de un significado cuya integridad y plenitud sólo podemos imaginar, no experimentar” (El contenido de la forma, p. 35). La forma como imaginamos la realidad se vuelve la realidad bajo la cual vivimos. Hay un desplazamiento de los hechos al terreno de las ficciones literarias. En Peste y cólera, hay una transcodificación en la que los acontecimientos originales no sólo son transcritos en la forma de la crónica, lineal y explicativa, sino que se retranscriben en el código literario de lo posible. Para el historiador, la imaginación está irremediablemente, disciplinada por su subordinación a la evidencia fáctica, de forma que se le exige al historiador que todo en su relato sea congruente con el hecho. La imaginación del escritor, sólo está subordinada a sus propias reglas (si es que esto cuenta como subordinación en absoluto). Quizás la verosimilitud sea la única regla a la que la razón deba atenerse en el relato narrativo. Esto permite una de las licencias más bonitas que tiene Deville en su libro y es su propia intromisión en la historia a través del “fantasma del futuro”.
El contenido de la forma declara que “una vida significativa es aquella que aspire a la coherencia de un relato con una trama” (p. 183). Evidentemente una de estas vidas que merece ser contada es la de Yersin. Pero éste es precisamente todo el debate del libro, recordemos aquel epígrafe inicial: “¡Volverse legendario, en el umbral de siglos charlatanes!” Yersin no es legendario, su historia no ha sido contada, su historia, en esta parte del mundo, no se recuerda. Pero de nuevo, el futuro es la región del tiempo, en la que los hechos adquieren su verdadero sentido, es la visión retrospectiva de la historia la que puede redimir al olvidado. Los relatos históricos, que son considerados los relatos “oficiales”, suelen vincularse a políticas estatales a grupos dominantes o a las élites letradas mientras que “los usos de la memoria se vinculan, en cambio, con los usos de las lenguas y los lenguajes” (Memoria E identidad: La Construcción de un campo multidimensional. historia, literatura Y los Desafíos de la interdisciplinariedad, p. 84). En este sentido, la reconstrucción histórica de Deville, es más una manifestación de la memoria.
¿Cuál memoria? ¿La que hemos perdido? ¿La que nos han dicho que tengamos? ¿La que nunca ha sido una posibilidad?
“Quizás la masa ignore sus nombres y no sepa que ustedes existen. Pero serán conocidos, estimados, seguidos por un reducido número de hombres eminentes, repartidos por toda la superficie del globo, sus émulos, sus pares en el senado universal de la inteligencia, los únicos con derecho a apreciarles y a asignarles a ustedes un rango, un rango merecido, del que ni la influencia de un ministro, ni la voluntad de un príncipe, ni el capricho popular podrán hacerles bajar, como tampoco habrán podido elevarlos hasta él, y en el que permanecerán mientras sean fieles a la ciencia que se lo otorga” (Peste y cólera, p. 179-180)
Este discurso de Biot que es a su vez citado por Deville, cuestiona el paso de ciertos personajes científicos a la historia, y se escucha, como un eco lejano la voz de Deville casi maldiciendo a todos aquellos que no recuerdan, que no saben, que ignoran por completo la historia de Yersin. ¿Por qué Yersin, son tan pocos los que saben tu nombre?
Deville pretende solucionar esto. “El cálculo es simple: si cada uno de nosotros escribiera tan solo la vida de diez personas a lo largo de la suya, nadie sería olvidado. Nadie sería borrado. Todo el mundo pasaría a la posteridad. Eso sería justicia.” (Peste y cólera, p. 99). Ésa es la justicia que busca Deville, justicia para Yersin, justicia para el héroe olvidado. ¿Quiénes son recordados? ¿Quiénes pasan a la historia? ¿Quiénes deciden quienes pasan a la historia? En una entrevista que Deville hizo en el 18 de octubre del 2012 para éditions du Seuil, Deville muestra su descontento respecto al gran desconocimiento de Yersin en la cultura occidental. Es así, que Peste y cólera responde tanto a un propósito de recuperación de memoria como a un propósito implícito de construcción identitaria.
Andrés Avellaneda en Memoria E identidad: la Construcción de un campo multidimensional, historia, literatura y los desafíos de la interdisciplinariedad propone que “es muy posible que de las textualizaciones que llamamos literatura dependa la comprensión de los hechos que denominamos historia”. Así, la creación literaria de Deville proviene de su comprensión histórica del instituto de Pasteur, de los avances científicos y de la vida de Yersin. Después de todo, la historia y la literatura son discursos narrativos sobre el acontecer humano, ambos son relatos que intentan reconstruir y organizar sus respectivas tramas. Gracias a esto, es posible “analizar las resignificaciones del pasado y los usos de la memoria en la construcción de relatos históricos y literarios” (Memoria E identidad: La Construcción de un campo multidimensional. historia, literatura Y los Desafíos de la interdisciplinariedad, p. 89). La resignificación de la historia es posible a través de la literatura.
La literatura, puede promover una nueva visión de los sucesos históricos. Esta propuesta se hace teniendo en cuenta el propósito de la construcción y la función de Peste y cólera. Éste es un libro que,evidentemente, contiene mucha información externa, ¡es una novela histórica! Pero al final del día, el libro es, siempre, un universo propio que responde a sus propias reglas y necesidades. Peste y cólera, aporta a la comprensión del pasado por medio de la historia intelectual y la literatura: Deville redefine la figura histórica de Yersin y le da una segunda oportunidad en occidente.
Bibliografía:
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Patrick Deville, Publicado el 18 oct. 2012 éditions du Seuil:
Semblanza:
Laura Sofia Maldonado es estudiante de cuarto semestre de literatura en la Universidad Javeriana. Ha publicado desde los dieciocho años en diversas revistas literarias y culturales como Critica.cl (Chile), Letralia (Venezuela) y Pacarina del Sur (México).