El siguiente texto se centra en el abordaje de la categoría teórica de “mitologema” desde las perspectivas de análisis que desarrollan los teóricos Karl Kerényi en Introducción a la esencia de la mitología (1995) y Gilbert Durand en la obra Mitos y sociedades. Introducción a la mitodología (1996). El contraste de ambas perspectivas teóricas se da en la búsqueda de puntos de interés común, donde ambas perspectivas confluyan en sus fundamentos teóricos, cumpliendo así con un ciclo de retroalimentación, que permitan fundamentar al mitologema como un elemento central del funcionamiento de la dinámica de los mitos.
Existe un velo que cubre la totalidad del trayecto antropológico que el ser humano ha recorrido. Dicho velo se extiende desde el momento en que se concretaron las primeras sociedades hasta un punto indeterminado que se ubica más allá del final de estas líneas. Sobre cada guerra, cada revolución, cada época que moviliza el espíritu humano en una dirección u otra, se puede visualizar los retazos que componen a este velo ancestral. Los mitos y sus intrincados sistemas de creación, consolidación y actualización alimentan los procesos culturales, artísticos y sociales que, tras bambalinas, han moldeado el trayecto que ha proyectado el ser humano.
Desarrollar reflexiones teóricas que giren en torno al mito y las categorías de análisis que se mueven alrededor de su dinámica resulta, como menos, una tarea complicada. No sólo existe un riesgo inherente al academicismo contemporáneo que acecha con reducir todo el material mítico a su condición más anodina, sino que la naturaleza propia de lo mítico puede orillar al aventurado a perderse en el misticismo de sus orígenes y convertir una búsqueda genuina de respuestas, en un despilfarro de tiempo orientado por un relativismo intempestivo.
En este sentido, el siguiente texto reconoce la necesidad por abordar los temas de lo mítico con mesura, por lo que las siguientes reflexiones teóricas se ven acotadas en torno a la categoría de mitologema y categorías circundantes a la misma.
Por motivos de claridad, antes de abordar la categoría de mitologema, considero apropiado seguir la linea que plantea Karl Kerényi de clarificar que al hablar de un “auténtico mitologema, este sentido es algo que no puede expresar tan bien ni tan plenamente de una forma no mitológica” (Kerenyi, 2004, p.18). Dicho de otro modo, hablar sobre los elementos intrínsecos a la dinámica de lo mítico requiere volcar el pensamiento hacia las estructuras que compusieron dichos relatos en primera instancia, negando completamente la visión positivista del mito como una fantasía, una mentira o una falsedad, inclusive renegando también de tendencias modernas que se inclinan a considerar estos relatos como respuestas que permiten explicar la cosmovisión de las culturas que vieron nacer a tales relatos. Bajo esta luz, el mitologema se manifiesta como una unidad fundacional del relato mítico. La piedra angular sobre la que se despliega un enramado de significaciones, manifestaciones y representaciones arcaicas, que con el paso del tiempo se han solidificado en el imaginario cultural como los mitos que conocemos hoy en día.
Existe una materia especial que condiciona el arte de la mitología: es la suma de elementos antiguos, transmitidos por la tradición –mitologema sería el término griego más indicado para designarlos–, que tratan de los dioses y los seres divinos, combates de héroes y descensos a los infiernos, elementos contenidos en los relatos conocidos y que, sin embargo, no excluyen la continuación de otra creación más avanzada. La mitología es el movimiento de esta materia: algo firme y móvil al mismo tiempo, material, pero no estático, sujeto a transformaciones (Kerényi, 2004, p.17).
La definición que ofrece Kerényi, cumple no solamente con demostrar la habilidad con la que el erudito húngaro vincula los mundos de lo teórico y lo mítico, sino que también muestra que las mismas propiedades de este plano del pensamiento mítico, nutren y alimentan la dinámica de las categorías que lo componen. Los elementos de los héroes, lo divino, el descenso a las profundidades; esta triada pertenece a las clasificaciones arcaicas de los arquetipos primordiales. Aunado a esto, también se destaca la inserción de estos elementos dentro del medio que le ha permitido a lo mítico perpetuarse desde sus inicios: su condición de relato. Los mitologemas, elementos primordiales de la expresión mítica constituyen estos relatos. El héroe se vuelve Heracles y este último se convierte en Hércules y el mitologema que yace en la profundidad del relato sigue siendo el mismo; no obstante, movilizado a lo largo de los milenios, de los idiomas y los medios. Así, mitologema, mito y mitología se convierten en elementos de un idioma que se puede entender y reconocer bajo lo signos que lo representa.
Llegado este punto, considero que es pertinente hacer un espacio para discutir brevemente las diferencias que existen entre las categorías de mitologema y la de mitema, siendo esta última desarrollada por el padre de la mitocrítica Gilbert Durand. Si bien, ambas categorías centran parte de su dinámica en la identificación de los elementos primordiales de los relatos míticos, el mitema de Durand se consolida como una categoría clasificatoria que se desenvuelve dentro de la metodología de la mitocrítica, a la vez que el mitologema de Kerényi se moviliza en un sentido mucho más abstracto en el orden de las herramientas metodológicas. Esto no demerita a ninguna de las dos categorías a la hora de movilizarlas dentro del estudio de la mitología, en cualquier caso, su existencia abona a la discusión sobre la amplitud de las dimensiones de lo mítico.
No obstante, la existencia del mitema, el propio Gilbert Durand dedicó parte de sus esfuerzos reflexivos a estudiar la dinámica del mitologema. En su libro Mitos y sociedades. Introducción a la mitodología (1996), Durand moviliza el concepto de mitologema bajo su óptica. La siguiente cita permitirá realizar un contraste entre las formas en las que estos dos pensadores se aproximan a la dinámica del mitologema y su papel dentro de las consideraciones del imaginario mítico.
Podríamos clasificar a los mitos, o al menos a los mitologemas que implican una sociedad, según el orden de su duración: es evidente que el mito cristiano subtiende un buen milenio de la sensibilidad, de los valores y del discurso de Europa. Ciertamente se metamorfosea a merced de los leaderships políticos y etnoculturales de los pueblos del continente, pero conserva hasta nuestros días grandes rasgos comunes casi inmutables. En el interior de ese mitologema “implicante y general, se injertan corrientes y contracorrientes que vienen a tipificar, aproximadamente de siglo en siglo, grandes imágenes: imagen mariana en los siglos XII y XIII, imágenes de crucifixión en los siglos XIV y XV, estatua de Hércules en el Renacimiento, imágenes solares del clasicismo y de la Aufklärung, imágenes prometeicas de los siglos XIX y XX (Durand, 2003, p.123).
En la aproximación que realiza Durand a la categoría de mitologema podemos identificar una serie de elementos que más adelante se podrán movilizar a la forma en la que Kerényi moviliza la misma categoría teórica.
Por una parte, podemos observar el énfasis que el mitocrítico le da a la facultad implicante del mitologema, así como el hecho de poder ser arcaico. Además, la cualidad metamórfica es un hecho presente bajo la visión de Durand. Aunado a esto, se encuentra la realidad de que el mitologema cambia y fluye a lo largo de los milenios, pero siempre conserva elementos fundamentales que lo sostienen de forma semántica en la esfera mítica.
Podemos contrastar esta definición operativa de parte de Gilbert Durand con la que maneja Karl Kerényi, que si bien, no consiste en una definición como tal del concepto, sí responde a lo que se podría considerar una mirada a funcionamiento de la dinámica del mitologema desde la visión del erudito húngaro.
Al igual que la música también tiene un sentido inteligible que, como toda entidad inteligible generadora de satisfacciones, procura un gozo, lo mismo sucede a todo verdadero mitologema. Este sentido, tan difícil de expresar en el lenguaje de la ciencia, por la misma razón sólo puede expresarse plenamente de un modo mitológico. De este aspecto de la mitología, plástico, musical, lleno de sentido, emerge la conducta adecuada para considerarla: debe permitirse que los mitologemas hablen por sí mismos, y simplemente ponerles atención (Kerényi, 2004, p. 18).
La perspectiva de Kerényi difiera de la de Durand, no en el núcleo del sentido que le adjudican al mitologema, sino en la manera de movilizarlo dentro de sus respectivas metodologías de análisis. No obstante, ambos coinciden sobremanera en la importancia que esta categoría tiene como centro semántico del mito, de tal modo que ésta represente una de las unidades fundacionales del mismo. El mitologema se representa estable en sus elementos implicativos, como lo menciona Durand y el hecho de que el mitologema implique, da pie a sustentar una de las afirmaciones teóricas más importantes que Kerényi realiza sobre la dinámica de los mitos: los mitos fundamentan.
El mito no puede convertirse en un modo de interpretar hecho para satisfacer una curiosidad científica; representa, de forma narrativa, la recreación de una realidad de las épocas más lejanas. Los mitos jamás explican nada, en ningún sentido, en tanto que ideal y prueba cierta, siempre confirman un precedente para su continuidad (…) El sentido de todo ello está contenido en los mitologemas. Pero aquello que se hace con ayuda de la mitología –cuando se le permite cumplir con su función, el “relato de los mitos”, al servicio involuntario de una comunidad humana– no trata de inventar de forma ociosa las explicaciones, sino algo diferente. La lengua alemana posee una palabra precisa para definirlo: begründen, fundamentar (Kerényi, 2004, p. 18).
El mitologema implicativo al que hace referencia Duran resuena en la misma frecuencia teórica que el mitologema fundamentativo de Kerényi. Ambos encierran dentro de sí mismos las respuestas (que no explicaciones) al sentido de los mitos que sostienen. El ejemplo del mito cristiano que maneja Durand es una muestra estable donde puede observarse esta concordancia: las imágenes marianas en los siglos XII y XIII, imágenes de crucifixión en los siglos XIV y XV, las estatuas de Hércules en el Renacimiento y las imágenes solares del clasicismo, son elementos de corte semántico que se han instaurado dentro de tal mitologema que probablemente preceda al Cristo histórico, cuyo verdadero origen probablemente se remonte a los anales de la historia mítica.
Las conclusiones que se pueden desarrollar del análisis y contraste de la categoría de mitologema desde la perspectiva de dos autores reconocidos en el área de los estudios míticos se pueden resumir en una serie de puntos. En primer lugar, existe una valía teórica que se manifiesta a la hora de contrastar dos perspectivas metodológicas que ofrecen una visión muy particular de cómo tratar los temas de lo mítico, sobre todo cuando este contraste lleva a un segundo punto importante que me gustaría destacar. El encontrar puntos de inflexión donde dos teóricos coincidan solidifica las aportaciones teóricas que estos brindan y da pie al desarrollo de consideraciones más profundas producto de estas concordancias. Por último, trabajos de esta índole actualizan el mito y sus dinámicas como plataforma de análisis crítico y teórico, ofreciendo así una alternativa a investigadores, estudiantes y curiosos para acercarse a uno de los elementos más estables del imaginario cultural.
Bibliografía consultada:
Durand, G. (1993). El símbolo y el mito. En G. Durand, De la mitocrítica al mitoanálisis: figuras míticas y aspectos de la obra (págs. 17-38). Barcelona: Anthropos.
Durand, G. (2003). Mitos y sociedades. Introducción a la mitodología. Buenos Aires: Editorial Biblos.
Karl, K., & Carl, G. J. (2004). Introducción a la escencia de la mitología. Madrid: Ediciones Siruela.