Una promesa de satisfacción sólo es seductora mientras el deseo permanece insatisfecho, insaciable, anhelante. En su propia naturaleza el deseo es amante fiel de lo perpetuo, lo persistente e indefectible; pero también el deseo devela a manera de ciclo infinito su fascinación y atracción por la insaciabilidad.
El encanto por la demasía y por la profusión delata en el deseo una atracción alienada y desequilibrada por la temporalidad, por la alteridad, por aquello que es llamado lo otro, lo inaccesible, aquello que es objeto de caducidad bajo la advertencia estética de que el mundo es un muestrario y paisaje cotidiano de obsolescencia y artificio.
Sabemos que las prácticas exasperantes de consumo masivo propias de la modernidad logran engendrar de manera patente y permanente toda insatisfacción vinculada a los apetitos del deseo. La manera de mejor lograrlo es denigrando, devaluando y vilipendiando el uso instrumental de los objetos o productos de consumo.
El mercado de esta manera marca, señala, denota y anuncia de antemano toda caducidad, temporalidad o vida útil para todo objeto de consumo mediante su relación implícita con la moda, la fugacidad, la banalidad y la dinámica de producción en excedente. La idolatría al consumismo es al mismo tiempo fetichismo de abundancia que no alboroza ni satisface el deseo de consumo.
La alteridad u otredad se transfigura y pasa a ser percibida y entendida como: lo otro que es simple cosa, simple elemento y pieza de permuta o adquisición, simple pieza de trueque imperecederamente abierta a disposición de canje, lo otro como cosificación de la realidad.
El consumo y la idolatría al consumo dan al sujeto moderno pequeñas satisfacciones, pero de ninguna manera proporcionan felicidad, su pertenencia a sociedades de consumo se caracteriza por la generación continua de deseos y cuando se ha conseguido la realización de un deseo, un nuevo deseo está por aparecer y con él un nuevo producto u objeto de deseo que sea análogamente o directamente relacionado a él.
Se genera pues un círculo vicioso de idolatría e insatisfacción cuasi interminable e infinito que ha de ser perpetuado en el acto mismo de desear.
Como en el mito de Sísifo, el deseo vinculado al más primigenio motor de toda práctica de consumo se convierte en una trágica suerte de tarea cíclica, perpetua, nunca culminada, absurda por más decir. El consumismo es la nueva roca que Sísifo debe empujar por la empinada montaña.
La descomunal y colosal roca del deseo diluida como consumismo debe ser tirada cuesta arriba por el nuevo Sísifo consumidor de sueños falaces; aun a sabiendas de que la tarea que dicta la satisfacción del deseo es cuasi-imposible, a sabiendas de que no se termina nunca de seguir deseando, a sabiendas de que nunca en la sociedad contemporánea se alcanza la satisfacción absoluta que parece exigir el deseo, aun a sabiendas de que el fracaso es propio e inherente al intento de satisfacción del deseo.
La seguridad del consumidor parece depender en este caso siempre del aumento en la cantidad de productos disponibles para el consumo, parece depender de la seguridad que genera la certidumbre en la presencia eterna de la roca que debe ser llevada a cuesta por la montaña.
Se consume casi por capricho, por antojo irracional, por manía arbitraria, por extravagancia impregnada de desvarío, por fantasía y arranque de un cúmulo de satisfacciones inexistentes, se consume por ocurrencia o inspiración profana, se consume por injusticia, tropelía, abuso o atropello, siempre bajo la lógica de la abundancia, siempre bajo la lógica de que se necesita un producto o ídolo nuevo, siempre bajo la lógica de Sísifo, bajo la cual; todo acaba para ser nuevamente consumido antes de que se agote o culmine su vida útil y funcional.
La cantidad traducida a excedentes reafirma la quimérica idea de un mundo que supera la escasez, un mundo en donde cualquiera puede obtener, comprar, tomar, conseguir. En esta quimera hay un producto y un ídolo para todos y cada uno. Se consume solo en la medida en que es posible producir y se produce solo en la medida que es posible generar, imponer, forzar y coaccionar nuevos deseos.
La carga simbólica de placer en el consumo no se encuentra ya de ninguna manera en el objeto adquirido o en el ídolo adorado y venerado, sino en el consumo mismo. Los objetos, personajes o productos no denotan signo de interpretación o sentido satisfacción del deseo, la compra y adoración infinita son el nuevo cuerno de la abundancia, la significación vital recae en la compra no por la importancia en lo comprado sino por el mero hecho de posibilitar la dinámica intrínseca del continuo y cíclico consumo en un mercado que permite la existencia infinita y exponencial de múltiples versiones y variantes de un mismo producto. La abundancia, profusión y riqueza son solo una triste ilusión de seguridad.
¿Cuáles son aquellos ídolos profanos, mundanos y quiméricos, que la ficticia abundancia ha coaccionado mediante la insatisfacción del deseo?