Cuando hago crítica literaria, dejo mis gustos en el cajón. Qué más da si el libro en cuestión me va o no me va. Lo que interesa es analizar su calidad. Lo que interesa es saber si es Literatura o litersanía.
La Literatura es algo que te sale de las entrañas. Mientras que la litersanía es un encadenamiento de hechos más o menos afortunado que no conduce a ningún sitio y que no se sabe muy bien de dónde sale.
La litersanía no contiene una voz ni una atmósfera ni la magia que toda Literatura debe contener. Todas esas obras que tanto se parecen son litersanía. Textos mejor o peor escritos en el aspecto técnico que sin embargo no son Literatura. Si es vulgar, no es Literatura.
Y ahora sí, ahora podemos hablar de El verano de tu vida, la antología que hoy reseño para Babelio. Cuarenta cuentos. Y voy a hablar de uno. De los treinta y nueve restantes ya hablo con mi silencio y alguna mención general.
Eugenia Kléber fue, con Los inocentes, el oasis en este desierto literario. Llevaba días esperándolo. Los relatos caían sin remedio. Me duele dejar un cuento. Sufro. Cuando dejo más de diez seguidos, me preocupo. ¿Me habré cansado de leer?, me pregunto. Por suerte, después de tragar arena y achicharrarme, siempre encuentro agua fresca y la sombra de una palmera.
Los inocentes lo tiene todo, ritmo, tersura y un final que te deja pensativo, Los inocentes nos habla de la inocencia menos inocente y lo hace con precisión, sin titubeos, encuentra Eugenia Kléber el tono exacto ―«Desde ese instante, madre, me convertí en un objeto al igual que la sombrilla y la crema solar, un objeto que os seguía lastimosamente y que enseguida olvidabas»― para darle voz a «Un silencio compartido durante más de cincuenta años».
Me quedo con este relato ―el único que yo hubiera publicado― después de leerlo cinco veces, quizá siete, he perdido la cuenta, me quedo con este relato, solo con este, y me quedo también con un regusto amargo, aunque debo decir que en cierto modo estoy acostumbrado.
Y todo esto ocurre porque el talento literario, a nivel comercial, es un estorbo. El lector medio no lo ve. Las sutilidades de los genios pasan desapercibidas. Los lectores, en general, quieren leer algo que les distraiga. No son capaces de apreciar si está mal o bien escrito.
Los lectores, en general, no ven el barro impertinente ni el relleno ni las evoluciones técnicas ni la destreza sintáctica. Tampoco consiguen saborear la precisión o la originalidad o la sencillez de los autores inspirados.
Los lectores, en general, no detectan el estilo. Al crítico, sin embargo, le cuesta entender que alguien quiera escribir sin estilo. Contar cosas sin estilo equivale a contarlas con el estilo de otros. Si no tienes voz, todo lo que cuentes carecerá de magia. Sin personalidad, el arte deviene en artesanía. Y la Literatura, en litersanía.
Procuro leer desde la neutralidad. Me da igual lo que me cuenten, pero exijo que me lo cuenten como nunca me lo han contado. Si el discurso es vulgar, lo dejo. Si el discurso no es natural, lo dejo.