No sabía qué iba a encontrarme en este libro. No sabía qué iba a contarme Andrés. No sabía cómo me lo iba a contar. Le conocí en Libros 28 hace ya tres o cuatro años. Él y Raúl me entrevistaron para Literal Forest. Tenía pendiente leer algo suyo. Siempre leo lo que escriben los escritores que conozco. He tardado unos años, sí, pero aquí estoy.
«He oído a Lorena levantarse para ir al baño y cerrar por completo las persianas. Ha sido una noche agitada. Es algo que sucede a menudo. Acercándonos a las seis de la mañana, la irritabilidad de la madrugada suele cesar. Sus males se echan por fin a dormir. Caemos entonces todos en un sueño profundo. Y suena al poco el despertador».
Me ha sorprendido la historia. Me ha sorprendido el estilo. Me he sentido muy cerca de Andrés. Me he sentido muy cerca de los suyos. He sufrido con ellos. Aunque lo que se narra pasó hace ya bastantes años, lo he vivido como si estuviera sucediendo ahora. Cuando coincidimos en Libros 28, apenas cambiamos unas frases. Nos conocimos y no nos conocimos. He conocido a Andrés a través de su libro.
«Me siento desplazado y aún no lo entiendo. No entiendo aún que el espacio que Mateo ha de tomar es un espacio que yo cedo, que yo quiero y necesito ceder para seguir en el interminable esfuerzo por conocerme y ser yo mismo. No obstante, aún me resisto a perder una comodidad imperfecta».
No esperaba literatura de la buena. Nunca lo espero. Abro los libros con el escepticismo de la exigencia. Lo normal es lo mediocre. Lo normal, para mí, es dejar el libro en las primeras páginas. No ha sido así con El vacío, claro. La obra es brillante, no se podía contar mejor, Andrés roza la perfección, quizás el dolor despertó al genio que sin duda lleva dentro.
«Me gustaría conversar ahora con mi amigo actor inglés. Le explicaría yo a él esta vez una tercera clase de soledad. No es impuesta ni buscada, o tal vez, al mismo tiempo, lo es. Hablo de un incontrolable distanciamiento, de una desagradable y angustiosa aversión hacia todo cuanto a uno le rodea».
La historia es dura. Cruda. Real. La historia aborda la parte de la vida que menos nos gusta. Sin embargo, se puede salir fortalecido de esta lectura, solo hay que adoptar la actitud lectora adecuada. La prosa es franca, precisa, contundente. Un estilo que sabe lo que quiere y no se entretiene con lo que no interesa.
«Como digo, mi amigo lo está haciendo bien. Él, no solo sabe escribir, sino que es un gran lector. Sabe transmitir lo que le gusta y, lo que es más importante, por qué. Fue él quien me convenció de la necesidad de escribir mejor, de preocuparse por lo escrito, por la palabra, por la fuerza de la prosa».
En esto de la Literatura están las historias ficticias y las reales. Las ficticias son a veces más reales que las reales porque los que cuentan realidades suelen fijar toda su atención en lo que cuentan sin pararse a pensar en cómo habría que contarlo. Y si el cómo no funciona, el qué, tampoco. Afortunadamente, en esta obra funciona el qué y también el cómo.
«Son discretos. Conocen el terreno que pisan. Son seres grises y silenciosos. Tocan el timbre con suavidad, casi de modo imperceptible. No recuerdo sus caras. No eran más que sombras que portaban una bolsa. Recuerdo la bolsa. No pude quitarle el ojo de encima. Recuerdo el chirrido de su cremallera al abrirse. Sentí un escalofrío, como si las almas de los niños que había acogido trataran en vano de escapar de un envoltorio que no les era propio».
Andrés F. nos cuenta lo que nadie nos ha contado como nadie nos lo ha contado.
El vacío es una de esas obras que te desgarran el alma para renovártela.
Un libro valiente, humano, honesto.