En lo que concierne a lo humano, los problemas no explotan sino que implosionan.
Actualmente, se ha llegado a un problema que sale del espectro familiar para afectar importantemente el tejido social, nos referimos al incremento en los suicidios de adolescentes.
En esta ocasión, más allá de una descripción generalizada de causas y números en casos de suicidio, queremos exponer una serie de ideas que pro-curen aportar algo a este fenómeno de alcances sociales.
El concepto que trabajaremos en relación a este problema será el de implosión.
Aclaremos desde ahora, que no se trata en efecto, del término psicológico de terapia implosiva o de inundación, que tendría como característica el trabajo desde un enfoque conductual, el cual no es de nuestra incumbencia.
Diremos que la implosión a la que nos abocamos es del orden incluso de la ciencia física, desde donde podemos ejemplificar el aumento de adolescentes que se quitan la vida por su propia mano.
En la definición de implosión encontramos que desde la física, remite a la acción de romperse hacía dentro a partir de las paredes de una cavidad en cuyo interior existe una presión.
En la experiencia psicoanalítica con adolescentes algo similar es lo que escuchamos: jóvenes que sienten y manifiestan un rompimiento en su interior, a veces catapultado desde lo exterior, es decir, desde otra persona que le provoca la experiencia de rompimiento.
Claramente nos referimos al tema del enamoramiento, tan común en la adolescencia, en tanto la intensidad con la que es experimentado. Pero también se trata de aquellos rompimientos que son desde otro tipo de experiencias.
El alejamiento del que son objeto los adolescentes hoy, es un tema recurrente en las sesiones con ellos. Hablan de un abandono no únicamente de lo que ya fue en su infancia, y que se puede decir, es lo esperado.
Hablan de cómo ante la transformación que sufren, no hay personas mayores que les acompañen, que les orienten. Y ahí entrarían por supuesto, los padres principalmente, pero también maestros.
Lo que nos cuentan es increíble, pues no tenemos otra definición al respecto de la dificultad de los adultos para acercarse a los jóvenes, cuando se supone que los primeros ya transitaron por esa etapa.
Y resulta increíble escuchar que no se sienten escuchados, mucho menos comprendidos. La frase tan repetida, mis papás no me comprenden, claro que no es en vano, no la pronuncian nomás por pronunciarla.
La comprensión vendría precisamente a través de un acto de escucha, de un esfuerzo por saber qué es lo que está sintiendo el adolescente, y que como decíamos, es algo que se esperaría ya fue atravesado por el adulto.
Ante la falta de un adulto que escuche sin juzgar, sin reprimir, el adolescente no puede hacer otra cosa más que romperse hacia adentro.
Y es en esa experiencia de implosión que se genera el llamado paso al acto, que desde el psicoanálisis ha de entenderse como escenificar o dramatizar lo que en el interior busca resolverse por medio de la palabra, de la simbolización.
En adolescentes escuchamos su deseo de darle un sentido a lo que les hace acontecimiento, a todo aquello que les remueve por dentro, que busca sustraerse en el exterior, pero que a falta de continente, se queda ejerciendo presión.
Y podemos preguntarnos acerca de qué es todo eso que les convoca a los adolescentes a actuar de manera intempestiva, a mostrarse temerarios, incluso como sujetos rebeldes prestos a destronar a quien les represente autoridad.
Desde nuestra experiencia con ellos sabemos que desean hablar de muerte, de sus muertes pasadas –las de la infancia-, de lo que desean destruir para seguir viviendo.
De lo que desean hablar y no se les permite es de las ideas de muerte que han tenido como cualquier persona. Francoise Dolto (La causa de los adolescentes, 1988: p.124) reflexiona acerca de que los adolescentes expresan manifestaciones indirectas de la pulsión de muerte: es la muerte de todo lo que ha sido antes….
El grave problema es que los adultos evacuan cualquier referencia a la muerte, no la muestran, y menos aún hablan de ella.
Y si los adultos no hablan de la muerte, de las ideas de muerte que sin embargo suceden, implosiona dentro toda una serie de temas, de pensamientos, convocando precisamente los deseos de muerte, es decir, de suicidarse.
Pasamos de las ideas de muerte, comunes diríamos, a los deseos de muerte a raíz de una sustracción a simbolizarla.
El problema a nivel social resulta grave, pues si pensamos en un aumento del índice de suicidio a esa edad, no podemos por menos que preguntarnos ¿qué se está ofreciendo al adolescente, que lo lleva a tomar esa clase de decisiones?
¿Qué efectos tiene la implosión en el sujeto adolescente en el tejido social? Esto en relación con todo lo que la sociedad en su caso, guarda para sí y no manifiesta. Formando una acumulación de materia que produciría presión y malestar social.
Por lo tanto, invitaría Dolto (Ibídem): sería quizá deseable hablar con más franqueza de la muerte. Y resulta deseable precisamente porque de eso es de lo que ellos necesitan hablar.
La próxima semana continuaremos con el significado de esa implosión en los adolescentes para lo social, de cómo puede estar rompiéndose la sociedad ante el derrumbamiento de sus integrantes más jóvenes, los que por cierto, también son los más fuertes.