Foto tomada de Immortal Beloved (película biografía de Beethoven).
Y si el tiempo irreparable me golpea demasiado y el estupor
y la miseria de los mortales quebrantan mi vida mortal.
¡Déjame el silencio en tus profundidades recordar!
Friedrich Hölderlin
Esta breve reflexión sobre el silencio y la música surgió a partir de que, después de mucho tiempo, volviera a escuchar a John Cage, 4’33’’ particularmente me cautivó. Cage, el compositor que en una entrevista dijera: “The sound experience which I prefer to all others, is the experience of silence” (La experiencia sonora que prefiero sobre las demás, es la experiencia del silencio).
Pero, ¿qué es el silencio? El silencio es el origen. Es el principio en virtud del cual existe la música. La música existe porque existe el silencio; la música no suprime al silencio, sino que crece y se expande en el seno de éste; en medio de cada tono, acorde o arreglo se encuentra el silencio. El silencio es la fuerza del cosmos circundante, latente, es el todo, la nada, el caos.
El silencio está estrechamente vinculado con la creación poética. Es “descomposición y recomposición, muerte y resurrección”. La música es la emanación sonora que surge del silencio. La música, en oposición a todo el ruido infernal que despide el mundo de los hombres, nos hipnotiza, nos arranca del tiempo hacia otro tiempo que nos devuelve poco a poco a nuestro núcleo, al corazón.
Ese sonido originario, sin embargo, no responde ante ningún compás, no hay metrónomo ni ninguna otra cosa que pueda medir su paso. El sonido originario es puro desenvolvimiento, es un tiempo no-pulsado –diría Schelling–, es resonancia, es eco, es devenir.
Y sólo aquellos que fueron capaces de escuchar el silencio, el sonido del universo, lograron crear esas hermosísimas esculturas sonoras, las sinfonías más sublimes que ha habido en la
Tierra. El silencio es, literalmente, pre-sentimiento; este presentimiento se consuma –como vivencia, como experiencia estética–, en la música. La música nace y deviene silencio.
Ludwig van Beethoven fue, a mi parecer, quien personificara esta concepción de la música y del silencio. Sí, Cage le hizo una obra en honor al silencio. Pero Beethoven, una vez perdiendo el oído, lo encarnó. De ahí que Victor Hugo afirmara: “Las sinfonías de Beethoven son emisiones de la armonía [cósmica], y estas, tiernas y profundas sinfonías, estas maravillas de la eufonía, han surgido de una mente cuyo oído ha muerto. Es como si viéramos a un dios ciego que crea soles”. (Peter Kivy, 2011).
Esto me hizo pensar que –frente a todo el bullicio, el ruido, el estruendo de los tanques y las bombas– el arte, en este caso la música –silencio erguido– sigue siendo un refugio, un lugar donde guarecerse, un momento infinito de paz…