El peor ciego sabe a Literatura. A gran Literatura. La prosa seca de Raúl Jiménez es lo último. Cuando terminas de leer, miras el libro y entiendes que tienes entre las manos algo nuevo.
En estos tiempos de precocinados literarios, encontrar guisos auténticos es todo un acontecimiento. La literatura húmeda abunda. Precisemos. La mayor parte ni siquiera es literatura, ni siquiera con minúscula inicial. Es lectura. Entretenimiento para el lector inocente.
«Papá era alérgico al polvo. Por eso se fue. Se fue porque no podía vivir en este pueblo. Porque el asma le dejaba sin aliento y varias veces estuvo a punto de morir».
Raúl narra con la espontaneidad de los grandes. Su voz se desangra en cada frase. No hay artificio. Raúl narra sin careta, a sangre fría, desde la soledad del genio. Sus palabras son como agua en el desierto.
«Yo, la verdad, apenas me acordaba de él. Sabía que era gordo, eso sí. Al parecer, lo había sido desde niño. Pero no un gordo blandito y quejica, como dicen que era mi abuelo, sino un gordo ancho y compacto, que resoplaba como un buey. Un gordo sin cuello».
El estilo es preciso, rotundo, contundente. Nada sobra en esta pequeña gran obra. Mientras la leía, me he sentido cómplice, coautor, socio, mi lectura era también escritura, sentía que le estaba dando al texto una interpretación irrepetible, y ese sentimiento aún perdura en mí.
«Recordaba también su piel, muy oscura, muy áspera, parecida a un neumático. Y recordaba sus manos enormes como dos hogazas de pan negro».
En estos tiempos de mediocridades, un libro así constituye la excepción que confirma la regla. Lo trascendental de esta obra no es lo que nos cuenta sino cómo nos lo cuenta. Ese maravilloso cómo que deviene en qué completando así un todo magistral.
«En casa no había fotos de mi padre. Mi madre las había tirado todas. Pero lo que sí había eran dibujos. Los gemelos me pedían casi todos los días que se lo dibujara para poder después colorearlo».
Raúl Jiménez ha escrito una novela inquietante. El peligro acecha en cada página. El ritmo es febril. El tono, terco y oscuro. No hay corsés de ningún tipo. Todo fluye con la naturalidad de lo trágico.
«El polvo es su criptonita, les decía luego a los gemelos, procurad que no se ensucie. Es un vaquero con asma».
El peor ciego no dejará a nadie indiferente porque es original, espontánea, auténtica, una novela sorprendente que sigue la estela del Después de Rita de Mariano Veloy, La ciudad en invierno de Elvira Navarro o el Tres veces al amanecer de Alessandro Baricco.
«Pero papá eructa gasolina, me decían, y puede hacer un dictado sin tener una sola falta».