Tras la victoria de Pedro Kumamoto al Congreso del Estado de Jalisco y de Jaime Rodríguez Calderón (El Bronco) a la gubernatura de Nuevo León, ambos en el año 2015, marcaron una nueva tendencia: la candidatura independiente. Sus respectivos logros marcaron una nueva directriz política, donde el pueblo pudo sacudir el sistema político y recuperar el poder para él. Por lo menos en apariencia.
Bajo este panorama, muchos políticos y ciudadanos (hablando en términos igualitarios, hombre y mujer) se han sumado a esta tendencia buscando la Presidencia. Con ello buscan demostrar que se puede llegar a tal puesto siendo ajenos a los partidos, y a los males que estos representan. Sin embargo, ello nos hace suponer un grave problema.
Si recordamos los dos sexenios panistas (Fox-Calderón) nos encontrarnos con un problema en común: la oposición PRI-PRD. El Partido Revolucionario Institucional, durante los dos mandatos antes señalados, aprendió a ser algo que jamás habían hecho, ser oposición. Y hay que admitirlo, supieron jugar en ese nuevo rol.
Aunque los panistas ganaron la Presidencia, tanto el Senado como la Cámara de Diputados fue, en su mayoría, priísta. De aquí que todos los proyectos que de Vicente Fox y Felipe Calderón, se quedaron varados. El enemigo en común llevó al PRI-PRD a formar una alianza que obstruyó buena parte de las acciones presidenciales.
El antecedente panista no debe de echarse en saco roto, al contrario, tiene que volverse a analizar, más si se pretende ser un candidato independiente para un puesto a nivel federal. Vamos a suponernos que, entre todos los candidatos independientes uno de ellos llegue a los Pinos.
La primera pregunta es ¿con qué partido o partidos pactaría para tener un gobierno sin tanta tensión? Tendría que ceder con uno o varios partidos para que su mandato salga a flote. Si los panistas pudieron sostenerse se debió al apoyo que tuvieron de su partido. Si el candidato independiente pretende ser un puritano político, no queriendo mancharse de la inmundicia partidista, entonces sería un indefenso cordero en medio de lobos voraces.
Esto quiere decir que, en caso de que algún candidato independiente llegara a ganar las elecciones presidenciales, en realidad la situación del país no cambiaría en lo más absoluto, inclusive, empeoraría en una suerte de anarquía donde los partidos políticos, que no aceptarían su derrota, encontrarían a un enemigo en común. Ya no importarían los colores, los dirigentes e ideologías, sino el hecho de que un extraño ha “usurpado” su lugar.
Cabe entonces preguntarnos ¿cuál es el beneficio de tener a un candidato independiente ocupando los Pinos? ¿A quién le beneficia la existencia de esta clase de candidatos? La respuesta lógica es: no beneficia, sino que perjudica pues, como lo mencioné, el candidato independiente no tiene una base sólida que permita la continuidad de su proyecto o visión, sin hablar de la oposición con la que se encontraría.
El beneficiado seguiría siendo el sistema político. No hablo del PRI, a pesar de que hay una gran correlación entre sistema-PRI, sino en el conjunto de los partidos, la burocracia y sus intereses omnipresentes.
El constante boicot que sufriría el Presidente independiente (reitero, hablo en términos de hombre y mujer) serviría para que los partidos nos digan: “Ya ven, ustedes no saben gobernar, necesitan de nosotros”.
Viéndolo en ese sentido, el fracaso del independiente resultaría una buena herramienta para legitimar tanto la existencia de los partidos como su permanencia. Entonces, ¿el panorama será siempre desolador para el pueblo? Por supuesto que no. Existe otra vía alterna que puede ser muy bien utilizada y del que el pueblo salga mejor parado, pero el nombre de independiente es algo peligroso.
Uno de los mayores conflictos dentro de nuestra democracia son aquellos indecisos que prefieren abstenerse de su voto, los cuales representan arriba del 3%, algo superior al porcentaje de votos que tiene el PT. Este 3% que vota en blanco es un terreno fértil para impulsar a un nuevo partido político que verdaderamente surja del pueblo y para el pueblo.
¿Crear un partido político no sería entrar en el mismo juego? Desde luego que sí, porque no puedes vencerlo, pero sí cambiar sus reglas.
Lo que propongo es que, en lugar de juntar firmas para impulsar a un candidato independiente, se impulse a un partido político cuyas normas y estatutos estén guiados por las necesidades reales del pueblo.
Olvidémonos de las pantomimas proféticas de Obrador, donde él mismo corrompe sus reglas; dejemos de lado a los partidos tradicionales como PRI, PRD y PAN, quienes ya nos han demostrado la podredumbre de la que están infestados; no mencionemos aquellos partidos satélites, tan comunes en nuestra política. Como sociedad tenemos que construir otra opción, que participe del sistema pero que cambie las reglas. Conservando la ética y moral, recuperando los valores y devolviendo el poder a sus legítimos dueños, nosotros.