El pájaro de la felicidad es una película que Pilar Miró rodó en 1993. Han pasado veinticinco años. Toda una vida. Se rodaba entonces a otra velocidad. Era tiempo de reflexión. Estábamos en un punto de no retorno y Pilar supo plasmarlo. Podría decir que la cinta ha ganado vigencia, pero iré un poco más allá con una palabra que, tipográficamente, también será párrafo.
Premonitoria.
“Si yo fuese Dios y tuviese el secreto, haría un ser exacto a ti”, lee Carmen, una mujer que no se entendió con sus padres, ni con su marido, ni con su hijo. Nuestra protagonista es una meticulosa restauradora que no ha conseguido dar sentido a su vida. Pero sigue buscando su camino.
“Querido Fernando, voy a intentar contarte fríamente las razones de mi actitud. Sin dejarme dominar por la pasión, buscando el equilibrio. No quiero que nuestra relación se amargue. No quiero vivir una soledad compartida otra vez.”
Con esta carta, Carmen se despide de su última pareja. Irá entonces en busca de su exmarido, de sus padres, de su pasado. El pasado como punto de partida. Recordarse para reinventarse. “Procuraré buscar una felicidad sorda, sin nada que pueda hacerme daño. Sabes lo que me asusta la soledad, lo mal que me defiendo contra ella.”
Carmen es fría pero serena. Dura pero comprensiva. Carmen tiene corazón, pero hay que saber abrirlo. Tiene sueños, pero necesita que se lo recuerden. También tiene pesadillas. Y una rica vida interior. Y mucho miedo. Incluso de sí misma. Carmen es introspectiva y se busca en los poemas de Ángel González.
“Así no se puede vivir. Dentro de poco, ni siquiera aquí podrá estar tranquila una persona decente. Todo lo que se lee y se oye… Lo que dice esa gentuza que dirige el país… Es para echarse a temblar”, dice la madre de Carmen.
“¿Sabes lo que pienso? Antes apenas si pagábamos impuestos. Teníamos veinte trabajadores más que ahora y nos costaban menos. Los que te aceptaban una letra, se responsabilizaban, la pagaban. Los periódicos, las revistas y la radio no montaban escándalos como ahora”, dice el padre.
“Es muy fácil entender a cualquiera. Todos queremos más o menos lo mismo. Lo mismo, padre. Que nos entiendan, que nos quieran, que nos escuchen, que nos cuiden. Que la persona que amas sueñe contigo cada noche, estar a su lado. Poder llegar a comprender lo que nos pasa y por qué hacemos lo que hacemos”, dice ella.
El pájaro de la felicidad es una película reposada, profunda, íntima. Explora las relaciones humanas y también la soledad. Nos habla de nuestros demonios. De nuestras dignidades. De lo que somos y de lo que podemos llegar a ser.
“Me he levantado y habíais desaparecido. Ayer me porté como una hija de puta. Creo que no soy así. Espero no ser así. Vamos a casa.”
El pájaro de la felicidad es una obra maestra. Dirección, producción, interpretaciones, banda sonora, guion, fotografía, localizaciones, montaje. Todo perfecto. Un viaje interior que termina y empieza con Carmen paseando por la playa. En compañía de su nieto. En compañía de un perrillo. ¿Feliz? Tal vez. A su manera. Y se despide recitando en off un fragmento del poema Palabras casi olvidadas*.
Añorar el futuro que no existe
es aceptar la vida despojada
de sus días mejores,
y vivir es igual que haber vivido
ya, sin que ese haber vivido
suponga —por desgracia— estar ya muerto.
* Palabra sobre palabra (Ángel González)