Mucho ha dado de que hablar la cinta mexicana Tenemos la carne. Lluvia de críticas, de comentarios, de elogios y deserciones en las salas de cine europeas.
Con eso tiene un buen camino recorrido. Existe. Es. Y el jovencísimo Emiliano Rocha Minter ha ganado un lugar –bueno o malo, da igual– como director nobel del cine latinoamericano.
¿De qué va la cinta? De sexo puro y duro. Sí. Pero es más complejo que eso. Habla, sobre todo, de instintos primitivos; de orillar a un hombre a una profunda soledad cargada de dolor, de frustración y que da como resultado un ser humano monstruoso lleno de fantasmas internos y pesadillas reales. Un ser aparentemente enfermo pero también una crítica personificada a la hipocresía actual. Solitario, sí. Pero eso no implica que su aislamiento no le permita hacer una lectura de la realidad: valores morales fabricados para mantener un estereotipo de sociedad perfecta a la que, claro está, él no quiere pertenecer.
La historia es simple, unos jóvenes okupas llegan a un piso abandonado buscando refugio y se topan en él con un mendigo que los acoge “amablemente” y les brinda alimento, techo y algo más. El personaje principal, Mariano (Noé Hernández) es un hombre herido, cargado de miedos y quizás lleva algo mucho peor, un pasado al que parece evocar pero al que también pareciera que no quiere regresar.
En el transcurrir del tiempo, breve, los dos hermanos se van integrando al mundo de Mariano, hacen lo que les ordena y comienzan a vivir la vida a través de lo que ven en él, de lo que escuchan de él. Su principal tarea: elaborar una especie de refugio dentro del refugio en el que habitan actualmente. Construir un sub-espacio, que se entiende como el útero materno del que todos venimos y al que todos deberíamos –según lo ve Mariano– retornar.
El útero se entiende como el lugar perfecto-sagrado-ideal. Lugar del que ningún ser humano debería salir, pues al ser expulsados de ese paraíso, somos víctimas fatales de un destino macabro, sucio y enfermo.
Pero estamos fuera. Hemos visto el mundo, nos hemos contaminado. En resumen, estamos jodidos. Los personajes se internan a esa útero-paraíso pero aun así deben vivir una especie de infierno del que no pueden –no quieren– escapar. Es pues en ese interior donde se dan las escenas sexuales más “fuertes” de la película. Fornicación. Incesto. Violencia.
La película nos lleva por imágenes grotescas y no por eso malas, al contrario, bastante bien logradas. Imágenes asfixiantes. Somos parte de un espacio cerrado del que ni como espectadores podemos salir. A ratos nos ahogamos con sus personajes. Otros, nos deleitamos con los colores, sonidos e incluso gemidos que vienen del interior del útero materno.
Historia surrealista como la vida en México. Mariano existe como mendigo y renace como lo mismo. No hay idea de renacimiento como elemento purificador. El mendigo se muere de un orgasmo y vuelve renovado a una orgía de “placer”. La muerte en el sub-espacio es sucia, pero es humana y el retorno a la vida es un festejo a los instintos más primitivos: el encuentro sexual.
Si todo es tan infernal, como parece, ¿por qué los hermanos no huyen de ahí? Porque lo disfrutan, porque ya son parte de eso, porque han despertado esa naturaleza aparentemente dormida y no buscan dar un paso atrás, al contrario, se adentran más, lo más que pueden, al infierno promiscuo del que son parte esencial.
Y todo surge en México, en la ciudad misma, el infierno a un paso del caos citadino. Los demonios revolcándose en un piso en el centro de la ciudad. Se ha dicho que el espacio-tiempo en el que transcurre la historia es el de un México post-apocalíptico. No lo veo así. Es el México del día a día, el lado oscuro de la ciudad. Es el D. F. de nuestros días. Mientras continúa nuestra vida diaria se viven infiernos en pisitos de la ciudad, en cuevas, en huecos al que nos es imposible acceder.
Un México inaccesible pero no inexistente, terrorífico y agonizante. Un México del insomnio, el fantasma negro, el blues, el gas, en todas las ciudades, ahora, el gas, lo cósmico, el planeta loco, el concepto del cero. Un México que dizque conocemos pero que lo esencial-cruel se escapa de nuestras manos, el gas.