Tanto el científico como el artista tiene que estar dotado con un incomparable sentido de la intuición. Deben saber dónde fijarse, dudar y dónde cambiar una nota o asesinar un personaje. La música es contar una historia sin darse cuenta; el jazz es lo más parecido a esas historias que se hacen inmortales en las ciudades; la gente simplemente no puede parar de contarlas.
Stephon Alexander es un doctor en física y actualmente es catedrático en la Universidad de Brown. Este año lanzó su primer disco, siendo él un tremendo solista en el sax. Plantear analogías es algo indispensable en la ciencia, en ellas se enlazan conocimientos y, además de ser una herramienta útil para el investigador, lanzan un atisbo de la inevitable interacción de la naturaleza.
La diferencia entre música y ruido es algo natural. Nuestra percepción de orden y armonía en la interacción de las cosas que nos rodean no es más que una interpretación de lo que ya existe. No hay ningún plan, el universo no es una maqueta fabricada, solo existe y asume su existencia, así como nosotros existimos y sufrimos la nuestra.
Las leyes hasta ahora descubiertas y el comportamiento observable del universo no son eventos que carecen de una razón, la naturaleza de su existencia es el origen de su comportamiento. La música, la literatura y hasta hacer el amor son acciones posibles y, de alguna forma, se superponen a un evento el universo, como si este fuese la primera música, la primera literatura y el primer acto de amor.
En el libro de Alexander se indaga en temas que, si se les busca en Google, sonarán en extremo ajenos, hasta temibles. La ciencia es uno de los pilares fundamentales de la sociedad; la calidad de vida, ciudades de naturaleza estelar, la modificación de los parques y la prolongación del tiempo de vida son méritos que le corresponden a la ciencia. Sin embargo, esta pasa a través de los transeúntes como un héroe anónimo.
La música, a pesar de ser algo tan cotidiano como el cielo, no se le conoce en sus más profundos secretos. La relatividad general es tan hermosa como una improvisación callejera en el saxofón. En el libro El jazz de la física se estudian temas de física moderna y mecánica cuántica a través de analogías con el jazz.
A pesar de para varios lectores ambos temas pueden ser desconocidos, la admirable didáctica de Stephon Alexander es de destacar, ya que temas tan complejos se amalgaman en un hermoso libro que, además de ser excepcional para entender mejor la música y la física moderna, es divertido y humano.
El libro, aunque no lo haya tenido como objetivo, es una representación perfecta de cómo las personas, los animales y lo inexplicable son, al fin y al cabo, un solo fenómeno. No somos un plan perfecto de nadie. La música describe enormes eventos del universo, el universo describe genialidades de la música y hacer eso explica las historias que cuentan los hombres.
Las causas de nuestra alegría y nuestra tristeza, esos sentimientos que le cambian el color al cielo no son más que otro evento, que no es necesario comprender ya que por si solo se responde hermosamente, que encaja la existencia que se demuestra por si sola.
La idea de que tenemos cosmos interiores no es tan falsa, pero si es imprecisa. Somos, inevitablemente, ya parte de un universo físico y estamos sometidos a sus reglas, a su naturaleza intrínseca. Nuestra música estremecedora y nuestras palabras que nos reconstruyen están sometidas a ya un sentido de la estética extraído de lo percibo en el cielo, en la tierra y todo lo que no es creado por nosotros.
Algún día, si es que la muerte no nos llega antes, el hombre como especie, siempre indomable, rebelde y terco se atreverá a remodelar la estética, no a través de nuestras artes y nuestra locura, sino a través del intrínseco sentido del universo.