La obesidad y el sobre peso representan un grave problema a nivel mundial. Se trata ni más ni menos que de una crisis de salud pública, la cual afecta a más de 2 mil millones de niños y adultos, de acuerdo a The New England Journal of Medicine.
Cifras que han sido constatadas por la misma OMS, considerándola desde hace años como una epidemia en tanto el alto número de muertes que genera. Su trascendencia radica en los diferentes tipos de morbidez que le acompañan, es decir, las enfermedades relacionadas con la obesidad.
Estamos hablando de diabetes mellitus, cardiovasculares, cáncer, entre otras. Pero además, habría que agregar otros síntomas relacionados con la obesidad, como son la depresión y la ansiedad.
De estos últimos se han realizado diferentes estudios que en efecto, relacionan la obesidad con los estados de ánimo o estados emocionales, para lo cual incluso se han diseñado formas de intervención psicológica especifica.
Algo interesante se extrae de dichas intervenciones: la primacía por parte del obeso a comer en lugar de establecer relaciones socio afectivas (Pérez, J., Alteraciones afectivas en la sexualidad del obeso, 2004).
Y eso no es todo lo que se encuentra en los estudios y las intervenciones, se agrega el factor de compulsividad que acompaña la conducta del sujeto obeso, ante lo cual se ha determinado, la poca movilidad o voluntad que tiene frente al problema.
Más allá de la posición médica y psicológica, que como vemos no es para nada despreciable, se encuentra algo sumamente importante, la significación que adquiere el sujeto obeso frente a su síntoma, como sería llamado desde la postura psicoanalítica.
El síntoma, sabemos, está ahí para representarle algo al sujeto; una formación reactiva diría Freud (Estudios sobre la histeria, 1895), una transacción en tanto lo que no puede salir a la luz y se mantiene oculto.
En otras palabras, el síntoma habla en el lugar de lo que ha sido reprimido. Y en tanto su estructura enigmática, difícil de descifrar, se considera por el psicoanálisis como una especie de jeroglífico que está precisamente para que pueda ser leído, elaborado.
En el caso del obeso o del sujeto con sobre peso, el síntoma en sí anuncia de entrada, un sobre pasarse de los límites; se trata de excederse. Es el exceso de comida, de azucares, de grasas y refrescos, que denuncian algo más allá de lo que el sujeto es consciente.
A esto podremos llamarlo goce, desde la perspectiva psicoanalítica, donde se presenta una suerte de placer, acompañado de sufrimiento, de un impulso hacía lo mortífero.
Se habla incluso de un hambre de afecto en el sujeto obeso, en relación precisamente al vínculo entre madre e hijo, donde estaría marcada una forma de trato inadecuada que apunta sobre todo a la falta de límites.
El sujeto sin límites, sin su correspondiente instauración de la metáfora paterna –la ley que delimita el goce-, se sale de sus bordes. Es el sujeto que se excede de la figura humana por excelencia, la del Vitrubio de Da Vinci.
Sí, se excede en las golosinas, en la carne, en todo lo que pueda responder a un hambre insaturable, por más que busque los alimentos light.
¿Pero no es acaso el sujeto obeso y sus excesos, propios de una época embarrada por todos lados de la premisa mercantil del exceso?
Consume, escoge todo, toma todo, prueba todo, sin límites. Significantes que denotan y configuran a un sujeto que pierde su forma estética, la de los trazos y las curvas leves, para dar lugar a la redondez que no tiene vencimiento.
En suma, hablar del sujeto obeso implica una visión subjetiva, la que solo cada uno puede elaborar, pero que desde una mirada social, sugiere la primacía de la falta de límites tan característico de nuestros tiempos.
Tal vez resulta obvio cuando se vive en la cotidianidad, la del niño obeso al que no se le dan límites, cosa muy bien dicha, pues los límites se dan a manera de ofrecimiento para que el sujeto pueda ser y hacer con ellos.
Y acaso, será eso lo único que pueda ofrecerse a un joven sujeto: límites. Al contrario, al niño al que todo se le da, sólo se le da la nada. Al pequeño que no sabe de carencias, de restricciones, al que no sabe compartir al otro porque no se es único en la vida, se le otorga la nada.
De ahí el gran vacío imposible de llenar, de ahí el estómago que está representando –síntoma mediante-, un hueco y un hambre insaturable, ya sea porque no hay límites o porque no llega la palabra cargada de afecto que se ha esperado desde los albores de los tiempos.
No es el sobre peso y la gordura, es lo que significa para el sujeto, lo que le representa, pero además, lo que representa para la época actual. De otra forma, nos quedamos varados en las lecturas médicas –científicas- que dictan y dicen, y hablan por la persona, hablan en su lugar, dejándole al sujeto pocas posibilidades de movimiento.