Rescato hoy un texto que escribí en septiembre de 2013, cuando todavía era aceite para todas las editoriales. Rescato también los comentarios que recibió. En aquel entonces escribía en Me gusta escribir, la web bloguera de Penguin Random House. Antes de que cerrasen la web, trasladé mi blog a WordPress.
Cuando tenía siete añitos, me pasaba la semana esperando a que llegara la tarde del jueves. Y entonces salía corriendo del colegio, me iba corriendo a casa, le pedía el dinero a mi madre y volvía a correr hasta el quiosco. Ya de lejos distinguía la portada del nuevo Pumby (colgado con dos pinzas de tender). Me resulta imposible describir el gozo que sentía: ese íntimo regocijo que es propiedad exclusiva de los niños.
Desde entonces hasta ahora, pocas veces he vuelto a sentir algo similar. Me faltaba el anhelo, un apetito literario concreto, la sorpresa intuida. Y los libros normales no me proporcionaban ese placentero deseo. Sí, después había algunos que me gustaban (pocos [a decir verdad]), pero sin el capricho preliminar.
Y de repente ocurrió. Leí Olivo roto. Diferente. Tenía interés en el editor y pedí La cena de los notables. Ahí ya empezaba el gusanillo, de alguna manera sentía que estaba recuperando el viejo sentimiento.
Hace un rato recibí el premio del Concurso. El paquete. Con los cinco libros de Caballo de Troya. Lo he abierto. Los he manoseado. Papel crema (suave), interlineado generoso, portadas sencillas pero sugestivas. Ahí están, sobre mi escritorio. Sé que es martes (por la mañana), pero al niño de los jueves por la tarde le da igual.
Whiralais dijo: Eso me pasaba cada vez que recibía libros en Reyes.
plsalvador contestó: Ah, la niñez…, qué gran asunto.
testigodeasombros dijo: Te ha salido precioso, plsalvador. Y tremendamente evocador… Todo un viaje a la añorada niñez (de ida y vuelta).
plsalvador contestó: A veces la ilusión se difumina a medida que cumples años y resulta esperanzador encontrar nuevos alicientes.
Margarita dijo: Yo sentí ese gusanillo hace unos días al recibir un libro del gran ilustrador Danny Gregory. Sucedió: como cuando mi padre me compraba (se compraba) un Mortadelo y Filemón. Igual.
plsalvador contestó: Sí-sí. Hay que recuperar el gusanillo. Buscarlo. Quien lo haya perdido. Estar, está. Y por eso he escrito este artículo (¿determinado?). Por si a alguien le sirve.
perla dijo: Yo todavía sé pasármelo teta, como un crío, vamos. Peor (que es mejor).
plsalvador contestó: Cuestión de actitud, supongo. Me inquieta (un poquillo) la puerilidad actual. Pensaba que la nueva generación lucharía denodadamente y no: la siento aún más superficial y manipulada que la anterior.
perla contestó: Generación complaciente y complacida. El exceso de información innecesaria, de formación innecesaria, de imágenes que ya no es necesario completar con el ejercicio de la mente, todo esto —y no es lo único— está acabando con la actividad intelectual y la imaginación. Y es que no hay nada menos estimulante que esperar un caramelo y recibirlo. El bofetón que les espera, y no lo saben.
plsalvador contestó: Este comentario merece un artículo: “El bofetón que les espera (y no lo saben)”. Será el próximo y espero estar a la altura.
Mar dijo: ¡Ese gusanillo y ese regocijo! El comentario de perla es estupendo. Me ha recordado aquel programa, “La bola de cristal”, donde había una sección en la que la pantalla se quedaba en negro y una voz decía: “Tienes 30 segundos para imaginar”. Ahora la gente cambiaría de canal, sospecho, pensando que vaya tontería o que es un fallo de la cadena. En fin… bofetones o no, está claro que imaginación, poca…
Y plsalvador contestó: Tú sí que sabes…