Ilustración por Bef
A los últimos años, se ha tratado de recuperar la cultura de la narrativa gráfica en México, siguiendo la moda de otros países con una robusta lista de obras de calidad como Francia, Argentina, Japón o Estados Unidos. Cuando yo hice la recopilación e investigación para la exhibición “La vida en cuadritos: 120 años de historieta” (Museo Pape en Monclova; Gran museo de la Cultura Maya, Mérida; y Museo Guanal, Cd. Del Carmen) me di a la tarea de buscar las obras que representaran a nuestro país.
Con tristeza, me enfrenté a que en los últimos 25 años hay una gran ausencia de historias de calidad literaria. Desde la muerte del colectivo Taller del Perro de la ciudad de México, y en especial, la novela gráfica Operación Bolívar de Edgar Clement, es notable el vacío. El único maravilloso asomo, apenas el año pasado, es la versión personal de William Burroghs de Bef, Uncle Bill (Sexto Piso, 2015) que, como señal de crisis, fue realizada con el apoyo del Sistema Nacional de Creadores de Literatura y no de narrativa gráfica.
Y cuando hablo de calidad, me refiero a simples narraciones que el autor, al menos, deseen contar algo para así poderlo llamar con el término tan en boga: “Novela Gráfica”.
No se trata de dibujar cosas bonitas o hacer tiras en la red con dos chistes. Hablo de arcos de historia complejos, que desarrollen personajes, situaciones y diálogos como lo han hecho Marjane Satrapi (Persépolis, 2008. Francia), Katsuhiro Otomo (Akira, 1982. Japón), Noelle Stevenson (Nimona, 2015. Estados Unidos) o Alan Moore (Watchmen, 1986. Inglaterra). Temo decir que el único autor con publicaciones constantes, y que tiene la intención de “narrar” cosas, es el sonorense Antonio Sandoval.
Para lograrlo, tuvo que emigrar a Europa y publicar en francés. Hoy no solo es reconocido allá, sino es el único mexicano en ser nominado varias veces al premio Eisner (la máxima presea a la narrativa gráfica, el equivalente al Óscar de los comics) como artista y autor.
La razón de la ausencia de un discurso narrativo sólido es fácil de localizar: la muerte del guionista y la falta de lectura del dibujante.
El papel del guionista de comic es primordial en una industria de calidad. Escritores como Héctor Gérman Oesterheld de Argentina, no solo crearon una escuela que derivó en la obra de Hugo Pratt, Milo Manara e incluso, Frank Miller, también plantó el estándar para hacer tramas complejos, ya fueran históricos (Sargento Kirk o Ernie Pike) o una metáfora sobre el fascismo con la invasión de alienígenas a Buenos Aires (El eternauta). Era un escritor letrado, con la idea de compromiso político y social que, tristemente terminó, con su familia, como víctimas desaparecidas del régimen militar.
En México, las mejores obras se han desprendido de la dupla de guionista y dibujante. Incluso, dio al mundo un género que hoy es popular, el melodrama seriado, creado por Yolanda Vargas Dulche para la revista Lágrimas, risas y amor (Y con el dibujante Sixto Valencia, en el icónico Memín Pinguin). Esa estructura melodramática sigue siendo usada hoy en día por las telenovelas: historias de un amor imposible, sostenidas por personajes secundarios atractivos y una alta carga de moral conservadora.
Otros, como Gonzalo Martré (Fantomas) o Modesto Vásquez (Kalimán), nos obsequiaron personajes llamativos y novedosos con guiños a la historia, literatura, mitología y los sucesos de su época. Eran los escritores guionistas los que ofrecían lecturas disfrutables, entretenidas. Sin embargo, con la caída del negocio de las imprentas en 1986, la estructura en la realización de obras de narrativa gráfica comercial se terminó de tajo. Hasta que un grupo de dibujantes de cartón político, inspirados por la magnifica obra de Rius, exploraron el medio en los suplementos Histerietas o Unomasuno, pero ninguno intentó obras de largo aliento o con una intención literaria.
Al mismo tiempo, los dibujantes que siguieron intentando hacer comics por su cuenta, se fueron por la comedia sencilla. Tal vez, inconscientemente, rescatando el chiste de carpa.
En un país donde no se lee, no se puede exigir que los dibujantes lean, ya que reflejan la sociedad donde provienen. Pareciera que se desea impactar más por el dibujo, que comunicar algo.
Demeritan, hasta llegar a banalizar, uno de los medios narrativos más vigorosos que tenemos, pasando a ser solo un triste recuerdo de esos años dorados de la historieta. Sin embargo, como lector amante del medio, cada día espero que alguien me dé la sorpresa y pueda encontrarme con una joya de este medio, mal llamado de “monitos”.