Sebastián Juan Arbó llegó a Barcelona en 1931. Tenía veintitantos años. En la maleta llevaba una novela. La presentó a una editorial. La leyeron. La aceptaron. La publicaron. Y la vendieron.
Si Sebastián Juan Arbó hubiera nacido en 1998 y llegase mañana a Barcelona con una novela en la maleta y sus veintitantos años empujándole, ocurriría algo muy distinto.
Presentaría su novela a veinticinco editoriales. Con suerte, recibiría un par de rechazos, Anagrama, por ejemplo, siempre contesta y rechaza. La novela, por supuesto, no la leería nadie. No hay presupuesto.
Si Sebastián Juan Arbó fuera contemporáneo, observaría con estupor que casi ninguna editorial acepta manuscritos no solicitados. Desde luego, un Sebastián Juan Arbó inédito no tendría ninguna posibilidad.
No le contestarían. Y punto. Podría presentarse a premios, y tal vez ganara alguno de esos que no están comprometidos. Pero esos premios no le convertirían en el escritor que fue.
Cuando PL Salvador publicó su primera novela en 1999, con una editorial de barrio, la tirada inicial fue de dos mil ejemplares. El primer año se vendieron quinientos. Si el libro caía en una mesa de novedades, se agotaba enseguida.
PL Salvador es un escritor contemporáneo y sigue publicando, pero las tiradas iniciales ya no son de dos mil ejemplares y no ha vuelto a vender quinientos ejemplares el primer año.
Pensaba este autor, que ya ha publicado doce obras, que poco a poco iría vendiendo más y más. Y no. Poco a poco va vendiendo menos y menos. Es la consecuencia lógica del desastre editorial.
El desastre editorial empieza con lo digital. Con la autoedición. Con la proliferación de editoriales. Con la moda de escribir. Con la moda de no leer. Con un millón de libros malos. Con la desaparición del editor.
El editor se ha extinguido. Los que hoy llevan lo literario no están interesados en lo literario. Lo que les interesa es ganar dinero. O recuperar el dinero. A ninguno le interesa un escritor genial si no es comercial.
En 1931, cuando eran muchos los que leían, pocos los que escribían y menos los que publicaban, la venta estaba asegurada. El libro tenía visibilidad y se vendía como se tenía que vender.
Hoy, con pocos lectores, muchos escritores y demasiados editores, solo unos pocos libros tienen visibilidad, solo unos pocos libros llegan a la mesa de novedades, solo unos pocos libros se venden como se tienen que vender.
Sebastián Juan Arbó está muerto. No sé qué pensaría de la situación actual. Supongo que se adaptaría. Sebastián Juan Arbó está vivo. Lo estamos reviviendo aquí. Y lo revive cada lector cuando se adentra en uno de sus libros.