En el año 2013, Julio Scherer García (q. e. p. d.) publica el texto Niños en el crimen. En el mismo aparecen una serie de casos de niños y adolescentes que por diferentes actos fueron puestos a disposición de las autoridades.
Casos sonados como el del Ponchis, un joven de 14 años que había degollado y desmembrado a varias personas, sin mayor remordimiento, y que incluso fue ejecutor importante de altos mandos en la delincuencia organizada.
El Memín y El Güero, ambos de 15 años aproximadamente, asaltaron a un transeúnte arrollándolo primero en una motocicleta, para después pulverizarle la cabeza con una piedra, y como último acto de su obra, le prendieron fuego al cadáver.
La Yeya de 16 años, dejó morir a su bebé recién nacido, para luego aventarlo a la coladera. Los vecinos se percataron del hecho de horror, hicieron la denuncia y fue acusada de homicidio.
En el año 2015, Christopher de tan sólo 6 años fue brutalmente asesinado por cinco adolescentes que jugaban a ser sicarios. Después de acuchillarlo en repetidas ocasiones, de ahorcarlo con un palo, apedrearlo, arrastrarlo, hicieron un hoyo para meterlo dentro, y colocar encima un animal muerto para que no llamara la atención.
Hace pocos meses en la ciudad de Morelia, tres jovencitas de secundaria se quitan la vida en diferentes lugares pero con similitudes en sus actos, lo que llevó a la investigación de que se trataba de una comunidad por internet a las que estaban inscritas las tres.
Ahora, en los inicios del 2017 nuevamente el crimen toma un lugar en relación con los adolescentes. Federico Guevara de 15 años, toma una pistola y dispara a su maestra y otros compañeros, para darse muerte posteriormente.
El evento consternó a la sociedad mexicana que se divide entre culpar y responsabilizar. Se buscan causas, determinaciones que puedan dar cuenta de lo sucedido, pero al final resulta incompleta la información, no todo puede ser dicho ante el terrible acontecimiento.
Y no todo pude decirse porque en efecto, el joven no está ya para contar su verdad. Aún así, los que estamos podemos aprovechar la pregunta que se hace Scherer: ¿qué oculta el alma del niño o el adolescente asesino?
Para responder la pregunta, nos vemos ante la premisa de analizar los casos que presentamos al inicio de esta comunicación, y extraer, si es posible, una suerte de constante, que tal vez algo pueda indicarnos.
Nos referimos a que en los casos a los que hacemos mención, existe algo que a pesar de las marcadas diferencias, les hace ser familiares, se trata del abandono al que son expuestos los jóvenes.
En el texto de Julio Scherer, casi todos los casos presentados son de niños y adolescentes que han sido abandonados en una situación extrema. Algunos no conocieron a sus padres, otros a pesar de conocerlos, la vida les dio la espalda.
Golpeados, humillados, violados, etc., se han dejado llevar por lo que mejor conocen: el crimen.
En el caso de Federico se ha dicho la influencia que pudo haber tenido el mundo de las redes sociales, en el cual como hemos podido constatar en nuestra propia práctica con adolescentes, resulta acogedor además de entretenido.
Pero resulta importante decir que, así como con Federico, estos jóvenes de las comunidades en línea, aseguran sufrir algún abandono, ya sea a nivel familiar o incluso escolar. Abandono porque s tomamos en cuenta que no hay un cuerpo real con quien hablar, con quien discutir incluso, la experiencia resulta ser de soledad, como nos han dicho muchos en la consulta.
Y es que a pesar de los esfuerzos de los padres de familia por como se dice comúnmente, trabajar para darles lo mejor, resulta contradictorio, que precisamente en ese darles lo mejor o darles todo, se les da nada, se sienten solos.
Al niño que se le da todo, se le da nada, puesto que el todo significaría la saturación para el sujeto, lo que implicaría el llenado; es no dejar algo para después y por consecuencia, la posibilidad de poder desear lo que no se tiene.
Así como a los niños y adolescentes que todo se les da, en alguna forma se asemejan a los que nada se les da, de los que habla Scherer en su libro; todo es nada, y nada es todo, dialéctica o contradicción que sugiere la experiencia de la muerte.
Muerte que parece representarse en los actos de los adolescentes, los que ya de entrada sabemos, conviven con ella en esa etapa de transformación y muertes simbólicas a causa de su crecimiento.
¿Cómo entender los actos de violencia y crimen de los jóvenes? Y lo más importante tal vez, ¿cómo actuar para poder prevenir el horror del que hoy sabemos, son capaces y que tanto nos recuerda la novela El señor de las moscas?
No haciéndonos a un lado, para empezar. Reconocer que el abandono, cuando existe en ellos, lleva al sufrimiento, y esto a la violencia, al acto explosivo, cuando no implosivo del sujeto.
Habrá que reconocer además, que los adolescentes sobre todo, son presa fácil del sufrimiento, al no poder decir todo lo que les hace acontecimiento en sus vidas. De ahí la insistencia en escucharles, más que reprimirles; en confrontarles más que rechazarlos.